Sexo con extraños


La literatura, en discusión

Hay una zona del teatro que conoce a la perfección las preferencias de cierto público. Eso no es garantía de éxito, claro está, pero sí al menos de una certera estrategia de llegada a un público que gusta de un teatro ameno, de buen ritmo, con figuras conocidas o populares, pero que a su vez tenga los elementos necesarios como para que ese evento se convierta en uno de tipo "cultural". Y qué mejor, para ello, que instalar la obra en un consultorio de un psicoanalista famoso (La última sesión de Freud), o entre un grupo de amigos que compra un cuadro diferente (Art), o en las discusiones literarias que dos artistas de ese medio puedan tener. Este último es el caso de Sexo con extraños, obra que, al tiempo que juega con el morbo que produce (parece mentira pero aún así es), la palabra "sexo" en su título, nos permite salir de allí "enriquecidos" por sus nobles reflexiones sobre la literatura.

Vayamos descartando opciones. El sexo que aparece es bien escaso y, como se dice habitualmente, muy cuidado. La puesta en escena y las luces hacen lo necesario como para que de los cuerpos no se vea absolutamente nada y los actores ni siquiera necesitan desnudarse para "actuar" una escena sexual. Está claro desde el principio que no la habrá (y hay que decirlo: ellos en cuanta entrevista tuvieron señalaron que no se trataba de una obra "subida de tono"). Por allí no hay mucho más. En lo que hace a la literatura hay que señalar que las opiniones de Laura Eason están muy atravesadas por su propia idiosincrasia. No se discute sobre literatura, sino sobre "industrias culturales" y la literatura aparece como una de ellas, como también lo hace el cine. Los debates desde el punto de vista de las industrias culturales giran en torno al venderse al mercado o al mantenerse en su propia línea estética, entre trabajar temáticas provocadoras que interesen al mercado o quedarse fiel a sus propias obsesiones, interesarse o no hacerlo por las opiniones de la crítica especializada. Y no es que esto sea trillado; lo extraño es que una escritora profesional crea todavía en la existencia de una voz propia, que no entienda el problema de las influencias y que un escritor analiza la calidad de una obra por sus niveles de sensibilidad.

Si nos olvidamos de todo esto nos queda una historia de amor que seduce en su ternura, en su ingenuidad y por sobre todo en los modos en los que los dos actores viven el juego de la seducción. Es allí donde Valdes y Soffritti se mueven con mayor soltura: cuando no tienen que hacer ni de la escritora con talento pero sin reconocimiento, ni del joven rebelde que bastardea con su ausencia de privacidad y de respeto un ámbito tan sacro como el literario. Cuando son sólo eso, dos cuerpos que se buscan, se desean, se acarician, se pelean, la química emerge: en el extremo opuesto al de la "composición" de personaje y en la zona misma de una fragilidad que puede conectar rápidamente con la platea.

La dirección de Diego Corán Oria, destacadísimo director de teatro musical, hace lo que puede con un texto que lo encorseta permanentemente porque lo acorrala en la instancia representacional. Sólo en el intervalo, me animaría a decir, aparece él con todo el brillo y creatividad a los que estamos acostumbrados.

Fuente: La Nación

Sala: Metropolitan Citi

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