Mimí Ardú
Mimí Ardú
"La mentira la vivo en el escenario" Favorita de los directores noveles, la actriz elige el perfil bajo y el desapego.
Verano del 63. Una chiquita inquieta se convierte en la atracción del día en el club Libertad de Sunchales, provincia de Santa Fe, gracias a su precocidad de nadadora excelente, un "verdadero pececito dentro del agua". Fuera de la piscina, el padre mira con indisimulado orgullo.
Verano del 2010. Una de las actrices más convocadas por los nuevos directores del cine argentino acaba de bucear en sus recuerdos más íntimos, en sus convicciones, en sus miedos, sin tanque de oxígeno y sin máscara. Y ahora es ella quien se permite salir de aguas profundas con una mirada de orgullo.
La carrera de Mimí Ardú empezó marcada por una cara bonita y el cuerpo tan privilegiado por la genética como esculpido por los deportes ("de chica me anotaba en todas, hice fútbol femenino, bailaba en la comparsa del club, y hasta hacía de angelito en la iglesia, pero las medallas las gané nadando", desgrana). De pantalones apretados y tacos altos, llegó por los '80 a las clases de teatro de Carlos Gandolfo, y se dio cuenta que lucía, para seguir con las metáforas, como sapo de otro pozo. A la semana ya había adoptado un uniforme distinto: mocasines, jean tan holgado como la camisa a cuadros, y cara rigurosamente lavada. Sin embargo...
Hubo teatro de revista, pasaron algunas malvadas de telenovela memorables como la de Antonella; un viaje a México; una pareja, allá, con el ex arquero Miguel Marín ("recién me doy cuenta de que yo vengo a ser la prehistoria de las botineras", se ríe a carcajadas), la viudez, el regreso a la Argentina, la falta de trabajo, el perfil bajo, y la película que, en 2002, volvió a ponerla bajo los focos: El bonaerense, de Pablo Trapero.
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