Norma Pons: La Casa de Bernarda Alba


"Se hizo justicia y ahora estoy tranquila"

La actriz, que se hizo famosa como vedette, cumple su sueño con el protagónico de La casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca, bajo la dirección de Muscari.

Norma Pons contradijo su destino. Cuando fue –decidida y muy joven– a que le leyeran las líneas de su mano, no le gustó nada lo que le predijeron: ni la fama ni el éxito estaban marcadas en su cuerpo. "Yo creo mucho en eso. Creo muchísimo. Pero lo negué. Me dije a mí misma: 'Yo sí voy a ser reconocida, porque es mi vocación.' Este trabajo es para mí y en algún momento me lo van a tener que reconocer. Así que luché contra la línea de mi mano", dice la mujer, escondida en unos anteojos de borde blanco grueso en plena noche y con ese tono de voz grave y pausado, que le da cierta profundidad y misticismo a cada cosa que dice.
Así, como quien toma un cuchillo y se marca en la piel una herida que quiere que quede para siempre, Norma Pons no escuchó a ese destino en el que tanto cree y se ocupó de perseguir su vocación. Ahora, protagoniza la obra más emblemática de Federico García Lorca: La Casa de Bernarda Alba, bajo la dirección de José María Muscari y acompañada de un grupo de actrices muy distintas entre sí: desde la joven modelo Florencia Torrente (hija de Araceli González) hasta la actriz de cine Martina Guzmán o la talentosa y experimentada Adriana Aizemberg.
Pero a pesar del recorrido y de sus esfuerzos, Norma Pons siente que recién ahora, a los 70 años, le llega el reconocimiento que ella buscó: convertirse en una actriz de carácter, que hace un clásico. "Siento que Lorca escribió para mí, que él es parte de mi ser. Mis maestros me dicen que soy una actriz lorquiana, que esa es la cuerda que manejo, que yo he trabajado la línea de Lorca sin darme cuenta”, dice emocionada.
–¿Por qué sos una mujer lorquiana?
–Hay autores que nacieron para uno. A Lorca toda la vida lo admiré y de todos los clásicos fue el que más leí. Me identifico con Lorca en la vida. Siempre me he tenido que manejar sola. Soy una mujer soltera. No formé una familia. Nunca le pedí nada a nadie. Sólo he pedido trabajo. Golpeé muchas puertas. Algunas se abrieron, otras no. Pero nunca dejé de luchar por mi vocación y por mi trabajo, por lo que yo creo. Hay algo de masculinidad en mi carácter, porque tengo un carácter muy fuerte, que no pongo en práctica. No me gusta la pelea. Sí, discuto las cosas que se pueden solucionar, pero cuando ya no hay solución, no discuto: me voy. Me ha pasado en el trabajo y con mi familia. Cuando algo se terminó, se terminó. No podemos seguir discutiendo, porque no hay solución. El día de mañana yo llego a tener cáncer y no voy a luchar contra el cáncer. Trataré de tener una dignidad de vida, pero no me cambies, ya estoy marcada. Esa es la valentía que tengo hacia la vida. Me banco un montón de cosas. Nadie sabe de qué manera me banco las cosas, cómo aprendí a callar. Lo que imploro es que se me respete, porque si no se me respeta, puede pasar cualquier cosa. Yo no lo perdono, porque no me lo merezco. No hagas lo que no me merezco porque cierro la puerta y no la abro más. Tengo mucho orgullo y eso me lleva a perder muchas cosas. Pero tengo orgullo para mantener una dignidad de vida, para poder mirar de frente a las personas y discutirles y hablarles y que me escuchen.
–¿Y en las líneas de tu mano estaba escrito que ibas a ser madre?
–Sí, pero no las seguí. Esas no. Luché por lo que yo quise: mi vocación. No quise arrastrar a nadie. Pero tenía marcados dos hijos.
–¿Te arrepentiste de no ser madre?
– No, jamás. Porque no quise arrastrar a nadie en esta locura. Esto es una locura y, a pesar del esfuerzo y todo lo que he luchado, tampoco he logrado estar donde debería estar. Y no me importa. Es mi vocación la que está conmigo y nada más hermoso le puede pasar a un ser humano que vivir de su vocación. Y ahora me pasa que siento que llegó mi momento artístico. En el escenario entro en otra dimensión, se me borra la gente, no sé si hay gente en el teatro. Yo, en escena, soy Bernarda y no sé lo que pasa alrededor. Sé lo que le pasa a Bernarda con su entorno, estoy atenta a todo, pero nada me molesta. Todas me preservan, casi no me tocan, me dejan. Me da la impresión  que las chicas, como son muy jóvenes, sienten una admiración hacia mi persona.
–¿Es la primera vez que te sentís así en el escenario?
–Es la primera vez que me pasa sentirme en otra dimensión, después de la experiencia que fue Cocinando con Elisa (obra de teatro que se presentó en el Teatro del Pueblo, en 1997, dirigida por Villanueva Cosse). Esa obra fue la que me catapultó a que me respetaran, nada más que a eso, a que me creyeran que podía hacer cosas más comprometidas. Cuando llega el final de la obra, me preguntan qué pasa y yo les digo que no sé. Sé que a una de mis hijas le pasó algo muy grave, pero no sé qué le vendo al público. No sé qué le doy al público para que me devuelva lo que me devuelve. No estoy consciente de nada. Y no tengo ganas de estarlo. Disfruto así, ignorando un montón de cosas. Ni siquiera me preocupa la boletería y yo vivo de mi trabajo.
–¿Sentís que no te han reconocido como merecés?
–Sí. No estoy donde debería estar. Se me tendría que haber reconocido antes, 20 años antes. Pero no me abrieron las puertas de los teatros. Fue por mi carrera de vedette. No me perdonaron mis raíces. Y lo que no saben es que la mujer que hizo revista puede hacer todo en el cine, en el teatro y en la televisión. La que sale de la revista tiene abiertas las puertas de todas las artes.
–¿Qué te hubiese gustado hacer?
–Que el teatro oficial me abriera las puertas. Me hubiese gustado haber viajado por el mundo con obras de texto. Hubiese hecho repertorio mundial. Pero no me abrieron las puertas y un día se lo dije a Kive Staiff (el anterior director del San Martín, durante 30 años) y él me dijo: "¿Por qué no sigue en la revista que lo hace muy bien?" ¡Me contestó de esa manera! Y me acuerdo que un escenógrafo muy importante me tapó la boca con la mano. ¡Cómo me va a contestar de esa manera! También fui al Cervantes y el señor que está en este momento en la dirección (Rubens Correa), me cerró la puerta. Ni siquiera me atendió. Yo me pregunto por qué. Me da bronca. El año pasado le dije a José María Muscari: "Dentro de tres años cumplo 50 años de profesión, ¡cómo me gustaría hacer un clásico!" ¡Pero qué me imaginé que José María iba a animarse a hacer un clásico! Nunca se me ocurrió. Ahora, me encuentro que estoy trabajando con el autor que toda la vida amé y que lo sé de memoria. Toda su obra la sé de memoria. Siento que Dios me iluminó. Se hizo justicia y ahora estoy tranquila.
–¿Cuándo te diste cuenta que querías ser una actriz de carácter?
–Es a lo que siempre apunté. Yo busqué siempre lo mismo. Pero llegué a Buenos Aires de Rosario, con mi hermana Mimí, éramos altas, flacas, rubias, nos vio José Marrone y nos llevó de las narices al Maipo. No sabíamos lo que era y cuando vimos ese antro de perdición nos quisimos morir. Pero se ve que nos adaptamos: la segunda revista, los primeros culos que salieron al escenario fueron los nuestros. Pero mi objetivo era este: iba a las clases de teatro y les pagaba a los profesores para que, después de la clase, fuéramos a tomar un café y me contaran cómo se hace un Shakespeare, cómo son los tiempos, cómo se aborda un clásico. Eso hice durante cuatro años: tomé café con maestros del teatro.
–Al final llegó el clásico. ¿Lo podés disfrutar?
–No sé… pero trabajo y le pido a Dios que me ayude con mi salud y otras tantas cosas. En la vida, todo empieza y todo termina. Creo que la juventud tiene que entender que el que maneja los tiempos, maneja la vida. Manejen sus tiempos y apunten adonde quieran llegar. La vida te da la oportunidad. Pero los jóvenes no se dan cuenta, están en otra, no se preparan, pasan de largo, se les pasa la vida y no se dan cuenta.

La actriz hace una pausa en su relato, mira para un costado las mesas del café que está al lado del Teatro Regina. La mayoría de las mesas está ocupada por personas solas, que miran sus teléfonos o trabajan en computadoras portátiles. "Quiero cerrar la nota con una frase de Bernarda Alba”, dice y enseguida la larga, mientras cruza las manos de forma solemne: "Llantos no. A la muerte hay que mirarla de frente.”  «


Severa y extrema
"Las mujeres de Lorca no tienen ovarios, todas las mujeres de Lorca tienen testículos", dice Norma Pons y enseguida resalta la lectura que José María Muscari hizo del clásico. "Creo que Muscari respetó a Lorca como ninguno. La obra es un canto a un montón de cosas. Tiene que ver con la libertad, con los prejuicios. En una época donde había una represión muy grande como fue el franquismo, tiene que ver con la España reprimida. Muscari hace hincapié en la familia y sabe muy bien cómo manejarnos. Era una sociedad en la que realmente era un valor casarse virgen. Si no, era la casa de las malnacidas. Había que cuidar la fachada, la imagen", define.
Escrita en 1936, Norma Pons piensa que la obra de Lorca no es tan lejana. "Es una historia muy hermosa y atemporal. En todas las épocas, puede pasar. Yo creo que actualmente en España, en algún pueblito muy recóndito, puede estar pasando algo como lo de Bernarda Alba. Yo conozco gente en España, mujeres que tienen 50, 60 años y que no han perdido la virginidad porque no encontraron un hombre. Ahora ha cambiado mucho la vida. Se fue de un extremo al otro", piensa.
Norma Pons comparte elenco con Andrea Bonelli, Adriana Aizenberg, Mimí Ardú, Florencia Raggi, Valentina Bassi, Martina Gusman, Lucrecia Blanco y Florencia Torrente. Dice sobre sus compañeras de trabajo: "Son actrices con las que no he compartido ni un café, porque no quise. No he hablado de sus vidas personales, porque si lo hago, van a dejar de ser mis hijas. Todo eso me pasa con Lorca, tengo muy poco contacto con las actrices. Yo las siento mis hijas. Yo sé que ellas saben que yo soy su madre. Me lo hacen sentir por cómo se mueven en el escenario."



carta de un director a su musa
Por José María Muscari (*)
A Bernarda Pons de Muscari para Lorca:
Yo hago La Casa de Bernarda Alba para que actúe Norma Pons, porque es genial ensayar, verla gestar un rol, vivir el teatro a su lado. Ya hicimos juntos Cash, Julio César (semimontado) y 8 mujeres y cada experiencia fue un lujo. Un lujo Pons. Pons es un planeta. Un planeta propio. Sólo una ex vedette muy grande, muy colosal, muy genial  puede haber sido el gran soporte de un grande como Antonio Gasalla durante muchos años. Para luego, mutar de vedette a comediante, y de ladera de cómico a actriz de carácter. Sólo Pons puede comprender escénicamente el amor que tengo por esta obra y por Lorca y ser la traducción mas soñada de perfección aberrante de esta Bernarda siniestra, despiadada y hostil. Sólo Norma Pons es una grande sin prejuicios. Sólo Norma Pons deja boquiabierto a Jorge Rial una hora en un reportaje al mediodía en Intrusos y a la noche conmociona hasta las lágrimas al público culto del Teatro Regina que paga por ella y para ver "¿Qué hizo Muscari con Lorca?" Sólo ella puede ser tan especial y mágica. Soy un enamorado de mi actriz fetiche Norma Pons. Soy un respetuoso de su talento y su profesionalidad. Norma Pons es la única actriz que puede arrancar risas en la platea del Regina, haciendo respetuosamente a Lorca y a la vez lograr que el público llore de pie ovacionándola. Solo ella lo logra, porque Norma Pons es la más perfecta síntesis de actriz que conozco: talento, histrionismo, verosimilitud, entrega, pasión y por sobre todas las cosas grandiosidad. Les ruego no se pierdan, esta, la tercera "Bernarda Alba" del espectáculo local. La primera fue la grandiosa María Rosa Gallo, luego la perfecta Elena Tasisto y hoy, más acá en el tiempo, la gran Norma Pons: una institución de 70 años. Una mujer del mundo del espectáculo con mucho taco gastado sobre el escenario en el momento más sublime de su carrera. Pons hace Lorca y ayuda un poco, sólo un poco la batuta y la pluma de Muscari.
José María Muscari, el amor no correspondido de Norma Pons.
(*) Director de La casa de Bernarda Alba.

Fuente: Tiempo Argentino

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