Buenas noches, muchas gracias



Alta comedia

La obra dirigida por Lía Jelín desnuda el lado oscuro de un grupo de actores (y un guionista) que viven o vivieron del humor. Un relato descarnado, con buen manejo espacial.

Tiene razón Lía Jelín con eso de que el humor puede ser un caramelo envenenado para el espectador: “Muy bueno el envoltorio, pero fatal cuando lo saborea”. En Buenas noches, muchas gracias , la directora logra el registro de la risa oscura, aquélla que desfonda al personaje en la exposición cruda de sus contrastes.

Esta condición de implacable desnudez es el combustible para un espectáculo que entretiene en su dinámica. Causa risa, sí, pero resulta devastador en sus secuelas cuando se diseccionan las situaciones por las que atraviesan los cinco personajes. Ellos van a bordo de Pablo Brichta, Campi, Gabo Correa, Daniel Campomenosi y Tomás Fonzi. Elenco que no sólo interpreta a un grupo de actores (salvo Fonzi, guionista), sino de cómicos. Son sujetos que anhelan ser eso, o que lo fueron y se resisten al cachetazo del olvido. De allí la importancia que comparten de lograr un espacio en el Show de Tito , programa televisivo de alta popularidad y destino final de un viaje por la fugacidad de la vocación actoral.

En este quinteto de protagonistas, el deseo funciona a través del sacrificio, y también en el espacio de la renuncia. Cada personaje tiene su formación, sus criterios de legitimación y supervivencia. Algunos, para llegar a “ser” (famosos, codiciados), pulverizan los códigos; a otros, el destino artístico, de exposición y anhelo de reconocimiento les explota en la cara y los torna irreconocibles. “Somos obreros del humor. No es divertido hacer un chiste”, confiesa Cartucho, personaje calado en Pablo Britcha, en el medio de una tormenta de ideas.

Buenas noches, muchas gracias se desarrolla en tres movimientos. El primero, en la oscura pensión de Cartucho, de quien sabemos que fue un cómico famoso y que sobrevive por los besos a su Johnnie Walker adulterado. A su pensión llega Mauro (Fonzi), un joven guionista, para “renovarlo en su rutina”, ya que fue citado a un “especial” de El Show de Tito . El choque entre ellos será insalvable.

El segundo movimiento muestra el camarín -en realidad un baño acondicionado- de Jerry (Campi) y Tom (Correa). El dúo es tentado por Omar (Campomenosi), un representante bailantero, para llegar al Show de Tito . El costo es la firma de un contrato terrible. El tercer movimiento es el Show.... Han pasado tres años y todos se entrecruzan en una sala de espera.

En esta puesta hay varios elementos destacados. Primero, la transformación de los personajes en tan breve tiempo. Los actores logran que sus criaturas se vuelvan cara y cruz en sus motivaciones sin perder la intensidad interpretativa. Por otro lado, la significación del espacio es notable en el diálogo con el espectador. Es una obra de “teatro dentro del teatro”, pero la diferencia se logra en el uso de las referencias espaciales. Los tres movimientos tienen cambios escenográficos. El corte entre ellos se da con la proyección de actuaciones de grandes cómicos argentinos: Jorge Porcel, Alberto Olmedo, Julio López y el registro de la platea del Maipo en diferentes épocas. Se produce un efecto espejo, ya que es la misma platea que ocupa el espectador de Buenas noches ... El punto más endeble es la solución del final. La última escena alcanza una gran tensión canalizada hacia un lado tan obvio como sorpresivo.

Fuente: Clarín

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