David Amitin: El experimento de Próspero


“La venganza es una pasión que arrasa”

El director, dramaturgista, régisseur y docente argentino –radicado en España– introdujo dos personajes de La tempestad, de Shakespeare, en esta obra basada en La disputa, del francés Pierre Marivaux, en la que el final queda abierto.

La condición errática del deseo y la identificación de lo que es propio son motivo de análisis en El experimento de Próspero, pieza teatral en la que cuatro jóvenes, aislados desde el nacimiento, hacen las veces de animalitos de laboratorio en la investigación del alquimista Próspero. El plan es observar cómo se comportan al ser liberados de la soledad. La obra, cuya dramaturgia pertenece al escritor y actor español José Padilla y al director y régisseur argentino David Amitin, parte de La disputa, del francés Pierre Marivaux (París, 1688-1763), autor que –sin desprenderse de sus temas preferidos, los enredos del amor y las sorpresas que depara el azar– incorpora situaciones y personajes nuevos, como dos preceptores de raza negra. Si bien La disputa (en el original, entre un príncipe y una dama de la corte) pone el acento en la infidelidad, las dramaturgias europeas contemporáneas subrayaron otros aspectos: la crueldad, por el arbitrario confinamiento de los jóvenes, y la posterior libertad controlada.

La puesta que viene dirigiendo Amitin, en el Teatro Andamio 90, introduce otras variantes. Aquí no hay preceptores negros, ni príncipe, ni dama, sino dos personajes de La tempestad, de William Shakespeare, Próspero y Ariel, y un final distinto al imaginado por Marivaux, autor de “obras galantes” que optó por un cierre con “parejas perfectas, impecables y felices”. “El experimento... muestra al mago Próspero investigando sobre la vida salvaje y la vida en comunidad, el amor y la infidelidad a través de la peripecia de cuatro jóvenes. Fracase o no el experimento, Próspero dejará libre a Ariel, porque aun sin su servidor seguirá interrogándose”, resume Amitin, quien reside en Madrid desde 2002 y realiza periódicos viajes a la Argentina.

–¿Cuál es, en este caso, la ventaja del final abierto?

–Que el espectador se entrene y simpatice con preguntas que incentivan el diálogo, como las que hace Ariel sobre el deseo de obtener más cuando se está bien. Esto me recuerda un dicho popular: “Lo mejor es enemigo de lo bueno”. Cuando se quiere más, teniendo lo necesario y valioso, es porque ahí hay un problema.

–¿Se trata de una versión antes no estrenada?

–Este es un proyecto de teatro alternativo creado para estrenar en la Argentina. Trabajamos en cooperativa. El año pasado estuve aquí impartiendo talleres y organizando los castings para elegir el elenco de jóvenes. La excepción es Daniel Toppino, de más edad, que interpreta a Próspero. El actor que compone al servidor Ariel tiene sólo 19 años, y las dos parejas están entre los 20 y 24. Toda gente joven y muy resuelta. Algunos están empezando y, por lo que he visto, muy bien.

–¿La historia que se cuenta pide una actuación “inocente”?

–Inocente, pero de calidad. El lenguaje tiene humor. Los personajes jóvenes hablan y conjugan con errores, y eso crea situaciones cómicas. Próspero los escucha y se enfurece con Ariel porque les ha enseñado mal. El paso siguiente es corregirlos hasta que hablen como se debe.

–El experimento... es una novedad dentro de su teatro de prosa, donde, entre otras puestas, se destaca Bartleby, el escribiente, de Herman Melville...

–Una puesta que empezó y terminó en Buenos Aires, con dos temporadas en Babilonia, en 1999 y 2000. Después hicimos una corta temporada en un teatrito, también del Abasto, que desapareció, como desaparecieron Babilonia y otras salas: Los Teatros de San Telmo, donde estrené Memorias del subsuelo, de Dostoievski; y la Sala Planeta, donde presentamos Los siameses, de Griselda Gambaro. Se han perdido espacios interesantes.

–¿Sucede también en España?

–Allí se está viviendo una crisis importante, y eso afecta a la cultura en general. En el ámbito teatral, la reacción es semejante a la que se produjo en la Argentina en los peores momentos. Los actores están formando cooperativas y cobran según cómo vaya el espectáculo. Pude estrenar una obra que gustó: Geografía de un soñador de caballos, de Sam Shepard, y eso porque trabajamos en cooperativa, un tipo de producción que antes era impensable. En Madrid se está sintiendo la influencia de Buenos Aires. Tengo una escuela para actores y directores, y organizo talleres, también fuera de España. Trato de mantener mis actividades, en España, la Argentina y en los países que me convocan para dirigir teatro de prosa y ópera, que me fascina. En España, últimamente presenté, entre otros trabajos, Buenas noches, Hamlet, escrita en colaboración con José Ramón Fernández. Allí, un largo flashback conducía al entierro del viejo rey y continuaba con la escena de Gertrudis y Hamlet, ubicada en el presente.

–Una escena más sobre el mandato que, con diferencias, aparece en otras puestas suya, como Tango ruso...

–Hamlet es un “fundamentalista” de la palabra dada. Ha prometido vengar a su padre y en eso se le va la vida. Es un ser condenado, sin destino. Desde este punto de vista se entiende su actitud frente a Ofelia. Al tratarla con dureza y enviarla a un convento, la está protegiendo. En el fondo, el suyo es un acto de amor desesperado.

–¿La venganza lastima al que la busca?

–Al que la busca y a quienes lo rodean. Es una pasión que arrasa. Por eso me interesó tanto una puesta de la Compañía Meno Fortas, de Lituania, donde, muertos todos, el cadáver del rey se incorpora, se acerca a Hamlet y pide perdón a su hijo.

–No es sencillo aplacar el deseo de venganza...

–Y menos si está ligado al deseo de poder, porque los otros serán siempre enemigos a los que hay que destruir. Ese es el camino a la locura, a la decadencia... La venganza y el error son tragedias diarias, como vemos ahora a través de los noticieros.

–Tampoco en esta obra se apartó de la música...

–La disfruto. Me formé con grandes maestros en la Argentina, con Guillermo Graetzer y Ljerko Spiller; estudié violín y, siendo muy joven, toqué en la Sinfónica Juvenil de Cámara que dirigía Teodoro Fuchs. En El experimento... introduje pequeños acentos de piano, percusión, triángulos y timbales. No utilicé cuerdas porque no quería “endulzar” la obra sino dejarla más seca y acotada para lograr un contrapunto con el texto. Ya era suficiente la “dulzura” del enamoramiento y de la fascinación que expresan los jóvenes hacia los opuestos. El alquimista Próspero hubiera querido que el amor fuera perfecto, pero no encuentra esa perfección. Tendrá que darle una vuelta de tuerca a su investigación. Por eso se dice que “siempre es mejor que la última respuesta sea una pregunta”, y esto porque las preguntas abren el juego y amplían el horizonte.

–Un método que fastidia...

–Porque el que pregunta, quiere salir de la incertidumbre y espera hallar en la respuesta la seguridad que no tiene. Pero es cierto que algunas cuestiones necesitan un cierre categórico.

Fuente: Página/12

La obra

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