Gabriel Wolf: Digital Mambo


El homo digitalis en escena

El integrante de Los Macocos lanza en este espectáculo una crítica, atravesada por el humor, a los usuarios obsesionados por las nuevas tecnologías. “Hay una compulsión cada vez mayor a lo inmediato, como a la idea de que sea ilimitado”, sostiene.

“El uso de celulares reduce el tamaño del pene”, advierte una noticia. “¡Depende cómo te lo frotes!”, objeta Gabriel Wolf. “Pero mejor no lo use ahí, señor, no es para eso”, aconseja cuando la charla a propósito de Digital Mambo, la obra que dirige en la Ciudad Cultural Konex (Sarmiento 3131), se vuelca a un comentario de ¿mitos? de telefonía móvil. “Dicen que si atendés con el cargador enchufado, el aparato te estalla en la oreja; y que si ponés cuatro celulares juntos y un grano de maíz en el centro, se hace pochoclo.” Algo de ese volantazo tangencial tiene el origen de la pieza que se muestra los sábados a las 21, una crítica –velada por la risa– a las “exageraciones” de los usuarios de nuevas tecnologías. Este integrante del grupo Los Macocos cuenta: “Hace tiempo tenía la idea. Busqué un elenco de perfil dúctil y una asistenta de producción de confianza. Con Daniela Carrara tiramos algunas líneas sobre posibles bocetos de sketches para que Pablo Palavecino, Leandro Aíta, Diego Carreño y Gustavo Slep improvisaran. Registramos los textos divertidos y Walter Duber les dio un armado dialogado”.

El hilo conductor es una presentación organizada por la compañía “Chocl” sobre la evolución del homo sapiens hasta el homo digitalis. “Hay un experto italiano, Giovanni Sartori, que habla del paso del homo video al tipo que está siempre conectado a dispositivos”, revela Wolf, que usa lentes de marco ancho desde antes que los hipsters. Cuatro versados de la firma, atinadamente vestidos con poleras negras y jeans azules, introducen cada número de paradojas de la era de la tecnocomunicación. “Steve, por Jobs; Mark, por Zuckerberg; Bill, por Gates; y Ramón, un argentino”, descubre. Como éste y el nombre de la empresa, la obra está plagada de guiños a la cultura geek. “Tal vez el espectador no registre todos los detalles, porque la gente de teatro no consume mucha tecnología”, observa. Por eso no se apuraron a estrenar cuando uno de los actores llegó a un ensayo con la posta de un inminente “nuevo iAlgo”, preocupado porque las referencias quedasen obsoletas. “La tecnología viene a enfatizar esta idea de ‘lo último’ –subraya–. En ‘La pesca’ aparece, por ejemplo, en esos dos tipos que te tiran el folleto por la cabeza, que hablan de RAM y nadie entiende un porongo”.

–Ya que lo menciona, en esa escena compiten por ver quién lo tiene más grande, enumerando funciones de sus aparatos que al cabo casi nadie usa.

–Totalmente, esa es una de las cuestiones que más me despiertan la atención. Si tuviera que poner en una palabra lo que me producen las nuevas tecnologías es “perplejidad”, un asombro que me deja cara de atónito. ¿Cómo es que todo el colectivo escucha, como partícipe de un monólogo, lo que dice una mina al celular? Sucede en el número del subte, en el que un pasajero opina sobre los mensajes de texto del otro. Me lo comentó Juli, mi señora, que iba mirándose de manera cómplice con otra pasajera mientras una tercera escribía en su celular, como diciendo “¡cómo le contesta eso!”. Por otra parte, aunque uno pueda ser un cavernícola con respecto a las novedades, el mercado obliga a adquirir lo último.

–La computadora reemplaza de alguna manera artefactos anteriores de funciones similares, como la máquina de escribir, pero la telefonía celular es más una “necesidad creada”.

–Que mis hijos preadolescentes tengan celulares para saber dónde están, está bueno. El tema es la exageración sobre lo nuevo, que con una lupa te mueve a la risa. ¿Qué visión tenemos de lo último, de la compulsión por tenerlo? Con esa pregunta nos sentamos a ensayar y a reflexionar. Así apareció el número sobre la “involución” de la comunicación: desde el celular al eco, en código Sprayette.

–Digital Mambo es manifiesto de la generación que pasó de lo analógico a lo digital. ¿Lo que lo deja perplejo es la velocidad con que se han naturalizado los nuevos chiches?

–Sí. Soy de esa generación, tengo 52 años, pero me puedo correr un poquito y sorprenderme. La comunicación es más rápida, en eso funciona bien. Pero cuando estás en el médico por una consulta, al tipo le suena el celular y te dice “disculpame” para responder un mensaje, ahí pienso: “Loco, soy el paciente, respetame. Demorá quince minutos en decirme “venga la semana que viene, Wolf, que le hacemos una placa”; y después contestá. Te saca de quicio lo inmediato todo el tiempo. En un artículo de la revista Cerdos & Peces de los ’90, el viejo Enrique Symns comentaba que había salido el último disco de Spinetta y se preguntaba: “¿Qué me pierdo si no voy a comprarlo ya?”. Puedo ir la semana que viene. Hay una compulsión cada vez mayor a lo inmediato, como a la idea de que sea ilimitado. “Tiene usted infinitas casillas.” ¿Y cuántas vas a usar, loco?

–Otro tip frecuente a la hora de vender tecnologías ultraoperativas es decir que simplifican la vida. En la obra, le erosionan cierta riqueza, como dicen en la canción de los emoticones, que reducen la potencia expresiva.

–La canción apareció para sintetizar su uso como redundancia. Te llega un mail que dice: “Che, Gabriel, estoy re feliz”. Al lado una carita... ¡re feliz! ¿Para qué dos veces? Odio los emoticones desde el Smiley estadounidense. Es una tontería, pero los voy a matar. Hablé con Jorge (Marona) y le encantó la idea. Hablé con Daneto (Daniel Casablanca), que puso la voz. Es un pequeño lujo del show tener una canción con música de un Les Luthiers cantada por otro Macoco. ¿Qué más puedo pedir?

Fuente: Página/12

Esquirlas del Indoamericano

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