Soledad Silveyra: Nada del amor me produce envidia


"No me jubilé como mujer"

La actriz protagoniza Nada del amor me produce envidia en el Maipo. Confesiones de una abuela amorosa y una profesional exigente.

Soledad Silveyra soñaba con una casita de chocolate. Tanto la anheló, que se compró un terreno, muy cerca de dónde viven sus nietas, para construir allí su hogar de abuela, hecho de madera y piedra, parecido a la famosa casa de Isla Negra, que Pablo Neruda tuvo en Chile. Pero las modas posmodernas cortaron sus planes: el reglamento de construcción le pide un edificio neorracionalista, de puro cemento y con muy poca poesía. Solita vendió todo. "Me voy a un caño. No quiero laburar para mantener una estructura que me desgasta", dice y se acomoda en un silloncito de estilo romántico, en el living de su casa. Sobre una de las paredes, hay un cuadro enorme de un Borges nostálgico y sensible, que parece custodiar su espacio, cargado de arte.
 Todos los estilos conviven en ese living, en el barrio de Recoleta. Hay cuadros de Carlos Alonso y Juan Carlos Castagnino, pinturas abstractas y figurativas, libros de Silvina Ocampo, cinco jarrones repletos de flores y sobre una mesita están apoyadas, muy ordenadas, unas piezas de madera con los dibujos de todas las posiciones del Kama Sutra. Como si faltara color y referencias, se impone un gran ventanal, que da a un jardín florido y con mucho verde. Casi como si fuera un escenario, enmarcan esas ventanas unas cortinas claras y pesadas, muy parecidas a un telón. "Yo no necesito de todo esto. Puedo vivir perfectamente en un dos ambientes. Por eso también puse en venta ese terreno. Quiero hacer lo que quiero. Lo único que necesito es el silencio. Es un momento de mi vida donde quiero disfrutar, esto de estar permanentemente teniendo que laburar para pagar expensas, gastos e impuestos, me cansó. Creo que pierde valor la vida, pierdo sabores. Prefiero viajar, por eso estoy reduciendo mis gastos fijos que son muchos, por lo menos para mi capacidad de generar dinero", cuenta.

–¿Y qué va a pasar con la casa de tus sueños?
–Me da mucha tristeza, pero vendo ese terreno. Ya haré en otro lugar mi casita de abuela de cuento infantil. No soy una mujer miedosa, no necesito vivir en un barrio cerrado con toda la seguridad. Al contrario, más bien me molesta si veo una persona armada cuando entro al lugar donde vivo.

Con 61 años, Solita dice que no para. No para ella y no para su cabeza: está de gira con la obra Humores que matan, de Woody Allen, junto a María Valenzuela y este lunes, estrena en el Maipo Nada del amor me produce envidia, un delicado unipersonal que escribió Santiago Loza, sobre la vida de una solitaria costurera que debe confeccionar el mismo vestido para Evita y Libertad Lamarque. El año que viene, hará televisión, también piensa en conducir y así siguen los proyectos.
–¿No te dan ganas de quedarte en la cama, viendo películas todo el día?
–¡No! No paro. Hay tantas cosas para hacer en esta vida. Yo todos los días agradezco el hecho de tener ganas. Es una buena edad para ejercitar la voluntad, para no achancharse, es una edad maravillosa en ese sentido. Uno podría decir, tiro un poco la toalla, pero siento que no, que me quedan miles de cosas para hacer. Me cuesta parar, hay como un estado de urgencia en uno. Creo que me impongo una autodisciplina, porque tuve una infancia atroz y cuando estás rodeada del horror, te pasa eso. Tengo una inconformidad permanente, tal nivel de exigencia, que hasta me puede jugar en contra, porque me quita posibilidad de disfrute. Eso mismo me pasó con los hombres.
–¿Le pedís la misma exigencia a una pareja?
–Siempre quiero vivir en un estado de verdad y que todo sea como el primer día. Eso es cuasi imposible. Pero no lo puedo cambiar, es una necesidad vital. Necesito que el amor se mantenga como el primer día, pero eso nunca pasa. Para mí, los otoños sólo son para prender el fuego con otro hombre.
–¿El amor para vos nunca fue rutinario?
–Ningún hombre me duró más de siete años. Yo creo en la autodeterminación de los pueblos y también creo en la mía propia. De verdad, creo que la única independencia es la económica. Es la verdadera, la que nos da las otras posibilidades. Creo absolutamente en la liberación económica y eso es lo que me permite de verdad no depender. No me puedo imaginar pidiéndole a un hombre que me dé un mango para tomarme un taxi o un pasaje en avión. Ni se me cruza por la cabeza. A lo mejor algún día me pasa que me enamore absolutamente, que no me importe ser regalada. Pero no lo imagino, creo que sería algo muy temporario. La vida está llena de trabajo y tengo a mis hijos y mis nietos que es lo que más me interesa en la vida.
–¿Qué clase de abuela sos?
–Tenía un novio que una vez me dijo: "Ustedes cuando son abuelas se ponen aburridas". Me gustaría agarrarlo ahora para que me viera. Me las quiero llevar a mis nietas de gira, de pueblo en pueblo. Pero no me quedo sólo con el abuelazgo. Yo sigo siendo mujer, no me jubilé como mujer. Todo lo contrario, muero por volver a enamorarme. Será por eso también que hago dieta, me cuido, necesito agradar, por si aparece alguien que me guste.
–¿Aparecen?
–Aparecer, aparecen. El tema es que me gusten, que tengan que ver con mi universo. ¡Tampoco es que hay una oferta tremenda!

En el universo de Solita convive todo: lo abstracto y lo figurativo. Un obra de texto comprometida y ser la conductora de Gran Hermano. "También tiene que ver un poco con la supervivencia. No siempre uno elige lo que hace. Yo vivo de mi trabajo", cuenta. Pero su límite de supervivencia llegó con la última propuesta laboral. "Me convocaron para estar en Celebrity Splash. Se me caían las lágrimas cuando me lo ofrecieron. Y para colmo era un guita impresionante, pero era demasiado. No voy a dejar la vida ahí por pagar las expensas. Para colmo, venía de un momento difícil económicamente. Ya pensaba que me iba a caer un reality, algo así. Gracias a Dios eso duró poco y ahora llegaron los laburos de actriz y no de acróbata", se ríe.
–¿Te gusta ser una actriz popular?
–Más que me gusta saberlo, me doy cuenta. El under está más respetado por los críticos. Nosotros estamos más expuestos. Seguro que hay quienes piensan: "A ver qué va a hacer Solita con el texto de Loza". Eso me asusta. Ahí me doy cuenta cómo hay que pagar la popularidad. Eso cuesta. Cuesta en la vida privada, cuesta cuando tenés un novio nuevo. Y a mí no me importa la fama, no me interesa el divismo, las estrellas están en el cielo. No me considero una de ellas para nada. Soy muy terrenal, me gusta meter los pies en el barro, más que en los buenos cubiertos.
Vivió mucho. Soledad Silveyra conoce la necesidad de supervivencia desde muy chica. Vio sufrir mucho a su mamá, hasta que se suicidó a los 52 años y como "necesitaba ganar el mango", empezó a trabajar a los 11 años. A los 15, ya era la co–protagonista de Palito y de Sandro. Hasta que se volvió un sinónimo de Rolando Rivas. "No me arrepiento para nada. Lo porto con mucho orgullo. Yo me subo a un taxi y más que por la cara o por la voz, me dicen: 'Sos la novia de mi viejo'". Aunque lleva ya 45 años de ser famosa,  Solita carga en su cartera un libro de Ariane Mnouchkine, una directora de teatro francesa, fundadora del Théâtre du Soleil, un espacio de creación artística que es vanguardia en todo el mundo. "En el fondo me encantaría ser una actriz de esa compañía. Estuve en París, pasé dos días con ellos, tomé la sopa de cebollas que preparan los actores, que cocinan con sus hijos. Me interesa ese entrenamiento. A partir de los 30, me di cuenta de que yo podía llegar a ser una buena actriz si tenía buenos textos", piensa y se va a buscar un té a su cocina blanca, de sillas blancas, alacena blanca y varios portarretratos con fotos de sus nietos.
En una pequeña mesita de café, deja apoyado el último libro Mnouchkine que está leyendo. En la primera página, Soledad subrayó un párrafo con lápiz y marcó una cruz al costado. La frase dice: "Un actor debe tener un enorme coraje, paciencia y el deseo de superarse cada vez más. Y cuando hablo de ese deseo, me refiero a lo más alto. No evidentemente al deseo de celebridad o de gloria. Un actor o una actriz no van a llegar a la cima de la montaña sino sienten una necesidad de poesía, de grandeza, de superación, de humanidad."


"la anécdota de esta obra roza nuestra realidad"
En su último desafío actoral, Soledad Silveyra interpreta a una costurera de barrio que confecciona un vestido que se disputan Libertad Lamarque y Eva Perón, como símbolos de un país enfrentado. Así como cose y descose una prenda, surge el relato de un ser herido en su soledad absoluta. "Es una obra muy difícil. El texto tiene un nivel de sutilezas enorme. Yo siento que tengo la pelota en el área y que no puede meter el gol", cuenta.
La obra fue interpretada con éxito en el teatro independiente por la actriz María Merlino y estuvo varios años en cartel. Ahora, con la dirección de Alejandro Tantanian, Solita destaca que esta obra "no tiene nada que ver con la puesta anterior". "Es distinto hacerlo en una sala de 60 localidades, a hacerlo en el Maipo. Es otro espacio. No tiene esa cosa tan privada que tiene el teatro independiente, esas salas tan bellas y amorosas", dice.
"La anécdota de la obra roza nuestra realidad. Más a nosotros, los que estamos en los medios, tal vez sufrimos más esa tirantez con respecto a definir en qué lugar estamos políticamente. Pasa mucho en las familias. Finalmente los dueños de casa terminan pidiendo que no se hable de política. Yo lamento mucho porque me parece que sería brutal poder hablar. Creo que desde la cultura, nuestra obligación es estar tanto con la presidenta, como con el jefe de Gobierno, digo por marcar dos polos opuestos, más allá de la oposición, que hoy la veo muy fragmentada. Pero si hay algo que a mí me gusta es poder hablar libremente de política", considera.
Por esa necesidad de hablar libremente, la actriz ha marcado su posición con respecto al gobierno de Cristina Fernández de Kirchner. "Yo no voy a dejar de ir a ningún espectáculo que haga la Ciudad. No me había pasado nunca ser oficialista, tampoco es una palabra que me guste del todo, pero la verdad que es una forma de decir que estoy de acuerdo con este gobierno, no en todas las cosas, pero esencialmente estoy de acuerdo. He ido a Casa de Gobierno. Pero no me gustaría ser bancada por un gobierno, recibir un salario como productora, prefiero que no me pague el Estado", piensa.


un vecindario con diversidad
Definición política. "A mí no me afectó para nada definirme políticamente", dice la actriz, y tiene un gran ejemplo para demostrar su teoría. "Mi vecina del piso de abajo es la Magdalena Ruiz Guiñazú y nos tratamos de una manera muy democrática y respetuosa", dice. Así que el hermoso jardín al que dan las ventanas de la casa de Solita pertenece a la famosa periodista. "Antes que nada, somos vecinas y las dos les damos prioridad a eso. Sólo se enoja cuando regamos un poco de más las plantas de mi balcón y a ella le cae agua de más, y bueno, ahí nos llama y nos dice que le estamos mojando la entrada", cuenta.
Pero Solita la destaca como vecina: "Es una hermosísima vecina. Muchas veces yo me quedo afuera, porque siempre me olvido las llaves y no tengo cómo entrar a mi casa. Y enseguida le toco el timbre a Magdalena y la señora que trabaja en su casa baja a abrirme muy amablemente."
Más allá de las diferencias ideológicas que tiene con la periodista, Solita reconoce un punto en común: "A mí también me interesa la actualidad. Los domingos leo todos los diarios, absolutamente todos. Me encanta ese ritual, de desayunar e informarme. Me interesa mucho lo que pasa en mi país. Y no puedo dejar de comprometerme. Me interesa hablar con la gente; cuando estoy de gira, hablo con todo el mundo, quiero saber cómo están, qué necesitan, cómo viven. Voy con una cámara y grabo todo."

Comentarios

Entradas populares de este blog

Andrea Gilmour

Susana Torres Molina: Estática

Chamé Buendia: Last Call-última llamada