Alejandro Bustos y Juan Pablo Sierra: Bambolenat





Con todos los artificios a la vista

“Hoy, que todo viene ya hecho y terminado, a la gente le gusta ver cómo se construye algo delante suyo. No es quitarle la magia sino sumarle: sabiendo cómo se hace, el viaje es más placentero”, dicen los hacedores de Bambolenat.

Dibujos hechos en vivo con arena se proyectan sobre una pantalla, construyendo las distintas escenografías en las que un actor, junto a títeres de sombra y música en vivo, cuenta la historia de un hombre que busca su destino. Todo el artificio está a la vista en Bambolenat, el espectáculo de la Compañía Sombras de Arena: la mesa donde se dibuja en sand-art y se incorporan los títeres, de un lado, y del otro tres músicos que ambientan la narración en la que no hay palabras y, sin embargo, todo se comprende. “Hoy, que todo viene ya hecho y terminado, a la gente le gusta ver cómo se construye algo delante suyo. No es quitarle la magia sino sumarle: sabiendo cómo se hace, el viaje es más placentero”, dice a Página/12 Alejandro Bustos, el “dibujante” con arena; y Juan Pablo Sierra, responsable de la puesta en escena, agrega que “un relato hecho con imágenes abre una multiplicidad de sentidos que lo termina cerrando el que lo ve”, se entusiasma sobre lo que puede verse los domingos de agosto a las 20.30 en la Sala Siranush (Armenia 1353).

El nacimiento de la compañía, afirman, se debió a las ganas de un grupo de amigos de trabajar juntos; haciendo lo que les gusta. “Empezamos a encontrarnos en el taller; yo estaba experimentando hacía un año con la arena, y un día conseguimos un proyector y sucedió lo que sospechábamos que podía suceder: el encuentro del actor (Matías Haberfeld) con mis dibujos de arena. Después se sumaron músicos con espíritu de juego y sin ninguna pretensión, y Natalia (Gregorio), artista plástica y escultora”, recuerda Bustos, uno de los “fundadores” de la compañía. A ellos se sumaron Sierra, además de Germán Cantero, Gabriel Landolfi y Naimy García en la música. “Empezó un lenguaje y un aprendizaje entre todos: los títeres, el actor y los dibujos de arena, siempre desde el lugar del juego. De hecho empezaron a aparecer imágenes importantes que todavía hoy están en Bambolenat”, destaca el dibujante.


–¿Cómo fue la primera experiencia sobre el escenario?

Alejandro Bustos: –Hicimos informalmente una muestra, venían amigos a ver los ensayos y nos convencieron de que lo teníamos que mostrar. Entonces juntamos treinta personas en un teatro de San Telmo e hicimos la primera presentación. En ese momento priorizábamos lo que pasaba en la pantalla, y pensábamos que nosotros íbamos a interferir en la película; entonces en esa función nos pusimos detrás del público, al fondo de la sala. Sabían que estábamos atrás. Y un amigo nos dijo que teníamos que estar al costado de la pantalla, porque es interesante ver cómo se hace. Ahí nos dimos cuenta de que no molestábamos... (risas). Después, con la llegada de Juan Pablo, que nos organizó desde su mirada de coreógrafo, se terminó de conformar, y nosotros de aprender qué es Bambolenat.

–¿Y se puede definir lo que hacen?

A. B.: –La síntesis a través de estos años es que hacemos una película que se construye en vivo: hay un actor, hay un escenógrafo, hay músicos. Pero siempre con otros elementos. Es difícil contar qué es Bambolenat, no lo podés definir de una sola vez; de hecho, a nosotros nos costó mucho saber qué estábamos haciendo, porque sin darnos cuenta generamos un lenguaje que es propio sin más influencias que nosotros mismos. Fuimos aprendiendo qué es lo que hacemos en el camino, y las críticas nos devolvían qué era lo que hacíamos.

Juan Pablo Sierra: –Creo que lo que define nuestra propuesta es que tiene el mismo peso cada una de las disciplinas, por lo menos desde nosotros: no se puede negar que el trabajo de Alejandro es tan único y lo lleva de una manera tan personal, pero nosotros trabajamos todos en un plano de igualdad. Y eso no es lo más común en el teatro. Estamos todos en vivo, trabajando en el momento, hay una cuestión de improvisación fuerte en cada función. Esta conexión tan fuerte entre gente de tan diversos palos me parece que es un rasgo original en el sentido de cómo trabajan diversas artes para generar un hecho original. En el teatro tradicional, si el escenógrafo no va a los ensayos o a las reuniones, por ahí no pasa nada; acá es imposible que no esté ninguno de los que somos.

–¿Cuáles son las influencias que tuvieron al momento de crear Bambolenat?

A. B.: –La arena es una síntesis de mi carrera. Yo soy titiritero, escultor, dibujante. Trabajé muchos años para chicos haciendo dibujos y títeres, y la arena es una síntesis porque mi mano interviene como la de un titiritero, dibujo y actúo porque me gusta actuar, y en general los dibujantes viven en su mundo... Esas son mis influencias de cosas que aprendí con el tiempo.

J. P. S.: –Nos conocimos trabajando para proyectos comerciales. Hay algo de la capacidad de resolución que te pide ese trabajo, en el que estábamos muy entrenados. Esa capacidad, puesta al servicio de un trabajo en el que manejás los tiempos, explica bastante qué es lo que pasó con la obra. Tiene más que ver con la historia personal, profesional, de cada uno.

–Al ser una historia que se va construyendo mientras se narra, debe haber ciertas rigurosidades que todos respetan para que se pueda contar...

A. B.: –Somos todos narradores, cada uno cuenta el cuento con su lenguaje. El único que no sabe si la sala está llena o vacía es Matías... (risas). Igual estamos muy conectados con él, porque cuando yo dibujo una piedra y él se apoya y la hace real, a mí me moviliza. La escena de la piedra, en la que él va caminando por el túnel y yo le pongo una piedra, surgió en un momento en que, en escena, le pongo esa piedra que nunca estuvo antes para ver qué hacía, para jugar. Después me recriminó que improvisara en escena (risas), pero la vio, la tocó y cuando la fue a empujar la limpié. Y eso quedó en el espectáculo. A partir de juegos de ese estilo surgieron varias escenas que siguen estando, por eso Bambolenat va mutando todo el tiempo. Es un placer para nosotros hacerlo.

–Cada uno de los cuadros que se conforman como escenografía hechos con arena es único. ¿No le da pena deshacer esos dibujos?

A. B.: –Una vez cuando bajé del escenario una chica me dijo: “Sos desapegado, eh”. ¡No, al contrario! Soy muy apegado afectivamente, pero aprendí que con esta técnica me entusiasma más transformar que dejar. Una de las cosas que me gustaba de la escultura es que cuando terminabas la obra, se transformaba en algo corpóreo, pero lo dejabas en un lugar y listo. Cuando empecé a realizar títeres, disfrutaba el proceso de realización, pero después lo bueno empezaba cuando lo terminaba porque empezaba toda la parte de vida y manipulación del títere; y con la arena me pasa algo parecido: esta cosa continua de transformación hace que no vea como que estoy destruyendo un dibujo sino que siempre estoy construyendo. He escuchado del público que muchos dicen “¡No!”. Una señora en un evento vino muy enojada a decirme que no podía borrar todo así (risas), pero yo no siento que estoy destruyendo nada sino que siempre estoy construyendo. Y en Bambolenat pasa eso: cuando te quisiste acordar, se transformó en otra cosa.

Invitados a un festival de teatro en Hong Kong en septiembre, los entusiasma poder enfrentarse a un nuevo público, de una cultura diferente. “Nos dijeron que la escala es diferente, que el teatro para China son cientos arriba del escenario, y miles abajo”, dice Sierra. “Nosotros vamos a hacer un teatro hiperintimista: ¡400 en el público y siete arriba del escenario es como una excentricidad que viene de Occidente!”, ríe. Y destacan que ya vivieron la experiencia de ofrecer su espectáculo para un público diferente: en 2010 hicieron un ciclo “para chicos” en el Konex. “Los chicos estaban en el suelo, muy cerca nuestro”, explican casi a dúo. “Como intérprete, podés conectar o desconectar con lo que está pasando, y nosotros abríamos la oreja y se escuchaban cosas muy graciosas”. Y Sierra ejemplifica: una nena le iba contando a su abuela cada una de las escenas “porque la señora no entendía nada. Se notaba que quería que entendiera...”, concluyen.


Fuente: Página/12

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