Los locos Addams


Diversión en una obra pequeña, de gran producción

A juzgar por lo presenciado durante la función de prensa de Los locos Addams se entiende fehacientemente por qué la producción estaba obsesionada en tener a Gabriel Goity al frente del elenco. Cuesta imaginar el resultado de este producto sin este actor a la cabeza. Y el elogio se hace extensivo al resto de la compañía. Porque hay una magia que se conjuga en forma efectiva y concreta: los personajes de Charles Addams y quienes los encarnan.

Los fanáticos no se sentirán defraudados y los que buscan reírse durante dos horas y pico sentirán que invirtieron bien su dinero. Enrique Pinti tuvo un papel vital en el cumplimiento de esos propósitos. Con su adaptación, mejoró el libro simplón de Marshall Brickman y Rick Elice. Pinti no sólo aporteñó el texto, sino que le dio más fuerza al humor negro (y blando) de los autores originales. Los juegos de palabras y guiños locales se agradecen, el público los festeja y los actores se sienten visiblemente cómodos diciendo humoradas entendibles y más ingeniosas. Porque el mayor problema de la propuesta es su estructura. Es una simpática comedia musical, con una historia sencillísima amparada por el carisma de sus personajes y el marco en el que se mueven. Claro está, Los locos Addams tiene la factura Broadway bien calzada. Es de esas producciones que provocan el aplauso espontáneo cuando emerge algún imponente elemento escenográfico, plagada de trucos y artilugios escénicos muy bien pensados.

Andrew Lippa compuso un puñado heterogéneo de canciones que, aunque no esquivan la trama, su partitura no es de lo más inspirado que se haya visto en el género. Tiene temas efectivos como "Si sos un Addams", "Atrapado", "Una noche normal" o "Más loca que vos", pero son los intérpretes quienes hacen atractivas las canciones más desabridas.

La trama gira en torno al conflicto que lleva al hogar Merlina, la hija mayor de Homero y Morticia. Ya es una mujer y se enamoró de un muchacho "normal" que llegará a la mansión a pedir su mano, junto con sus estructurados progenitores. Todo eso sucede en el marco de una sucesión de gags, situaciones graciosas y, por supuesto, bailes y canciones. No está Dedos, es verdad, pero por ahí anda el Tío Cosa, algún que otro monstruo, fantasmas y esos divertimentos clásicos de los Addams (la lamparita que enciende Lucas con su boca, los juegos de tortura con los que se divierten Pericles y Merlina). También hay momentos de magia y teatro negro que cautivan a través de una sinergia entre los diseños de luces, escenografía, vestuario y efectos.

Gabriel Goity y Julieta Díaz sorprenden como protagonistas de una comedia musical. Él se carga a sus hombros la efectividad del montaje. Sí, es Gabriel Goity haciendo de Homero, pero su estilo le sienta bien al personaje, sabe hacer reír y se descubre como un muy buen cantante. Pero el morcilleo y la improvisación siempre son un arma de doble filo. Si se mantiene la línea delgada por la que se transita hasta ahora está muy bien, pero si no, podría salirse del marco de esa excéntrica familia. Por su parte, Julieta Díaz se divierte con su Morticia, juega con su faceta irónica, y se mueve cómoda y sexy en la comedia. También demuestra que los años de Soy gitano dejaron importantes conocimientos que le resultaron funcionales en más de una coreografía de esta familia que transita en algunos tramos por el tango argentino y el tango andaluz. Ambos dicen muy bien desde la canción.

Pero los mejores momentos musicales de la noche son los que encarna Laura Esquivel, una sorpresa agradable en el papel de Merlina. No sólo tiene una voz tan hermosa como potente, sino que impone su presencia como intérprete y se mueve cómoda en las coreografías. Santiago Ríos es tierno como el Tío Lucas y, seguramente, con el correr de las funciones tendrá más incorporado el personaje. Alejandro Viola pone oficio y gracia como Mauricio Beineke, el estructurado visitante; Marcelo Albamonte le saca partido a un personaje difícil como Largo; Marco Dimónaco tiene carisma y se mueve cómodo en el género, y el ensamble de antepasados muertos acompañan en cabales coros y coreografías.

Pero un párrafo aparte merecen los trabajos de Gaby Goldberg, desopilante como la Abuela, y Dolores Ocampo, tan encantadora como divertida como la supuestamente inocente Alice Beineke. Dos muy buenas actrices que exprimen al máximo a sus criaturas.

Es importante señalar que es una obra que no está dirigida a chicos menores de 13 años.

Fuente: La Nación

Teatro: Ópera

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