También las cosas mueren

La trata, en un testimonio inacabado con cuatro buenas actuaciones

"También las cosas mueren", escrita y dirigida por Patricio Ruiz, se beneficia con un cuarteto de actrices solventes que viven el encierro de unas mujeres en estado de prostitución, según puede verse en el Teatro del Pueblo.

Ruiz, de 24 años, es el autor más joven representado en la historia de ese mítico lugar, desde hace décadas dedicado al autor argentino y garantía para que el espectador se encuentre siempre con productos más que decorosos.

Con la actuación de Cecilia Cósero -la uruguaya de "Trinidad Guevara"-, Federica Presa, Melanie Sussi, Camila Vanore y con Eugenia Jolly como música y cantante en vivo, narra la historia de cuatro chicas obligadas a bailar como geishas en un peringundín del Bajo Flores como carnada para un comercio posterior.

Habitan un antro sin ventanas, sólo pendientes de los turnos en que deben recibir a la clientela masculina y mientras tanto sueñan con galanes idealizados, conviven del mismo modo que las internas de una cárcel y crean un micromundo imprescindible.

Algo hay en ellas, sin embargo, que les permite superar esa cosificación por encima de las humillaciones, la obligada entrega del cuerpo a sujetos extraños, los castigos físicos y hasta la pulsión del suicidio.

Una espera a un cliente que supone que la va a redimir de su presente, aunque la foto que le entrega es la de un añejo galán del cine argentino; otra ansía morir junto al pájaro que guarda en una jaula -toda una metáfora- y otra acepta su situación con humor resignado.

Hay una cuarta que cultiva la rebeldía y planea minuciosamente una fuga, quizá porque en su pasado tuvo oportunidades de formación cultural o política que las otras no o porque en ella anida naturalmente ese fuego.

La aventura fracasa porque todo en la vida de esas mujeres apunta a la desdicha o porque al autor lo que le interesa es describir esa situación kafkiana del ser ignorado por el poder, de la persona que desaparece en su identidad.

Lo humano que Patricio Ruiz imprime a sus personajes -cada cual tiene algún momento en que cuenta su vida previa, siempre muy desgraciada- los lleva incluso a competir por las diferencias de tarifas fijada por los proxenetas de acuerdo a los "servicios", edades y estados físicos.

Es difícil saber en qué época el autor-director ubica a sus criaturas -están el viejo galán de cine, se menciona el radioteatro-, y sin embargo su asunto es de una actualidad pavorosa, que la pieza no profundiza porque Ruiz prefiere cierta vaguedad.

El otro, el proxeneta y el cliente, no son nombrados ni significados por esas mujeres privadas de su libertad y de su identidad por el hecho de ser pobres y haber sido "pescadas" para su actividad, que nada tiene que ver con la prostitución de alta gama, muy auspiciada desde el medio audiovisual.

Cualquiera sabe que a pocas cuadras de Teatro del Pueblo y prácticamente en toda la ciudad de Buenos Aires (y de casi todas las grandes ciudades del país) existen cuevas prostibularias que gozan de buena salud y aquí se pierde la oportunidad de que el testimonio se transforme en acusación.

Hay una meseta que aflige a la pieza a partir del fracaso de la fuga y eso debilita el testimonio, porque lo que sucede entonces es una reiteración de lo que el público ya conoce y no agrega datos de importancia.

Eso es de todas maneras una defección menor, porque hay que tener en cuenta que Ruiz es por el momento mejor director que dramaturgo; no hay más que ver esa cama caliente donde se turnan las pupilas, un verdadero amasijo de carne humana, para entender cómo concibe visualmente su puesta.

"También las cosas mueren" se ofrece en Teatro del Pueblo, Roque Sáenz Peña 943, los jueves a las 20.30.

Fuente: Télam

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