Alejandra Flechner: El comité de Dios


Una actriz con sello propio

Interpreta a una psiquiatra en El comité de Dios, que se estrena hoy dirigida por Veronese.

Dicen que en los buenos equipos los jugadores se contagian: al jugar bien, todos juegan mejor, y así unos a otros se potencian. Pero claro, para eso además de jugar hay que dejar jugar, si no se transforma en una tarea más, en la que se cumple, como comúnmente se dice de la oficina. Y aunque Alejandra Flechner cree que todos los trabajos se parecen, ella siente formar parte de uno de los buenos equipos en El comité de Dios, la obra Mark St. Germain (el mismo que La última sesión de Freud), que se estrena hoy en el teatro El Picadero. Allí hace de "una psiquiatra, que junto a dos cirujanos, una enfermera, una asistente social, y un personaje que es cura y abogado a la vez, debe decidir a qué paciente se le da un corazón para trasplante".

–¿Qué tipo de psiquiatra sos, de los que medican directamente o de los que acompañan sus dosis con terapias?
–Soy pastillera total. La obra  transcurre en los Estados Unidos y hubo un momento en que Daniel (Veronese, el director) quiso hacer la adaptación para acá, pero el funcionamiento es diferente: acá el Incucai centraliza los trasplantes, y en los Estados Unidos, al ser casi todos hospitales privados, puede haber ocho hospitales que hagan transplante de corazón y vos elegís a cual ir. Entonces era muy difícil trasladar la obra acá porque había toda una cuestión que tiene que ver con la trama que no iba a coincidir. Esta psiquiatra trabaja con medicación y cree en eso. ¿Viste que los americanos (los norteamericanos, como me dice mi hijo cada vez que digo los americanos; una cuestión cultural, me mata), los norteamericanos son muy pastilleros. Encima esta mujer ella misma tiene un trastorno, es bipolar, y se médica. Es una psiquiatra con todas las de la ley.

A Flechner le gusta hablar con neologismos y dar vuelta las palabras, hace a su estilo de mujer resuelta que tiene todo bajo control. Los estilos son estilos, se sabe, la realidad suele ser más rica. Cómo saborear su estilo de neologismos y palabras dichas al revés.

–Seguro que te entusiasma la obra, de lo contrario no estarías en ella. Pero debe haber algo en particular que te atrae.
–Los cirujanos de trasplante son una rama de la cirugía salvaje. Y acá hay dos: uno que trae el corazón, y el otro que va a hacer el trasplante. Son como unas bestias. Hay algo del cirujano que es un poco salvaje, como los pilotos de avión. No sé por qué los relaciono, debe ser por las situaciones que atraviesan: ¡hay que estar 20 horas de tu vida en el aire llevando gente! Son profesiones que, por un lado entrañan una responsabilidad de darle la vida o causarle la muerte a alguien, por otro, familiarizarte tanto con la muerte que entrás como a naturalizar algo que para nosotros es como que impresiona. Son las preguntas que uno se hace, porque es la profesión alejada de uno. ¿Cuándo se muere un tipo, ¿qué hacés? ¿Te deprimís, no te deprimís, te tomás una raya, salís de joda? Y... cuando se te muere el tipo número ocho no debe ser lo mismo. Y estamos hablando de algo del ego, también. Esas son las preguntas que uno se hace de afuera. Para mí son como los atletas de alta gama, muy semidioses: no pueden fallar un milímetro; los entrenan para no fallar.

Flechner cree que los actores, al menos los actores como ella, que se sienten seguros de su capacidad pero no se consideran geniales, cada vez que se meten en una obra siempre se les arma una línea entre la realidad y la ficción. Ella sintió algo de eso con la muerte de Alejandro Urdapilleta (ver aparte). En la obra su personaje acaba de reincorporarse al trabajo luego de la pérdida de su hija.

–¿El libro de la obra es muy riguroso o les dejó lugar para crear en paralelo?
–La obra se trabajó a letra sabida, porque es muy coral. No es una obra poética, tampoco se cuenta la peripecia de ninguno de los personajes. Se cuenta un cuento. Estamos todos los personajes un lunes a las 8:15 hs. de la mañana para armar las listas de personas en disponibilidad absoluta de recibir un corazón. Porque la relación es de 7 a 1: si hay 70 mil tipos que esperan, hay 10 mil órganos disponibles. Son reuniones en las que se evalúan un montón de pacientes y se decide poner en la lista de espera quién recibe y quién queda arafue (afuera), atrasca (atrás) o stand by. Así empieza la obra, pero a su vez ese día está llegando un corazón, y encima aparece el hijo de una persona que es un tipo con muuuucha guita, y el tipo quiere hacer una donación grosa si lo atienden, y esos son programas que necesitan muchísima guita para no caerse. Y el trabajo es una reunión de siete personas donde yo digo una frase y el otro me contesta, es un mecanismo. No había mucha chance de experimentar nada, porque no hay nada que se pueda desarrollar por fuera de la obra y que aporte. Y en el teatro hay que buscar lo que es necesario para la historia. Son personas híper profesionales que tienen cargos muy importantes y muy altos, o sea que recorrieron un largo camino, son personas muy preparadas que pueden trabajar bajo todas esas cuestiones de presión y estrés. Y aun así lo gracioso de todo eso es que lo que finalmente se filtra en ese lugar que es tan acético como un quirófano, y donde todo debería ser pulcro, es la mugre humana. Las decisiones de estos personajes también están teñidas por cuestiones personales, sentimientos de gente que hace ocho años que trabaja junta, momentos de la vida; como en la oficina.

No le gusta el drama, aprecia las profundidades. De los sentimientos, de las circunstancias, de las personas. A eso responde su "como en la oficina"; se trata de trabajos distintos nomás, después son todos humanos. Así que los define la condición que los rodea, no su calidad de gente, aunque claro que la hay: por algo también eligió la obra.

–No es un tipo de teatro que hayas transitado mucho.
–A mí me hizo acordar a El Método Gronholm. Nadie decía nada demasiado trascendente, no pasaban las grandes tragedias humanas, ni había problemas metafísicos, era algo: unos tipos que tenían que conseguirse un laburo. Sin embargo estaban en un lugar cerrado, una unidad de tiempo y lugar, que esta obra también tiene. Y ahí nos pasaba exactamente lo mismo: hacíamos dos funciones y nos cansábamos muchísimo. Era una hora y media, un nivel de concentración que no podías fallar. Y el mecanismo era todo en algún sentido. El juego es el mecanismo. Ninguna pieza puede fallar: no se puede remplazar con sangre, temperamento, sensibilidad. Actuar bien esta obra es jugar el juego. Creo que el teatro es así, igual. Pero a veces hay otras responsabilidades. No es lo mismo hacer un personaje que empieza en la infancia y hay un trayecto. Esto es casi como una operación: cuando todo está donde tiene que estar, está buenísimo (en los ensayos); y cuando algo falla un milímetro, como una operación, se te murió el tipo, se murió la obra. Es muy jodido eso. No la salva nadie en su individualidad, y no hay ningún personaje que tenga la obra cargada al hombro. Si no la armamos todos en la ecualización que tiene que tener, la obra falla. Y eso es tremendo, porque requiere de mucha concentración.
–Más que el fútbol donde te salva Messi, es como el básquet.
–Exactamente, esto es básquet. Falla uno, falla el equipo. Ese es el secreto de la obra.   «


"la muerte de urdapilleta dejó un hueco en el mundo"
Flechner compartió mucho tiempo profesional y personal con Alejandro Urdapilleta. Y con respecto a su muerte, no duda: "Para mí fue una bomba. Dejó un hueco en el mundo. No es algo: ¡cómo sufro yo! Siento que el mundo está un poquito peor." Salvando las distancias, se sugiere si fue como la muerte de Luis Alberto Spinetta. "Alejandro está en otro camino del hormiguero. Pero sí, es cierto que después de haberlo visto trabajar a él toda una generación se dedicó al teatro, así como debe haber muchas generaciones, por el tiempo y la visibilidad de su obra, que se dedicaron a la música por Luis. Creo que hay una línea que a la vez es una diferencia importante entre ser un gran artista y tener mucho talento, y cierta chispa de la genialidad. Esa es la diferencia. Ellos la tenían. Alejandro era un escritor, un narrador; tiene cuadernos enteros escritos que alguien tal vez los descubra y vea que es un genio. Ese nivel, del cual yo me siento muy lejos, y creo que la mayoría de los que hacemos cosas estamos lejos. La chispa de la genialidad existe, es un don como abrir la boca y hacer llorar a la gente con tu voz. Son cosas que se pueden mejorar, educar, optimizar, pero están ahí. Entonces claro, quedarse sin la genialidad de Urda es duro; ese sentimiento de injusticia que a uno le viene. Sé que es un pensamiento burdo decir que hay tanta gente de porquería que se podría morir y hay gente que es tan increíblemente valiosa que muere. Pero el mundo es un poco así, un poco burdo. Hay que bancarse esa cuestión."



elenco y funciones
Además de Alejandra Flechner trabajan en El comité de Dios  Roberto Castro, Héctor Díaz, Ana Garibaldi, Gustavo Garzón, Julieta Vallina y Gonzalo Urtizberea, bajo la dirección de Daniel Veronese. Se presentan de miércoles a domingos en El Picadero. Pje. Santos Discépolo 1857.


un radar inoportuno
Alejandra Flechner no cree mucho en su olfato comercial, aunque sí confía en sus elecciones. "Me llamaron para El Método Gronholm y a mí me interesaba mucho trabajar con Veronese, pero cuando leí el libro, pensé: ¿a quién carajo le va a interesar este tema? Y resulta que el tema de unos tipos reunidos en una prueba de laburo le importaba a todo el mundo. En ese aspecto no me considero como un radar oportuno", ríe a punto de la carcajada. "Lo mismo pasó con Monólogos de la Vagina", refuerza.. "Nos llaman a las Gambas (al Ajillo) para ofrecernos el espectáculo antes de que se armara uno con muchos elencos rotativos, y los leímos y dijimos: 'No podemos volver a hacer esto, lo hacíamos hace 15 años'; pero no desvalorizando el material, nos parecía medio antiguo para nuestra necesidad. Y fue un boom. En ese aspecto soy un desastre. Y de hecho Caperucita (Javier Daulte) que me parecía genial, fue un sofraca (fracaso) absoluto de gente. No soy una salame, o descolgada, pero soy un desastre: todo me parece antiguo en general (risas)".


una gamba que se siente "paradoja"
Existe un libro que se llama Las indepilables del Parakultural, que cuenta la historia de Las Gambas al Ajillo, tal la importancia del grupo en la movida cultural de los ochenta. Luego, el grupo que fue venerado, dejó de actuar. Ese sentimiento a contramano fue, en general, una característica de Verónica Llinás, Laura Market, María José Gabin y Alejandra Flechner: Las Gambas. "Soy una especie de paradoja", se define Flechner. "Siempre tiene que haber como un opuesto, es mi entretenimiento. Tener tan claro de lo que habla la obra ya me aburre, es como que no tiene la suficiente hormona para que me haga entrar en entusiasmo. Sí me interesa encontrar, que las cosas se vayan revelando. No tengo un camino hacia un lugar, voy con lo que me va sucediendo", describe la actriz sobre su trabajo.

Fuente: Tiempo Argentino

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