Treptikon


Precisas y sutiles constelaciones aéreas

A los sones de la música de Erik Satie se descuelgan una tras otra a emprender el vuelo, para volver a encaramarse luego en el balcón de altura al otro extremo de la pista. Como un armonioso mecanismo de relojería surcan el aire, forman constelaciones diversas. Las trapecistas comienzan un viaje hacia alturas espaciales y conceptuales. Treptikon es una nueva escala en ese recorrido iniciado con Mamushka, Mandalah y Brumadhia , los espectáculos previos de la compañía Circo Negro, siempre con dirección de Mariana Sánchez.

Una de las acróbatas, Agostina Degasperi, desciende entreverada en un aro, ¿o se trata de un aro que baja realizando una sutil coreografía sobre el cuerpo de la artista? Difícil discernir quién sostiene a quién. A ras del suelo pasará una bandada de pajarracos graznando, en gracioso contrapunto que recuerda la torpeza del albatros en tierra contrastando con su majestuosidad en vuelo. O al cacareo pedestre de las aves de corral frente al elegante entrecruzamiento aéreo de las gaviotas sobre las olas marinas. El canto lírico de María Teresa Ciaria atraviesa la escena con una solemnidad que lleva la marca de un guiño de humor, sea con paso displicente de gran diva o columpiándose cual querubín.

Pero no sólo los personajes por momentos centrales o las coreografías de dibujo grupal exhiben una marcación precisa. También quien ocupa transitoriamente el rol de apoyo a la escena, sea sosteniendo una soga o acercando un cambio de vestuario, se convierte en personaje que le otorga un matiz especial al cuadro, que trasciende más allá de su función aparentemente secundaria.

Simples o complejas, las destrezas están siempre en función de la sorprendente estética del conjunto. Aporta, y mucho, un manejo muy cuidado de los tiempos, la creación de climas con las luces y el vestuario, así como el entorno musical, que transita por partituras de Mozart, Brahms, Paganini, Chaikovski y del repertorio de la llamada música étnica. Pequeños toques gestuales en algunos pasajes les quitan neutralidad a los cuerpos acrobáticos, les otorgan sentidos vitales a la escena.

Las ocho mujeres que conforman el elenco no sólo resuelven las escenas de destreza sin fallas, sino que lo hacen con una soltura que adquiere un valor propio. La emoción no surge del suspenso ante el riesgo, de la superación del peligro, sino de la aparente facilidad con que se arriba a la creación de imágenes de gran belleza y capacidad sugestiva. Generan así una fuerte corriente de empatía con el espectador.

En sofás, sillas y almohadones del Club de Trapecistas, la sede de Circo Negro, se acomoda público de las edades más diversas en una mezcla igualmente vital. No se puede decir si es un espectáculo para niños, para adultos o para todo público. Probablemente sea todo ello a la vez. O, más radicalmente, quizá sea un espectáculo diferente para cada uno. Sus imágenes oníricas se prestan a desplegarse en mil y una lecturas.

Fuente: La Nación

Sala: Club de Trapecistas, Ferrari 252, Caballito / Funciones: sábados, a las 21, y domingos, a las 20.

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