Escenas de la vida conyugal


Según pasan los años

Sin lugar a dudas, sería muy difícil llevar a escena esta obra de Ingmar Bergman si no se contara con dos intérpretes de la calidad de Ricardo Darín y Valeria Bertuccelli, que, jugando con una variedad de sutiles matices para definir caracteres y cambios de actitudes, alcanzan un alto nivel para resaltar diálogos inteligentes y, al mismo tiempo, sensibles; por momentos sarcásticos, con mucho humor y a la vez plagados de amargura.

Son escenas de la vida conyugal de una pareja que en la intimidad, y después de varios años de matrimonio, se presentan como víctimas de un esquema social. Mariana trata desesperadamente de salir de los atavismos familiares frente a un marido, Juan, al que no le molestan las convenciones que se establecen con los amigos y los parientes. En realidad, lo que se va definiendo es la inseguridad de Mariana, que, frente a determinadas situaciones, necesita imperiosamente que Juan asuma decisiones que él, tal vez por comodidad, trata elegantemente de delegar.

Pero hay algo más que se va develando: la rutina, el desgaste, la apatía, sobre todo sexual, que va carcomiendo esta relación, deteriorada por una convivencia sostenida por la inercia y por la intención de ajustarse a los requisitos que dan lugar a una aparente vida perfecta. Como dice Juan, para cumplir con "el ritual de la formalidad".

Sin embargo, no todo es como parece y la crisis se desata cuando Juan encuentra el amor en una mujer más joven que le enseña a disfrutar del sexo y le brinda la oportunidad de liberarse de esas ataduras que se esconden detrás de la hipocresía y del autoengaño.

Mariana, por su parte, anonadada por la infidelidad -que ya lleva un par de años-, debe soportar la humillación de saber que sus amigos más cercanos ya conocían desde hacía tiempo esta situación. Intenta rehacer su vida y durante el paso del tiempo debe reconocer que sigue emocionalmente atada a su marido y que el divorcio no serviría para romper esa ligazón porque todavía perdura el amor hacia él.

Juan, por su lado, necesitó ser golpeado por el fracaso profesional y por el vacío que le dejó esa aventura sexual para darse cuenta de que la nueva realidad que se forjó no tenía nada que ver con sus propias expectativas, y la posibilidad de recuperar el amor de Mariana se convierte en una necesidad.

Son siete etapas de esta relación que la mano de Norma Aleandro, desde la dirección, supo armar con precisión: cada una de ellas con su propia dinámica para ir acumulando tensión dramática, sin perder el ritmo ni la interrelación entre los personajes. Cada escena se desarrolla en una época diferente de la relación, distinguiéndose una de otra, hasta alcanzar un clímax interesante.

Como este texto se apoya fundamentalmente en la actuación, y no hace falta nada más, la escenografía -con un mobiliario que sirve para definir los espacios físicos-, el vestuario y la iluminación, sin restarles méritos, sólo tienen valores ilustrativos.

En realidad, con estos intérpretes no se necesita mucho más.

Fuente: La Nación

Sala: Teatro Maipo.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Andrea Gilmour

Susana Torres Molina: Estática

Chamé Buendia: Last Call-última llamada