Ruidos que atraviesan las almohadas



Una pintura sobre los ‘90

La obra de Ramiro Guggiari está ambientada en esos años que marcaron a la Argentina. Una familia tipo oficia de disparador.

“El salto o la muerte”, le dice al público Mijail, apenas comenzada la obra. Esta es la disyuntiva que nos presenta uno de los personajes. La toma de decisiones del que está acorralado. La de una sociedad que percibe encaminarse hacia un precipicio. La determinación de cada miembro de esta sociedad ante su propio precipicio.

Ruidos que atraviesan las almohadas, de Ramiro Guggiari, está ambientada en los ‘90 y habla de la falsedad y la incomunicación de esa época, y de sus consecuencias.

Una familia de clase media se prepara para ir a una fiesta. Un matrimonio maduro (Gregorio y Rebeca), la hija (Virginia), su novio (Mijail) y el primo de la hija (Lorenzo). Todo está o parece estar en orden. Pero esta aparente armonía deja entrever un equilibrio precario, apoyado en secretos que cada uno guarda. Empleos perdidos, esposas infieles y venganzas se agazapan ocultos. Lo no dicho es lo que mantiene unida a la familia.

Este equilibrio se rompe cuando, al salir hacia la fiesta, se corta repentinamente la luz y encuentran un supuesto cadáver en el pasillo. Alterados, vuelven al departamento y se encierran. Un clima de creciente paranoia hace que se acusen unos a otros. El teléfono que no funciona -y que los mantiene incomunicados con el exterior-, habla de la incomunicación entre ellos mismos. Las acusaciones cruzadas hacen que los conflictos estallen.

Desesperados por la situación (a esta altura, el aparente cadáver del pasillo pasa a ser sólo una anécdota), ya no tienen vuelta atrás. Y el salto al vacío ocurre. Pero es el salto del que busca salvarse solo. No importa que las culpas sean verdaderas o no. La ambición de salvarse es siempre mayor que la de ser honesto. Y en esta exacerbación del egoísmo aparecen fisuras, situaciones que desde el texto o las actuaciones rozan lo inverosímil.

La puesta de los directores Ramiro Guggiari y Gastón Calvi intenta reflejar la década del noventa, sin poner énfasis en la crítica política directa, sino mostrando algunas características de la imagen de la época y la música. Un living cargado de elementos cotidianos es el espacio escénico donde transcurre toda la obra. Cierta impronta televisiva hace que la generalidad del espectáculo esté hambriento de teatralidad. Entiéndase por teatralidad: elementos de puesta en escena que colaboren a romper un poco con el naturalismo actoral, tan pasado de moda, donde todo es lo que es y el cuerpo del actor deja de ser un componente expresivo.

Ruidos…, una obra con aires de policial negro, nos retrotrae a un período del país caracterizado por el egoísmo y la falsedad, y en donde los ruidos y gritos que no queremos escuchar, pero igualmente oímos, son, probablemente, los de nuestra conciencia.

Fuente: Clarín

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