Los pájaros cantan en griego


Crisis con la literatura

"Los pájaros cantan en griego" narra el desgaste matrimonial de un escritor y una escritora. Se lucen Ibarreta y Vieyra.

La obsesión por convertirse en un escritor famoso. Más que eso: la enorme ansiedad por constituirse en un “best seller”. Alguien leído por millones de personas en todo el mundo. Y, a la vez, la inquietante sensación de que todavía no ha logrado ubicarse ni siquiera en una primera línea, con el miedo incluido de que la ausencia de novelas exitosas determinará graves altibajos económicos. Junto a sus preocupaciones profesionales, el chileno Manuel Cienfuegos enfrenta el desgaste de su vínculo matrimonial con Eva Sackville, traductora colombiana que también suele escribir.

Con este eje argumental, Marco Antonio de la Parra (psiquiatra y dramaturgo nacido en Chile en 1952) armó su pieza teatral Los pájaros cantan en griego, título que surge de una frase similar que se le atribuye a la escritora Virginia Woolf en sus días de inestabilidad mental.

Se trata de una obra en la que se impone nítidamente una faceta de su conflicto, achicando situaciones que -con mayor despliegue- podrían haber enriquecido el mundo anímico de sus dos únicos personajes. Y aunque es innegable que los diálogos le abren el camino a significativas y, en ocasiones, hondas reflexiones, es igualmente cierto que el relato se encierra en un tema casi excluyente.

Por ejemplo, las razones que fueron provocando el deterioro sentimental de Manuel y Eva, más allá de que la mujer es adicta al alcohol, algo que rechaza duramente su esposo; las líneas críticas sobre la dictadura militar chilena; la ambigua referencia de Eva en cuanto a una supuesta homosexualidad de Manuel; el confesado embarazo de ella, del que no se vuelve a hablar, son aspectos que permitían una interesante profundización.

No es que sugerir esté mal, lo que ocurre es que esos costados narrativos posibilitaban un tratamiento más a fondo. En definitiva, la posible diversidad de la obra asoma en distintos tramos, pero sin levantar vuelo.

Por su parte, a lo largo de los noventa minutos de duración de Los pájaros cantan en griego se deslizan más de veinte nombres de escritores, entre consagrados y menos conocidos, que transforman -por momentos- las vicisitudes de los protagonistas en un recorrido de tono demasiado literario. Citar a menos de diez de ellos hubiera sido suficiente para ilustrar el contenido cultural de la década del ‘60 y del ‘70 en las que transcurre la historia.

No obstante la carencia de un enfoque más amplio, y de la innecesaria acumulación de tantos nombres de figuras emblemáticas del arte, la dirección de Carlos Ianni es rigurosa, maneja el material mencionado con las dosis exactas de tensión y desesperanza, y aprovecha la música de Osvaldo Aguilar para embellecer algunas secuencias clave.

Por su parte, los protagonistas, Víctor Hugo Vieyra y María Ibarreta, cargan sobre sus espaldas con la nada fácil tarea de elevar el nivel general de la puesta.

El actor interpreta a un Manuel intenso, atormentado por los fantasmas de una ardua labor literaria, mientras que Ibarreta transmite con sensibilidad los desequilibrios de Eva. Los dos componen de maravillas a seres frágiles, que conmueven.

Fuente: Clarín

Comentarios

Entradas populares de este blog

Andrea Gilmour

Susana Torres Molina: Estática

Chamé Buendia: Last Call-última llamada