A mamá


Esquilo en el siglo XXI

Cumplir en plena forma 10 años de integridad ética y estética en el mundo teatral es todo un acontecimiento digno de ser celebrado. La renovada versión de A mamá , proyecto fundacional del Colectivo Apacheta, siempre con la guía de Guillermo Cacace, cumple con creces ese objetivo brindando una obra perturbadora que el público se llevará impresa en el cuerpo.

Descubierto tardíamente por los jurados que deciden premios (en 2008, por su memorable puesta de Stéfano ), algunos trabajos notables de Cacace pasaron casi inadvertidos, en particular, la deslumbrante creación escénica de Todo cuanto hace es viento (2009), de Angélica Liddell. Vale recordar que la última propuesta de este director con sello de autor fue un gran grotesco con tratamiento expresionista, Mateo , de Discépolo, presentado en el Cervantes.

Para quienes han apreciado la continuidad de la obra de Cacace, sin duda significará una emoción muy alta asistir a la representación de A mamá , versión libre y actualizada de "Las coéforas", episodio de La Orestíada de Esquilo. Pero también puede resultar un revulsivo shock para aquellos que se encuentran por primera vez con la impronta del hacedor de Sangra, n uevas babilonias .

Ya de movida se entra a la sala pisando una zona del escenario, sorteando algún foco en el suelo, camino de los asientos. Todo está a la vista bajo la implacable luz blanca: la gran mesa puesta para festejar la Navidad, el arbolito encendido que no para de hacer sonar su cargante musiquita alusiva, los personajes que empiezan a circular rezumando tensiones, chabacanería en algunos casos, profundo malestar en otros. De la estirpe maldita de los Átridas apenas quedan esos nombres que suenan impropios en algún lugar de nuestro conurbano. Y algunas situaciones básicas del original: el regreso de Orestes, alentado por Electra, para vengar el asesinato de su padre Agamenón, perpetrado por su madre Clitemnestra y Egisto, el amante; la indecisión temerosa de Crisótemis. Una familia que se está desmoronando; una madre que es la quintaesencia de las frases hechas, la hipocresía y el abuso de poder, con los ojos sombreados de verde a tono con el pantalón de brilloso lamé.

Casi 2500 años después de haberse estrenado la obra de Esquilo, otro grupo familiar la remeda, reproduce el esquema central de la tragedia. Pero ahora ya no está en juego el peso de la voluntad de los dioses (que exigieron el sacrificio de Ifigenia, consentido por su padre, que se evoca vagamente), el cadáver de Agamenón fue visto por Electra flotando en una Pelopincho, y las Erinias (antiguas divinidades vengadoras que castigaban con sus látigos) han quedado reducidas a molestos mosquitos.

Cacace encuentra un punto exacto entre la gravedad de la tragedia inexorable y esos toques de humor asordinado pero desopilante, guiños inspirados que ironizan mitigando las diversas formas de violencia que se agitan en la atmósfera de este obligado ritual familiar, tan proclive al estallido de crisis. Las dos clásicas máscaras del teatro griego se fusionan por momentos.

El director y su extraordinario grupo de actrices y actores se han arriesgado a una puesta extremadamente física, donde no sólo los cuerpos entran en trance y los choques son brutales: las luces subrayan despiadadamente lo que sucede en escena, sobre todo esos primeros planos muy cerca de la primera fila; los sonidos estridentes, hirientes de sirenas y cohetería puntúan este relato que preserva la unidad de lugar, tiempo y acción. Y por su lado, los temas musicales que se escuchan, traen su aporte narrativo, descriptivo. En el tremendo final, Palito Ortega haciendo "La sonrisa de mama" ("Esa flor que está naciendo,/ ese sol que brilla más, /todo eso se parece, / se parece a mí mamá") provoca un contrapunto de feroz humor negro, pleno de connotaciones.

Fuente: La Nación

Sala: Apacheta, Pasco 623, 4941-5669 / Funciones: viernes a las 23, a $ 60 y $ 45

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