Hoy debuta la finada


La pesadilla de “Grandes valores”

La obra de Patricia Zangaro, con María José Gabín en la dirección, tiene visos de sainete y grotesco criollo. Va en el Cervantes.

Hace 25 años Patricia Zangaro escribió su primer texto dramático: Hoy debuta la finada. Allí experimentó con los sedimentos del sainete y el grotesco criollo, géneros donde la autora hizo gravitar figuras arquetípicas ligadas a lo más reaccionario del ambiente tanguero. Esa cápsula de tiempo -todos en escena añoran su “gloria” pasada y coagulan la decadencia de su presente-es el punto de partida para la versión que dirige María José Gabín. La ex Gambas al ajillo explota una baraja de roles que, desde el comienzo, muestran retazos de humanidad. Los protagonistas ingresan a la sala arrastrando el paso, al modo de una troupe de zombies roncadores, y se desploman en las butacas. No estamos en La clase muerta, de Kantor, pero cierto automatismo, en este caso, nostalgioso domina a los tangueros de Zangaro y Gabín.

La ruptura de distancias entre intépretes y espectadores es la primera situación planteada en la obra. Por momentos, los actores generan un coro de resopladores; en otros pasajes simplemente incomodan con la mirada. Desde lo narrativo hay una hija lisiada, Rosita (Laura Ortigoza), que debe seguir el mandato paterno de sustituir a la madre -recientemente fallecida- en la orquesta familiar. “Catalina”, la madre muerta, es la figura fetiche de un matriarcado que dominó no sólo el plano familiar, sino el musical. Ahora que no está Catalina, los hombres, sobre todo el viudo Pascual (Luis Campos), quedan a la deriva. Son autitos chocadores lubricados con glostora que empuñan una moral rancia, misógina. En ese marco surgirá, nada menos, que una conflictiva historia sentimental entre Virola (Marcos Montes), un ayudante de Pascual, y Rosita. Sólo que el padre desea entregar a su hija únicamente a quien financie el concierto homenaje de la orquesta.

Gené señalaba en sus clases que gran parte de una obra se resolvía en el momento de elegir a los actores. Y Gabín convocó a un grupo curtido en la máscara de estos arquetipos. De ese modo surge una geografía dispar de los cuerpos con una potencia visual ineludible. Desde el fornido Carlos Kaspar hasta el delgadísimo Eduardo Bertoglio. En una escenografía cubierta con papel madera y atada con piolines, los machos barajan su hombría con peluquín o un desprolijo implante capilar. Hace unos años, la Fernández Fierro preguntaba en su disco Antipánico: ¿Te dan miedo Silvio Soldán y sus grandes valores?” Y Hoy debuta... revive esa pesadilla. Solo que como mueca.

Fuente: Clarín

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