Traición

Traición

El teatro de Harold Pinter, desde sus primeras obras más sórdidas hasta las últimas más ominosas, busca despertar en el espectador una zona de incomodidad que sólo puede producir el reconocimiento sobre lo que está viendo. No porque la platea deba "identificarse" con la trama sino más bien porque detrás del argumento, Pinter ofrece una estructura dramática que se enfrenta con una ideología de vida. Tres son probablemente algunas de las obsesiones planteadas en las obras de este premio Nobel de literatura: el lenguaje, la incomunicación y el peso del tiempo.

En Traición , Pinter nos enfrenta a una sucesión de traiciones, de muy diverso tipo, pero que probablemente quedarán condensadas en la figura de la infidelidad porque la puesta en crisis de la monogamia altera la base de un sistema social asentado allí. Y el espectador, en la primera escena, ya se entera que Emma ha tenido una relación con Jerry, íntimo amigo de Robert, su marido. A su vez sabemos por el relato que ella hace que Robert también la engaña desde hace muchísimos años. Todo esto llega a nosotros con un nivel de civilización pasmoso, que le quita reacción y emocionalidad a las palabras. Ahí ya se encuentra una primera ruptura con la que la platea deberá jugar durante el resto de la propuesta, la que inmediatamente comienza a complejizarse por un uso de la temporalidad inversamente cronológico: en vez de avanzar retrocede, hasta las entrañas mismas de un matrimonio. Y esto que podría parecer una metáfora es literal.

El trabajo de Ciro Zorzoli es tan bello como prolijo. La réplica de la cultura de los setenta a través de la escenografía y el vestuario diseñados por Oria Puppo le permite crear un clima de época, producir cierto distanciamiento al tiempo que construye un laberinto en permanente desmontaje que enfatiza el carácter representacional de la propuesta. La luz de Eli Sirlin y el video de Maxi Vecco colaboran en este mismo sentido (al igual que el trabajo sonoro del que no hay crédito en el programa de mano, por lo que se deduce que es del propio director). Luz, movimiento y liviandad son las estrategias para producir el vaciamiento del que depende el texto.

En lo actoral hay que señalar que Diego Velázquez, un actor que conoce y mucho la estética del director desde su faceta de creador experimental, entiende a la perfección la propuesta. Su trabajo dista mucho de simplemente ofrecer la letra escrita por Pinter sino que va trabajando el cuerpo -y fundamentalmente su mirada- de modo que se acomode a esa perversa dinámica temporal. Paola Krum le aporta frescura y dinamismo y es un perfecto contrapunto para un actor como Velázquez. Daniel Hendler en cambio recurre a un tono monocorde que impide percibir cambios de una escena a otra, de un tiempo a otro. Tal vez sea esto una marcación de la dirección de Zorzoli, pero es extraño con relación al trabajo de sus compañeros, ya que no habrá ninguna escena con él que alcance la intensidad del siniestro diálogo del matrimonio en un placentero viaje por Venecia.

Fuente: La Nación

Sala: El Picadero.

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