Alberto Ajaka: El hambre de los artistas


"Tuve que lidiar conmigo para dedicarme a actuar"

El actor, dramaturgo y director estrenó El hambre de los artistas en el teatro Sarmiento. Afirma que comenzó a actuar "por un herida" y que sintió que esa era su vida. Este año ganó un Martín Fierro, protagonizará Juan Moreira y fue parte de cuatro proyectos televisivos.

No se sabe si fue una agitación, si fue un temblor o simplemente una sensación de adrenalina imparable que se apoderó del Alberto Ajaka la primera vez que actuó. Fue en una clase de improvisación. "Pasé casi sobre el final y actué. Y se me vino todo como una cosa... yo no había actuado en la puta vida. Y me fue tan bien... ¡Tan bien! Y ahí me dije 'Uh, me recontra cagué la vida', cuenta diez años después de esa clase el actor, director y dramaturgo que está al frente de la compañía Colectivo Escalada con la que presenta El hambre de los artistas en el teatro Sarmiento.
A Ajaka las cosas le pasaron muy rápido. Estaba al frente de una imprenta y de repente se topó con la actuación. Dejó su trabajo y entró de lleno al mundo de la actuación. "Tenía la vida casi resuelta. Manejaba una fábrica de 50 personas. En muchas cosas era muy piola y en otras que tendría que ver con lo vinculado al mundo del arte por decirlo de alguna forma era un pelotudo. Y no digo del mundillo digo a la aceptación de cierta sensibilidad. Me fue muy difícil. Lo primero que tuve que hacer fue actuar, una vez que pude actuar, me calmé", dice sentado en el living de su casa, mientras revisa el guión de otros proyectos televisivos y teatrales que encaró este año. Hoy además de su obra está ensayando para el protagónico de  Juan Moreira, en el teatro Cervantes, con dirección de Claudio Gallardou. En la televisión está grabando Signos el unitario de Pol-ka con Julio Chávez y Claudia Fontán. A principio de año grabó tres miniseries del Incaa, Cromo de Lucía Puenzo, La última hora de Gastón Portal y Encerrados de Benjamín Ávila.
Preocupado por el espíritu artístico, es que Ajaka llega a la obra de la compañía de la que forma parte. "Me despierta mucha curiosidad los derroteros de las personas de la humanidad. No sólo de los artistas. En realidad la obra tiene que ver con esas que se recortan, se conoce más de la vida frustrada de alguien que de todo lo otro", asume.

–¿Cómo es tu trabajo con la escritura?
–Como parte del mismo proceso de todo. No tiene menor o mayor relevancia que el resto de las cosas, en algún momento me siento a escribir, pero no de la nada. Pruebo algunas secuencias, ocurre una idea que más o menos organiza por ejemplo:  "De este lado los rojos, de este lado los azules y desde acá probamos tal cosa." De modo que los mundos podrían ser cualquiera. Que hable de los artistas otra vez no es algo premeditado. En algún momento después de probar esas secuencias donde se establecen las categorías me siento a escribir. O escribo cuando eso decantó. Por supuesto que hay un material residual de la improvisación, pero en general, queda poco de eso, en términos de forma de literalidad.
–Escribir y dirigir, ¿dónde te completa desde lo creativo?
–No puedo no hacerlo. Empecé a hacer teatro así, haciéndolo. Para mí casi no hay diferencia. Es parte de lo mismo todo. Yo no laburo con una conciencia de responsabilidad, hago un poco mi capricho, mi antojo. Los procesos teatrales son hermosos pero cambian. Hay cosas que tienen valor en algún momento pero después te aburren. Entonces lo que importan son los problemas más que los acuerdos del logro.
–En ese tránsito hacia el teatro, ¿hubo miedos?
–Sí, he tenido que vencer miedos. Deshacerme de un montón de cosas que eran mías. No tenía vínculo con el mundo del arte y me parecía una pelotudez ese mundo. No el arte pero sí ese mundo.
–¿Y cómo llegás?
–Por alguna ausencia seguramente, por una herida o una fisura. No fue nada bueno ni constructivo, no es que dije "ay ahora voy a ponerme a hacer tal cosa". Fui a averiguar quedé en una audición. A mí me cayó muy mal el tipo que hizo la charla general y en realidad, volví a la audición para cagarlo a trompadas. Estuve por no ir. La audición consistía en contar una anécdota y yo  decidí contar lo mal que me sentí en esa charla. Y pensaba en que si me decía algo lo cagaba a trompadas. Pero fui y el tipo no estaba, estaba Beatriz Szpelzini que me dijo que contara otra cosa. Lo que digo es que se construyó desde la negación. Después cuando existía ahí la posibilidad de ir al taller, la escuela era dos veces por semana y el taller una por semana. A mí me parecía que una era suficiente. Estaba como enojado de estudiar teatro y no sé por qué, porque nadie me estaba obligando. Cuando te da miedo te enojás. En ese sentido, soy medio básico, cuando me da miedo me defiendo. No soy muy elaborado. (risas)
–Llegaste enojado pero al poco tiempo empezaste a dirigir a actuar, armaste tu compañía...
–¡Sí! ¡Cualquier cosa! Es a todo o nada, es ahora o nunca. Soy un exagerado no hay términos medios, eso es lo que me gusta de la escena.
–¿Qué te sorprendió de vos una vez que empezaste a actuar?
–Muchas cosas. Me sigo sorprendiendo. Después de un ensayo general, si estuvo bueno me voy sorprendido o destruido o lo que sea, me conmociona. También están los logros que no son los teatrales que pueden en un momento distanciarse. Mi vida cambió, son diez años muy intensos, un teatro, una compañía, la tele, el teatro más grande, me casé, tuve hijos… ¡Son un montón de cosas!
–Al lado de lo actoral tuviste además que aprender lo técnico
–Cuando te interesa algo aprendés todo rápido. Enseguida te metés, mirá a mí en algún momento me interesó saber de máquinas gráficas porque yo manejé una imprenta. No sobre modelos de máquinas si no sobre funcionamiento, sobre el alma de las máquinas. Conocer el funcionamiento de todo ese engranaje debe ser una cosa bellísima y no pude, no accedí. Hoy me dedico a otra cosa y me río pero en su momento lo viví como un fracaso. Una de las cosas que me pasó con el teatro y con la actuación tuvo que ver esencialmente con eso. De ganas, de deseos y de comprobar que me podía sostener en la mentira de entender hasta donde yo daba. Es como una conciencia del entendimiento de un problema teatral, eso me alcanzó. Porque lo mecánico lo podés chequear con otros, con un técnico que arregla una máquina, en términos comparativos. La máquina con el tiempo se vuelve a romper y vuelven a fallar pero nadie lo resuelve mágicamente. Ese nivel de entendimiento del fenómeno fue lo que a mí me hizo quedar en el teatro. No me había pasado con muchas cosas. Dentro de la estructura de la imprenta me entiendo, era muy bueno, lo soy es algo que podría hacer bien. Puedo cocinar bien, pocas cosas son las que puedo hacer bien.
–Y el miedo, ¿cómo lo manejaste? Recalcás mucho en que eras grande. ¿Eso pesó?
–No pensaba mucho en eso. Lo que pasa es que yo no tuve nunca dudas, no me pasó con esto. El asunto era qué iba a pasar conmigo, cómo iba a resolver la dualidad. En un momento tuve un pensamiento zen y me dije "mientras quiera actuar voy a seguir actuando". Y es medio una gilada, pero cuando lo pensé así se terminaron los problemas. No pude pensar eso antes. Hoy me río, me digo que idiota que era, pero en ese momento tenía que lidiar conmigo mismo.


Los artistas: una inquietud casi permanente

El hambre de los artistas es la obra de la compañía Colectivo Escalada, escrita y dirigida por Alberto Ajaka que se presenta de jueves a domingos en el teatro Sarmiento con la compañía Escalada. "En realidad, no se habla sólo de los artistas pero hay mucho. En mi caso se da que en las últimas tres obras tiene que ver con la vida de los artistas, será algo terapéutico", explica Ajaka.
El elenco está integrado por Leonel Elizondo, Sol Fernández López, Karina Frau, Rodrigo González Garillo, Georgina Hirsch, Luciano Kaczer, Gabriel Lima, Julia Martínez Rubio, Luciana Mastromauro, Andrés Rossi, Alberto Suárez y María Villar. El asistente artístico es Hernán Ghioni. La música y el diseño sonoro son de José Ajaka, la iluminación de Adrián Grimozzi, el vestuario de Betiana Temkin y la escenografía de Rodrigo González Garillo.


Un galardón en absoluta calma

Alberto Ajaka recibió el Martín Fierro como mejor actor de reparto por su trabajo en Guapas, donde interpretó a Donofrio, un personaje que cautivó al público (en especial al femenino). "Contento por el premio. Sé lo que es que un premio te sacuda porque a mí me pasó. A conciencia de que es un valor simbólico y es un reporte, para mí fue casi un boletín para mis viejos y fue una conmoción. Esto me agarra más tranquilo. Me pasó con el primer premio que me dieron, estuve tres días sin hablar y fue bastante dramático, en el amplio sentido de la palabra. Al poco tiempo dejé de laburar. Por suerte, hoy lo pude recibir de acuerdo al estado. Ahora no me desbordó. Pienso que es un recorte,  una gratificación, que es arbitrario, que hay un montón de gente que podría ganarlo y otro montón que no. Pero no quiero cancherear con la respuesta".


El poder iniciático de la televisión

Si bien Ajaka venía participando de varios programas, su paso por Guapas el año pasado le dio una popularidad inesperada.
–¿Qué le aportó la televisión a tu costado actoral?
Plata.
–Me organizó. Yo la paso bien igual. Lo digo medio brutal. Separaría la actuación entre lo audiovisual y el teatro. En lo audiovisual está el cine y la televisión. Cuando vienen las ponderaciones sobre el laburo de los actores pareciera que el cine ocupa per se un lugar superador con respecto de la tele. Depende para quien, pero el soporte es similar. En el teatro el actor es el dueño del tiempo y del espacio, en lo audiovisual sos parte de un engranaje. En el teatro es el fenómeno vivo, te parás ahí, hacés la mueca, le das el pie al otro actor, decís la letra. Vos mirás y el tiempo y el espacio están en tu puño. El otro es diferente y es todo lo otro. Yo había hecho como quince o dieciséis películas antes de haber actuado en tele, con papeles chiquitos. La televisión tiene en el encuentro con la actuación una cosa primaria, tiene que resolver una escena sin prolegómenos y eso es interesante para el actor, en medio de un sinfín de improvisaciones. Hay un texto que organiza en una tira diaria. Es cierto que va a ocurrir la misma escena varias veces durante el año. Si sos un poco pillo podés ir robando varias tonalidades y no necesariamente es la misma. Lo vincular en una tira diaria se va a repetir y no está mal. No tiene lo excelso pero tiene el valor del juego primario, iniciático. Dentro de eso hay niveles, depende del guión: si es más amplio, si los personajes están escritos con mayor singularidad. En este caso, Donofrio estaba bien escrito y permitía que haya un tratamiento sobre la palabra que correspondía a algo propio del personaje. Me la paso bien, soy actor entonces es mi trabajo, mi oficio.

Fuente: Tiempo Argentino

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