Brontis Jodorowsky: El gorila


Brontis Jodorowsky: mono civilizado

Hoy en el Sarmiento se estrena este unipersonal sobre renunciar a lo que uno es.

El chileno Alejandro Jodorowsky genera polaridades. Para muchos es un soberano charlatán que se inventó a sí mismo. Para otros, entre ellos Marilyn Mason o Fernando Samalea, el psicomago (mezcla de teoría psicoanalítica y chamanismo) es un referente. Fue un propulsor del teatro pánico, allá en los ´60, junto a Fernando Arrabal y Roland Topor, pero abandonó la escena y se volcó al cine. Sin embargo, hace unos años sus hijos lo acercaron de vuelta al teatro. Los Jodorowsky montaron en Italia Opera pánica. Uno de ellos, Brontis, nacido en México en 1962, pero establecido en Francia hace 30 años, siguió vinculado artísticamente a su padre. Presenta hoy en el teatro Sarmiento, el unipersonal El gorila.

Una adaptación dirigida por su padre de Informe para una academia, de Kafka: la historia de un simio que, tras ser “civilizado”, se transforma en figura del Music Hall.

“La obra tiene un cincuenta por del texto original, y al resto lo aportó Alejandro -cuenta el actorr-. El final de Kafka es angustiante, ya que el simio sale de su encierro, pero debe renunciar a ser lo que es para transformarse en lo que otros quieren que sea. Nunca es aceptado, sino tolerado,” dice Brontis que debutó como actor a los 7 años, en el filme El topo, dirigido por su padre.

¿Siguen la visión negativa del relato sobre todo lo vinculado al ser humano?


La adaptación de Alejandro plantea que cada uno puede encontrar una salida. Nuestra obra tiene fe en la humanidad, propone que este momento absurdo y loco es pasajero. El destino del ser hombre es trascender.

Has trabajado en grupos con Ryszard Cieslak, actor emblema de Grotowski, y siete años en el Théâtre du Soleil, de Ariane Mnouchkine ¿Cuál es tu vínculo con el unipersonal?


Prefiero estar en grupo. Trabajé con Cieslak, pero se fue con Peter Brook para hacer El Mahabharata por todo el mundo. No lo pude seguir y entré en el Théâtre du Soleil, hasta que en un momento me presentaron como el “pilar de la compañía”. Me di cuenta que me estaba fosilizando, y largué todo. Me puse al servicio de directores que no hayan encontrado su teatro. Alejandro me vio en un Shakespeare y decidió volver al espacio teatral conmigo. Estoy solo en escena, pero acompañado por trescientos espectadores.

¿Por qué le decís a tu padre como “Alejandro” y no “papá”?


Alejandro me tuvo a mí, su primer hijo, en los ´60. Era un artista y quería salir de los prejuicios. El había tenido una infancia dura, ya que su padre lo había tratado muy mal y no tuvo ninguna relación de cariño. Cuando nací, él no quiso que le dijese “papá”. Su padre no le enseñó a ser papá, porque nunca le dio cariño. Alejandro quiso establecer una nueva manera de relacionarse con su hijo y crecí bien así. Tengo dos hijas y ellas sí me dicen “papá”. Alejandro hizo progresos como padre, y yo hice más que él. Tardamos dos generaciones en resolver la relación padre-hijo.

¿Cómo se traslada eso a la hora de que él te dirija?


Muy bien, pude aportar muchas cosas concretas a la puesta. Finalmente, la obra que tiene 260 funciones en varios países.

Fuente: Clarín

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