María Ibarreta


“En la argentinidad está todo mezclado”

La célebre actriz, que acaba de ganar el Premio Podestá a la Trayectoria, realiza un documental sobre nuestra tradición actoral.

Cuando tenía cinco años, a María Ibarreta su madre la anotó en las clases de folclore de Mario García. “En esa época no había gabinete psicológico ni nada parecido y, entonces, como yo era muy inquieta, me pusieron a bailar”. Entre sus compañeras estaba Evangelina Salazar. Un día, el productor Pancho Cárdenas llegó al estudio y eligió a un grupo de niñas para que participara en “La revista infantil” que emitía Canal 7. Una de las seleccionadas fue Ibarreta.

“Así me convertí en pionera de la televisión en vivo”, dice bromeando quien, desde ese momento, no largó más la actuación. Siendo niña le pusieron como seudónimo María Angeles , con el que llegó a tener una muñeca para reforzar el marketing dirigido a la platea infantil de la época. Ibarreta compartió trabajos con Tita Merello, Olinda Bozán, Lola Membrives, Sandrini, Mario Soffici, José María Vilchez, Nini Marshall. Además, fue la compañera de Osvaldo Dragún y una de las mujeres que participó del surgimiento de Teatro Abierto. Asume que, pese a actuar en el ciclo, “Teatro Abierto fue una gesta de hombres. Las mujeres acompañamos, tuvimos un lugar importante, pero lo idearon ellos”. Durante esa época, principios de los ´80, también se volcó al teatro barrial como parte de una militancia política que se desarrolló en Quilmes. Es decir, Ibarreta conoce todo el paño y es sobre todo una mujer inquieta.

Después de semejante rodaje, fue homenajeada la semana pasada con el premio Podestá a la trayectoria. Pero lo más importante es que actualmente realiza una síntesis de su labor en un documental que está desarrollando sobre la tradición actoral en la Argentina. “Hace unos años, Eugenio Barba me preguntó sobre los orígenes de la actuación argentina. Y eso me movilizó mucho porque en nuestra argentinidad está todo mezclado: el circo criollo, el grotesco, el sainete. Es válido preguntarnos cómo es nuestra expresión y por qué somos lo que somos arriba de un escenario.”

¿Qué rescatás de aquella camada de actores tan fuertes?

Lo que ellos hacían era práctica teatral pura, porque venían del circo, como, por ejemplo, Olinda Bozán, que era la mujer de Podestá. Ellos tenían otro entrenamiento, otro saber. No contaban con ningún “método”; se hacían en el escenario y tenían una relación muy fuerte con el público, como Tita Merello, alguien con mucha intensidad en la expresión. “ Hacelo, hacelo ”, era la frase que te decían cuando proponías algo. Aprendí haciendo como los actores criollos populares. Tuve la suerte de verlos en su última etapa.

¿Hiciste un quiebre con eso?

Me casé, tuve dos hijos y me empecé a replantear cosas porque a los cinco años no se elige una vocación. En un momento, toda esa tradición a la que pertenecía no estaba bien vista, porque eran actores de la “representación”. Me sentía rara y empecé a estudiar con (Luis) Agustoni, (Raúl) Serrano, (Ricardo) Bartís, (Eugenio) Barba. Fui bastante ecléctica. Hasta que, en un ensayo, Robert Sturua me dijo: “A ndá al espejo y buscá a la vieja, tu personaje, o cómo te pensás que los encontraba Stanislasvki ”. Él me legitimó todo ese saber de la práctica que tenía clausurado.

¿Sentís que es valorada la raíz de aquellos actores criollos a la que, de algún modo, pertenecés?

Hubo directores que hicieron una síntesis, como Bartís, y jóvenes que se acercan a esa tradición. La pregunta sobre nuestro origen en términos teatrales se interrumpió con la dictadura del ‘55. Porque a esos actores se los asociaba al peronismo y hubo que negarlos. Esto afectó a todo lo que se asociaba a lo popular, no solo al teatro. Se miró hacia Europa, no se repensó lo nuestro. Y es importante hacerlo, no para repetir sino para reconocernos.

Fuente: Clarín

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