Nazarena Vélez


Nazarena Vélez: “Hasta Darín y Francella no voy a parar”

Convertida en exitosa productora de teatro, el mes próximo desembarca en Canal 9 los domingos, con la misma familia de ficción. Se reconoce ambiciosa, arrolladora, pero, confiesa, tiene “un problema con la felicidad”.

Un nombre es un destino. Lo advierte el latín (“Nomen est omen”). Lo certifican tantos portadores de mitologías reencarnadas. Da fe Dora Nazarena Vélez: un 25 de julio, a las 0, después de pujar fuerte, su madre estableció Se llamará Débora Dora.

La partera, entonces, se iluminó: “¿Una devoradora? Póngale Nazarena. Nació a las doce, como Jesús de Nazaret”. Así, la niña se llamó Dora Nazarena, pero el alma guardó esa estirpe “devoradora” como destino final. Se devoró al medio televisivo. Lo traspasó. Ahora lo quiere gobernar. Produce teatro. Desembarca en Canal 9 como productora de ficción. Se atreve a convocar a Norma Aleandro. Delinea, delira, sueña: “Los quiero contratar: hasta Darín y Francella no voy a parar”, dispara las palabras con una intensidad como quien las pariera. “Devoradora, laburadora. No sueño con ser Pol-ka ni Ideas del Sur. Sueño con ser Televisa”.

Primero es una mancha más en San Telmo. Dos tacones lejanos como jeringas en los adoquines. Se acerca y, en ese zoom, es una loba famélica. Un taco mal encajado hace comba, pero no se quiebra. Como ella, que se quiebra, pero no se rompe. Invocará, sin que se lo pidan, a su hermana Jazmín, muerta en un accidente automovilístico en 2010. Llorará, se reirá, llorará. Así sucesivamente. Nazarena, la mancha “llena de errores y aciertos”, la misma que a los 18 años era presidenta de un comité de la UCR de La Florida, Quilmes. La que en 1989 salía a estampar muros y postes con afiches de Eduardo Angeloz. La que en los casting de publicidad le hacía frente a Valeria Mazza y a Araceli González. La que en la grabación de un comercial de Pepsi dejó escapar a un perro que casi muere reventado contra un parabrisas. “Para mí este té llamado emoción”, pide al mozo, pero no hay pócima que necesite para las emociones. Las anida a todas juntas.

Quisiera que describas la cara de Norma Aleandro cuando se juntó con vos y le ofreciste un protagónico en “Los Grimaldi”.


Le arranqué una sonrisa divina. Me dijo ‘No puedo, pero muchas gracias’. Lo mismo cuando le hice la propuesta de laburo a Graciela Borges: ‘Gracias, yo ahora hago películas’. No me importa nada. Ofrezco laburo. Una atrevida. Lino Patalano, con quien me asocié, me dijo ‘No puedo creer lo caradura que sos. Te van a sacar cagando’. Olvidate. El año que viene voy por Darín y Francella. No existe el no para mí”.

¿Cómo creés que te ven ellos? El tema es el prejuicio, que justamente no es tuyo, sino de los otros...


Me ven laburante. Muchas veces como a una boluda y otras muy inteligente. La vulnerable. Me perdonan muchas cosas porque no lo hago a propósito. No busco ver cómo reaccionás vos. Hago lo que siento en el momento y después me arrepiento. Por ejemplo, me fui a Punta Cana con mi marido y salieron fotos en topless. Mi hija Bárbara me dijo: ¿Eran necesarias? ¡Nunca más un pezón! Tiene razón. Las preguntas a las que no puedo responderme me hacen aprender. ¿Era necesario? No.

¿Nunca más desnudos?


Si a los 40 sigo haciendo una tapa de Playboy, no aprendí nada. Ya me vieron el culo divino. Ya está. El crecimiento de mi hija me ubicó. Ahora las minifaldas tiene que usarlas ella.

¿Tu hija no es tu antónimo?


Yo digo que es la hija de Teté Coustarot. Fina, educada. Eso demuestra que soy buena madre. Que las cosas dentro de las cuatro paredes las hice bien. Siempre le digo a mis hijos (Gonzalo y Thiago): ‘Una cosa es la tele. Mamá no es la de la tele’ . Tengo ideales familiares fuertes. Mi mamá y mi papá, casados desde hace 40 años. Son perfectos. Claramente no pude copiar el modelo.

¿”Los Grimaldi” retratan qué modelo de familia? ¿El que idealizabas o el que lograste?


Rodolfo Ranni dice en la obra ‘En el fondo nos amamos’. Y está esa desesperación de amor que tiene mi familia por los padres, por los hijos, por los hermanos. Desde que empecé como secretaria de Gerardo me metía en las producciones. Pero no había llegado al piso económico para solventar una producción. Sé que me voy a morir en este medio, pero no quería deber un centavo a nadie.

“Me quiero morir en este medio”. ¿Qué harías si un día el medio te cierra la puerta?


Si mañana me tengo que poner una verdulería, no se me mueve un pelo. Jamás me moriría de hambre. Jaz Producciones (por Jazmín, su hermana) no cumplió un año y ya me asocié a Patalano para hacer la comedia en Mar del Plata y en Carlos Paz, más otra obra en Carlos Paz. Además, Los Grimaldi en Canal 9 desde octubre. Y yo el año pasado rogaba que fuera gente al teatro... Estoy más vieja y más tranquila. Tengo 39 años y empecé en esto a los 14. El medio me fue viendo crecer. Me fui equivocando, porque soy 100% visceral, pero no me arrepiento. Yo siento que mi caso es al revés del mundo. El personaje no se comió a la persona, la persona que soy se comió al personaje. Me muestro como soy.

¿De quién aprendiste más en el medio televisivo?


De Gerardo (Sofovich), de su obsesión por el trabajo.

¿Qué lugar ocupaba la TV en el living de los Vélez antes de desembarcar vos en ella?


Muy poco lugar. Como éramos tres hermanas muy seguiditas, me la pasaba jugando con ellas, en Quilmes, chiveando, colgada de los árboles. Era machona, varonera, con remera de El hombre araña . De adolescente no tenía ni teta ni culo y me gustaba que los hombres me vieran a la par. Era fanática de La familia Ingalls.

La familia Ingalls. Justamente. Una costilla deformada de esa serie podría ser Los Grimaldi.

La rubia le pidió a Atilio Veronelli que escribiera a estos Ingalls argentos. En las entrañas, el pasado más caótico, kitsch y arrollador de esa loba que dice dormir cinco horas al día, y que se reconcilió consigo “pero no con Dios”.

¿Usted fue vedette este verano?, le preguntó alguna vez su profesor de teatro. Ella respondió que sí. “¿Pero usted es vedette?”, repreguntó él. “No”, se despachó ella. “¿Le gusta serlo?”, machacó él. “No”, confesó ella. “Entonces usted es una prostituta de la profesión”, le disparó la frase el hombre, como quien planea un asesinato con un rifle. El profesor era Norman Briski. La alumna hoy se ríe de aquel tiro.

Desde antes de ser secretaria en ATC, en los ‘90, Dora estaba acostumbrada a “pechear”. Cuenta que a los 18 años, cuando el abuelo Gonzalo tenía “a Alfonsín y Jesucristo” en la misma escala, ella asesoraba a los afiliados de la UCR a dónde conseguir la caja PAN. “Amaba con locura a mi abuelo, por eso mi hijo se llama así. Me parecía fascinante ayudarlo. Me presenté como presidenta del comité La Florida y gané. Lo hice poco tiempo”.

¿O sea que una carrera política no sería descabellada?


Sería descabellada porque en la política suele no haber reglas limpias y yo no puedo transar. Estamos en un momento de mierda, como un Boca- River que no entiendo. Prefiero estar afuera.

Afuera, del otro lado del vidrio, una mujer empaña el cristal con el beso que le arroja. Justo cuando Nazarena, que ostenta el cuerpo escrito de nombres, angelitos y palabras francesas, sin aviso, se pone a llorar. “Tengo un problema con la felicidad. Cuando me noto contenta, me da culpa. Pienso a mi hermana donde está y tengo que soltarla. Vivir sin culpas. Que nadie me va a pasar factura de mi felicidad”. Se seca la lágrima, clava jeringas en los adoquines, sonríe y se va.

Fuente: Clarín

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