Claudio Tolcachir: Emilia



“Me duelen todos los personajes que escribo”

El director y autor señala que para él “poner en escena una familia es una excusa para hablar de otras cosas”.

Desde que en 2005 subió a escena La omisión de la familia Coleman, la primera obra de su autoría, el actor y director Claudio Tolcachir fue ganando un lugar destacado en el llamado teatro alternativo, al frente de un grupo y una sala que llevan ambos el nombre de Timbre 4 (ver aparte), al igual que la escuela de actuación que tiene su sede en el mismo espacio donde realiza las funciones. El éxito de esa obra y las que estrenó luego, también con su firma (Tercer cuerpo y El viento en un violín, todas premiadas) determinaron giras y varias temporadas, lo que no impidió a Tolcachir dedicarse a dirigir proyectos dentro del circuito comercial, como lo fueron las puestas de Agosto, de Tracy Letts, Buena gente, de David Lindsay-Abaire y Todos eran mis hijos, de Arthur Miller.

“A mí siempre me sorprendió que me consideren un especialista en familias”, bromea Tolcachir en la entrevista con Página/12, a propósito del estreno de Emilia, su última pieza teatral. Un dato curioso es que La omisión... suele ser considerada como la inspiradora de una serie de obras que fueron poblando la cartelera del teatro alternativo, centradas en las llamadas familias disfuncionales, plenas de hijos y padres desorientados e inmaduros, desesperados por definirse, por encontrar dónde depositar sus sentimientos. Según él mismo aclara, la estructura familiar no es para él más que un pretexto para desarrollar una serie de subtramas que involucran a todos los personajes, las cuales dan cuenta de situaciones de soledad y desamparo, dependiendo del caso. Si en La omisión... ninguno de los integrantes de la familia se hace cargo del rol que le cabe a cada uno a pesar de las señales de alarma que suenan permanentemente, y en El viento...la absorbente relación que entablan madre e hijo no brinda espacio para el crecimiento personal, también aparece en Emilia una estructura familiar en “estado de apuntalamiento”, tal como describe su autor. Para quien se perdió las obras mencionadas, hay una nueva oportunidad para verlas: El viento en un violín va los domingos, La omisión de la familia Coleman hace doble función los viernes, en tanto que Tercer cuerpo ya está haciendo funciones los sábados y domingos. En cuanto a Emilia, la obra cuenta con un elenco integrado por Carlos Potaluppi, Gabo Correa, Elena Boggan, Adriana Ferrer y Francisco Lumerman. Esta nueva obra es una coproducción del Centro Cultural San Martín con el festival chileno Santiago a mil, muestra que ya colaboró con otras producciones de Tolcachir y su grupo: “Por suerte existe un sistema de producción que nos permite pagar ensayos y construir escenografías, aunque el grupo siempre se constituya en cooperativa teatral”, afirma el director.

En la nueva obra de Timbre 4 hay un padre, rol familiar que en las otras obras de Tolcachir estuvo ausente. Walter, el jefe de esta familia, es un personaje que, como dice el director y autor, “no confía, en su fuero interno, en la felicidad que construyó con esfuerzo y dedicación”. Y si bien la familia acaba de mudarse y todo debería ser perfecto la situación cambia y con ella, su proyecto de felicidad. Pero una casualidad es determinante: reaparece Emilia, la vieja niñera de Walter, con un sinnúmero de detalles de su vida pasada que él había olvidado por completo. Según el autor y director, el hijo y la esposa de Walter son parte de una suerte de revancha que este personaje se toma con la vida, aunque sabe que “el germen del perdedor lo tiene encima”. Afirma el director: “Siempre me interesa promover en el espectador el sentimiento de incomodidad que viene de sentirse identificado con la equivocación, con las zonas oscuras de los personajes”. Y agrega: “Me gusta que puedan juzgarlos con la razón y, a la vez, amarlos o al menos comprenderlos en su lugar más íntimo”.

–¿Cuál es, en esta nueva obra, la causa del malestar familiar?

–En esta obra aparece con potencia la idea de desconexión entre las personas. La desconexión constituye algo del mecanismo dramático de esta historia. Y los ojos de Emilia nos sirven para ir reconstruyéndola.

–¿En qué consiste esa desconexión?

–El mundo es doloroso y es por este motivo que uno va desconectándose de lo que duele, porque si no, no se podría vivir. Yo siento que hoy la desconexión con el otro y lo que le pasa es muy pronunciada. En la obra se ve cómo los personajes se van apartando de las personas que amaron o que lo amaron. Este es un tema que me angustia. Se vive con la necesidad de encontrar paz y esto nos hace alejarnos del dolor ajeno, también del amor que otros pueden sentir por nosotros.

–En La omisión..., en el título mismo está mencionado el pecado que motiva la desgracia de la familia. Ahora, esta obra pone el foco sobre la desconexión. ¿Es su intención hacer un teatro que advierta sobre comportamientos que habría que evitar?

–No, no pretendo ayudar a otros a ver estas cosas, sino que busco ayudarme a mí mismo hablando de los temas que me importan. Las obras no tienen un costado moral porque los personajes están desbordados, no parto desde el lugar adonde deberían ir sino desde su desorientación.

–De todas maneras usted tiene en claro adónde deberían ir para evitarse tanto sufrimiento...

–Bueno, sí, pero no como si yo estuviese a salvo sino que siempre estoy incluyéndome. Lo que me irrita del mundo y de mí mismo es la posibilidad de olvidar a quienes nos quisieron, a quienes hicieron cosas importantes por nosotros. O no ver a alguien que te está necesitando.

–¿Por qué le interesa tanto escribir sobre familias?

–A mí siempre me sorprendió que me consideren un especialista en familias (risas). Para mí poner en escena una familia es una excusa para hablar de otras cosas. Me importa menos lo familiar, que es una generalidad sin trascendencia, que las cosas que se generan entre las personas, las subtramas, eso es lo más rico. Lo que pasa con el individualismo y el egoísmo en el caso de La omisión..., lo que se puede hacer para justificar el amor en el caso de El viento...o lo que genera la desconexión, en Emilia.

–¿Cómo surgió la anécdota de esta obra?

–Comencé a escribirla a partir del reencuentro con una señora que me cuidó de chico. Ella recordaba muchísimas cosas de las que yo me había olvidado y esto me hizo sentir que tenía con ella una falta afectiva. Siempre me conmovió el rol de las personas que se dan a los demás y que, al ser un trabajo, se trata de un amor de pago.

–Finalmente apareció un padre en una obra suya...

–Es el primer padre que concibo como personaje. Tiene tanto amor para dar que no encuentra un modo relajado de amar. Paga por eso, para sostener su necesidad de dar y no se da cuenta de que su mujer lo acepta para sentirse segura, para que su hijo también tenga un padre. Walter está acostumbrado a ofrecer cosas para que lo quieran. Desconfía del amor verdadero y sabe que lo que tiene es obra de una construcción apuntalada.

–Por eso la necesita a Emilia...

–El personaje de Emilia tiene la necesidad de cuidar, de proteger y comprender a otro. Que alguien la necesite es lo que le asegura su existencia. Y esa casa necesita algo de su sinceridad. Pero algo se cae sobre ella, porque la situación cambia.

–¿Cómo es el mundo de esta familia antes de ese cambio?

–En estos personajes, su mundo está apuntalado, sostenido. En muchos aspectos eso que consiguieron no es verdadero. Para sostener a su familia, Walter no registra nada por miedo a ver. Nada tiene que cambiar en ese mundo ideal. Si madurar es de alguna manera aprender a perder y poder aceptar la realidad, Walter ha logrado construir una fortaleza a prueba de cambios inesperados, desde su pasión más absoluta de desear amar a alguien.

–¿De qué manera defiende lo suyo este personaje?

–Walter siente que el aire de la calle podría barrer en un instante esa verdad que se respira viciosamente dentro de la casa. Para eso despliega, seguramente sin quererlo, muchas formas de control. Se erige como una especie de árbitro pedagógico que aprueba y regula las acciones de los otros. Dónde están, qué hacen. Qué piensan. Algo en su estructura le hace sentir que amar es controlar. Y que controlar es cuidar. Pero también es su manera de retener. Así, él dice a los otros: “Yo te ayudo a hacerlo, así lo hacemos bien. No salgas a comprar nada afuera. Yo te lo traigo. Yo te doy lo que necesites. Quedate adentro”.

–¿Qué pasa si algo escapa a su voluntad?

–Siempre se puede adivinar el terror al rechazo latiendo en el fondo de ese despliegue de poder. Los momentos en los que pierde su lugar de poder Walter se desmorona y vuelve a sentirse un huérfano avergonzado.

–¿Cómo es Leo, hijo de esta familia?

–Leo se crió en ese amor forzado. Tanto se hace cargo de ese amor que recibió que intenta de todas las formas posibles ser el hijo que Walter desea. Un chico feliz. Un hijo sociable. Construye casi una réplica de ese hombre que tanto hizo y tanto espera de él. La desconexión en este caso es con él mismo. El intenta ser lo que los ojos de Walter esperan. No conoce tampoco la relajación de un cariño simple, como el de Emilia. Su guerra se desata dentro, entre lo que siente y lo que debería sentir.

–Caro, la esposa, es un personaje silencioso...

–Caro construye en el silencio su supervivencia, como un animal herido conviviendo con su trampa. Intentando olvidarla, no sentirla. Para poder seguir. Alguien que intenta no estar, no ser visto, no ser foco de nadie. Su universo invisible se ahoga resignado, algo que estuvo encendido se fue apagando y tal vez ya no recuerde por qué era que había que soportar tanto.

–¿Walter tiene voluntad de reflexionar sobre lo que ocurre?

–En algún momento se pregunta: ¿quién conoce un amor totalmente puro? Un poco de culpa, de costumbre, un poco de miedo. Y es lógico que él se lo pregunte cuando en su mente el amor se confunde con el agradecimiento. La culpa con la responsabilidad. El deseo con el sometimiento. No imagina qué pasaría si simplemente se sentara a dejarse amar.

–Cuando escribe una obra, ¿cómo surgen sus personajes?

–Me duelen todos los personajes que escribo. Tengo que contar historias que me conmuevan, que signifiquen algo mío, al menos en el momento de escribirlas. Me hacen meter en lugares terribles, lo cual me moviliza y hasta me enoja. También me gusta desafiarme desde lo técnico, porque no tengo formación.

–¿No tuvo formación dramatúrgica?

–No, no estudié técnica de dramaturgia. Muchas veces me pregunto si es correcto el desarrollo de lo que escribo. Cuando le di a leer Emilia a Kartún, me quedé más tranquilo. Me resulta difícil confiar en lo que escribo.

–¿Escribe pensando en los actores que van a interpretar a cada personaje?

–La omisión... fue escrita en base al trabajo de improvisación con los actores, fue algo grupal. Emilia, en cambio, fue escrita sin pensar en que yo la iba a dirigir. Quería ver cómo es el trabajo del autor en soledad, como para probar una experiencia diferente. No imaginé ni cuerpos ni un espacio preciso. Pero sí determinadas características que, como músicas diferentes, tienen que ver con su forma de sentir o actuar...

–¿Se sintió presionado por el éxito de La omisión...?

–Lo sentí como algo grupal, no como un éxito personal. Fue muy lindo vernos en gira, muchos de nosotros nos conocíamos desde los 14 años, fuimos compañeros del secundario, de la escuela de Alejandra Boero. Nos daba gracia vernos viajando juntos con la obra y mucha felicidad también.

–Igualmente, pensar en colmar las expectativas que genera un éxito debe significar una presión importante...

–Sí, sentirse presionado en relación con cómo va a ser tu próxima obra es terrible. El exceso de responsabilidad no sirve. Creo que hay que desmarcarse del lugar donde los otros te pusieron o te imaginan. Hay que encontrar el deseo de hablar de determinada cosa y encontrar un lugar pacífico para hacerlo, porque no se puede pensar en las giras o en el éxito que tendrá lo que uno está escribiendo.

–¿Qué le deja el teatro comercial, en términos de experiencia?

–Aprendí mucho de dirigir a actrices como Norma Aleandro, en Agosto, y a Mercedes Morán, en Buena gente. En ninguno de los casos en que dirigí fuera de mi sala hice algo que no me gustó, porque no me juego menos cuando el proyecto no es mío. Y aprendo mucho trabajando con productores. Pero sí, cuando el texto nace de mis propias pesadillas y lo hago en Timbre 4, las cosas son diferentes.

* Emilia, en Timbre 4 (México 3554), los jueves, a las 21 y los sábados, a las 21 y a las 23.15.

Fuente: Página/12

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