Prueba y error

Estados alterados

En Prueba y error está todo ahí, a la vista (las luces, quienes las manejan, las sillas, una mesa, el piano y quien lo toca, el vacío, los mismos actores). Al rato de haber comenzando también quedan expuestos en un grado de desnudez que conmueve los vínculos que ellos van tejiendo, y sus pruebas, y sus errores. Todo entra en tensión y esa misma tensión se traslada a la butaca, al espectador, al espacio todo que todo el tiempo se está reformulando.

En Prueba y error hay varios personajes. Todos son gente como uno (no importa qué significa ese genérico tan impreciso). Gente como uno con conflictos como los de cualquiera (tampoco importa reparar en ese otro lugar común). Hay una hija pequeña cuyos padres se separaron. Cada uno anda (o lo intenta) con otras historias afectivas. Hay una hermana de uno de ellos, una hermana que prueba con otras historias y hay actores que interpretan a más de un personaje de esta gente como uno.

Juan Pablo Gómez, director y dramaturgo de este mundo asombroso, transforma el enorme espacio escénico de Timbre 4 en el campo de acción en donde esas tensiones van tomando forma, en donde despliegan sus formas (aún las más oscuras). Por lo sintético del planteo espacial y la crudeza en que disecciona esos pliegues, la propuesta podría llegar a remitir a Dogville, la película de Lars von Trier. Claro que a diferencia del director sueco que a veces expone a sus criaturas a un límite en el que parece no haber retorno, él ama a estos personajes. Los expone, pero los cuida. Los desnuda, pero no los editorializa. En ese delicado punto, como en tantos otros que hacen a este mundo fascinante, el manejo dramatúrgico es provocador, inquietante.

Hay una escena en la que lleva a una nena de 12 años (impresionante el trabajo actoral de Luna Etchegaray, merecedora de toda clase de elogios) hacia un límite absolutamente perturbador para ella, para su edad, para uno como espectador. Lo hace de manera tan inteligente que hace actuar en los otros personajes secundarios la perturbación física del espectador. Al instante, desarma ese mundo oscuro para pasar a otra capa de una misma realidad que requiere volver a pensar a esos personajes, volver a pensarnos. Todo es dinámico en este drama descarnado. Tan dinámico como el impecable diseño de luces de Matías Sendón, como el diseño espacial del Cartonero Gondry, como la música de Santiago Torricelli, como el diseño gráfico de María Laura Valentini del programa de mano.

El trabajo pertenece a la compañía Un hueco. Hace cosa de cinco años estrenaron una obra que llamaron Un hueco. Se ofrecía en el vestuario de un club. Fue un éxito. También lo dirigía Juan Pablo Gómez quien, en estos momentos, también está involucrado en Recordar 30 años para vivir 65 minutos, otra bella propuesta en la que se hizo cargo de la puesta en escena y de la dramaturgia; y a fin de mes estrena Diógenes Sol junto a Celia Argüello Rena. En Prueba y error los actores son Patricio Aramburu, Anabella Bacigalupo, Nahuel Cano, Luna Etchegaray, Alejandro Hener. Pero también en el piso están Gastón Exequiel y Manon Cotte, y Santiago Torricelli a cargo de la música interpretada en vivo. Ellos son los exquisitos manipuladores y los manipulados por esta propuesta en estado de ebullición. Y son los espejos en donde mirarnos, en donde poder analizar nuestra responsabilidad frente al otro y frente a los más chicos seamos o no padres o madres o tutores o encargados.

Estuvieron dos años probando y equivocándose hasta darle forma a este acierto escénico de una potencia dramática y una contemporaneidad que lo convierte en una verdadero hallazgo de la cartelera actual.

Fuente: La Nación

Sala: Timbre 4

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