David Maler: Sueños americanos y un elefante


Un puñado de ilusiones ciegas

También músico y director de cine, el dominicano radicado en la Argentina acaba de montar la obra del estadounidense Dennis Weisbrot, una comedia absurda compuesta por cuatro piezas independientes que cuestionan diversas aristas del llamado american dream.

David Maler está en la mira del periodismo rosa de la República Dominicana. A sus 23 años, acaba casarse con Nashla Bogaert, joven actriz y presentadora que los portales del corazón suben al podio de la más sexy de la TV de ese país. “La noticia ha causado un poco de sorpresa, pero es que la conocí y no quise dejar que se me escape”, piropea al pasar este marido de aires al Pocho Lave-zzi. Hijo del reconocido artista plástico Leopoldo Maler, David nació en el país caribeño y creció entre Boca de Chavón –“un pueblito de pescadores sin televisión ni teléfono, que parece sacado de un cuento de García Márquez”, donde su padre tenía un estudio de arte– y centros de exposición de todo el Globo, más que nada de Buenos Aires. “Me crié entre esos dos mundos. Nunca pertenecí ciento por ciento a la idiosincrasia dominicana ni a la porteña, pero me identifico con las dos culturas.” Hace cuatro años y medio está instalado en la Argentina. Sueños americanos y un elefante, escrita por el estadounidense Dennis Weisbrot, es la primera pieza teatral que dirige, además de ser uno de sus tres intérpretes, junto a Guillermo Jáuregui y Mara Meter.

Maler es también músico y director de cine. “En realidad, voy experimentando. Me gusta agarrar una idea y después buscarle la disciplina”, corrige. En su trajín, hizo cortos, ideó largos, montó instalaciones de video experimental, filmó videoclips (recientemente, para la banda argentobritánica The TenSixties) y lució sus movimientos en diversos audiovisuales. En teatro, actuó en una primera versión de la experiencia teatral Usted está aquí (todavía en la Ciudad Cultural Konex) y en Intruders (pieza que se mostró en el off porteño en inglés y con subtítulos). Menciona un hito en su educación actoral: sus entrenamientos, desde los 16, con Jack Waltzer, maestro de Dustin Hoffman y Sigourney Weaver, entre otras figuras de talla, y a quien Roman Polanski recomendó alguna vez con énfasis.

Sueños americanos..., que se muestra los miércoles a las 20 en El Tinglado (Mario Bravo 948), es una comedia absurda compuesta por cuatro “obritas independientes”, situaciones que abordan aristas de la noción de “sueño americano”: la alienación laboral, la “inutilidad” de cierta abundancia de información en tiempos de globalización, la “ductilidad” de la identidad y el poder de los relatos y el consumismo “patriótico”. Al igual que en Intruders, los diálogos son en inglés, con una pantalla que ofrece el subtitulado sobre la cabeza de los actores. ¿Y el elefante del título? “En Estados Unidos se dice que hay uno en la habitación cuando hay algo enorme de lo que nadie habla. Pasa con el racismo, por ejemplo. Son temas tabú, como los de la obra”, desasna en la charla con Página/12.

–Intruders ponía en escena un colapso ecológico. Desde otra perspectiva, Sueños americanos... también es crítica del capitalismo.

–Sí, claro. Lo que me fascinó de esta obra es que está todo ahí, sencillo en el buen sentido, con una crítica que viene desde el humor y provoca cierto “cariño”, digo yo, porque los personajes dan un poco de pena. Si bien la crítica se puede leer a un nivel devastador, la manera general es ligera. Intruders era más oscura, el nivel psicológico de los personajes era más profundo. Presentaba un mundo posapocalíptico al que llegábamos por el consumismo y la sociedad descartable, en la que todo tiene un tiempo de uso y después se descarta.

–¿Recién casado es un momento especial para reflexionar sobre el “sueño americano”, ese deseo de artificio por la casita, el autito y el perrito?

–Totalmente. Los personajes creen que eso es la felicidad. Se creen la ilusión. Cuando rozan la idea de que se cae, vuelven al carril otra vez. El espectador es el que se da cuenta. Es cierto que el matrimonio te lleva a pensar en esas cosas, pero hay que chequearse siempre un poquito, a ver para dónde estamos yendo.

–Es una ilusión de la que es difícil correrse, por la inteligencia del propio sistema sociocultural y económico.

–Muy difícil. Por eso esta obra me encanta. El lenguaje teatral es muy frío, no hay que ser un conocedor de la disciplina para entenderlo. Todo el mundo cree que la obra de uno debe ser vista, pero en este caso, más allá de que sea con mi dirección, la considero importante para reflexionar. Puede aportar al día a día de las decisiones. Si el arte está apuntado al esnobismo intelectual, no sirve de mucho, es elitista y no me gusta. Si cualquier persona puede hacer catarsis, es más productivo. Pero, claro, ¿cómo le dices a alguien que tiene un trabajo fijo, uno que no le gusta pero con el que provee a su familia, que está en un sistema de consumo innecesario? Es muy cruel decirle directamente que lo que está haciendo es terrible. La obra es atemporal, pero lo que es conocido como “sueño americano” fue una construcción de estilo de vida del origen de Estados Unidos. Es un fenómeno muy interesante que a toda una nación se le diga “esto es lo que quieren”. La obra habla de la ilusión en la que las personas creen ciegamente, aunque sea la cosa más ridícula. Por otro lado, el sistema es muy inteligente: te genera un miedo atroz a desprenderte para perseguir tus sueños. Es un miedo tan grande que no se puede culpar a nadie. La protección que te da lo conocido no te deja salir. Yo mismo me levanto cada día muerto de miedo: “Hago esto, me voy a morir de hambre en cinco años”. El sistema te dice que vas a fracasar.

–Los períodos de campaña electoral, como el actual, son también un momento particular para pensar en estas cuestiones: el sueño americano podría reconstruirse a partir de las consignas de los candidatos.

–Claro. La verdad, y lamentablemente, soy bastante ignorante de la política. Opino de lo que veo en general, pero para tener una crítica válida hay que conocer un poco más a los candidatos, lo que proponen, sus historiales. Los temas de esta obra son una crítica puntual a Norteamérica, pero se aplican absolutamente a todos los países, cortesía de la globalización. En cuanto a los políticos, lo que noto es que cada uno nos dice “tenés que creer esto”, lo cual parece indicar que es mucho más tranquilizante que nos digan qué creer, que nos quiten de encima la responsabilidad de elegir.

–Weisbrot, que además de dramaturgo es poeta, escritor y periodista, fue parte de la Generación Beat en Estados Unidos antes de mudarse a Buenos Aires, donde aún reside. ¿Cómo fue trabajar con él?

–Mi preocupación más grande era no poder rendirle homenaje a sus palabras. Ahora está chocho, dice que es la primera obra de la que está verdaderamente orgulloso. Es difícil trabajar con un dramaturgo vivo, es un proceso de aprender a ceder. Lo que absorbió de esa cultura, de esos movimientos, de vivir intensamente, le brota en la piel y en la obra.

Fuente: Página/12

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