El topo


Hermosa ensoñación

La producción del dramaturgo Luis Cano resulta cada vez más intensa y sobre todo abundante. Propuestas que siguen, a su modo, ciertas reglas de la dramaturgia tradicional y textos de extrema poesía que pintan mundos de una intensa oscuridad. Inquieta siempre su profunda observación sobre ciertas conductas humanas que coloca en el centro de la escena con el fin de confrontar la experiencia de esos seres, con una realidad tan agobiante como la que ellos expresan.

En esta última línea puede inscribirse El topo. Un cuerpo dramatúrgico fragmentado. Un relato plagado de sorpresas que conmueve no sólo por el destino de su protagonista, sino porque él expone una mirada sobre aspectos del mundo del teatro que observa siempre detrás de la escena.

La historia es sencilla, aunque posee un trasfondo muy amargo. Un hombre deforme nació y creció dentro de una sala teatral y nunca salió de ella. Él simplemente cuenta aspectos de su triste historia. Lo hace de manera natural y esto genera, en quien observa, una tensión particular. Hechos y personajes que describe no hacen más que dar cuenta de su gran desventura.

El teatro (el espacio) cobija a un personaje que parece escapado de una historia dramática de principios del siglo XX. Un fuerte halo romántico domina la escena y el espectador terminará inmerso en un fuerte clima, casi de ensoñación. Tan cerca o tan lejos del personaje de acuerdo con los sensibles o escabrosos momentos que él refiere en su relato.

Cano, en tanto director, construye un espectáculo de una prolijidad extrema. Hay belleza en esas imágenes que él mismo va potenciando con la luz. Pero distancia la actuación de Luciano Suardi. El intérprete, sin dudas un actor muy sólido, expone ese relato de manera creativa. Juega con mucha seguridad con los hechos que narra y logra hasta componer un ritmo casi musical. En muchos momentos, la historia del topo se aleja de la atención del espectador. Ese hombre es como un espíritu inquieto, saltarín y escapista, que se dejará ver por momentos y, en otros, habrá que imaginarlo. No siempre será fácil atraparlo.

Sobriedad y un marcado acento romántico se imponen en el destacado diseño de escenografía y en el vestuario de Rodrigo González Carrillo.

Fuente: La Nación

Sala: La Comedia, Rodríguez Peña 1062 / Funciones: sábados, a las 21.15; domingos, 20.30

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