Othelo



Payasos que se la toman en serio

El maestro de clowns Gabriel Chamé Buendía hace una versión vital y diferente de uno de los clásicos de Shakespeare.

Cuando los payasos caminan la línea expresiva de una tragedia -género que los buenos transportan en su ADN porque lo deben incorporar en su formación- o se la llevan puesta y avasallan con su comicidad o generan un inquietante equilibrio. Si se produce esto último, los payasos son cuerpos de una vitalidad inigualable, ya que en ellos lo trágico es un elemento simbiótico de la risa: siempre está sosteniendo la carcajada.

Gabriel Chamé Buendía tomó Othelo -acaso junto con Tito Andrónico la más oscura de las tragedias de Shakespeare- la tradujo, adaptó y convocó a cuatro actores que a esta altura ya dejan de ser una revelación: Matías Bessi, Julieta Carrera, Hernán Franco y Martín López Carzolio. Según el programa de mano el cuarteto se especializa “en el teatro físico, el clown y el burlesco”. Pues bien, si todo teatro es físico, la excepción aquí son los payasos sin nariz que, a cara limpia, interpretan más de quince personajes en Othelo.

Una maquinaria a destajo porque sostienen el texto original sin deconstruirlo; pivotean los roles con la natural desfachatez del conejo blanco de Lewis Carroll. Sin embargo, están en el borde, no destruyen el clásico; se encargan de rumiarlo en su lenguaje.

Los grandes trazos de la pieza son Othelo, el moro despechado a cargo de las tropas venecianas; Desdémona, su esposa; Yago, alférez y verdadero lobbysta del mal en sí mismo; y Cassio, el tercero en discordia, que finalmente de-sata la ira del moro. Yago, traicionado por Othelo, es el demiurgo de todas las conductas y su única creencia es el caos. Si tanta acción directa, ya que se mueve en las sombras pudriendo cabezas con intrigas, este personaje es el antecedente victoriano del guasón de Heath Ledger.

Lo paradójico de esta tragedia plagada de hombres provenientes de la guerra -aun laten en ella- es que la carnicería humana se detona con la posibilidad de que Othelo sea cornudo. El moro puede morir en batalla, pero ni por asomo tolerar la cornamenta aplicada por Cassio. Y esta disyuntiva operada por clowns debe ser tomada en serio.

Un tapete de colores, cubos y mesitas de fenólico, telas multiuso, una carpa iglú para una persona, un proyector y una cámara digital. Una tela es el mar; flotas- flotas de natación las espadas con las que se sacuden los personajes. Esta sencillez de Chamé es la muestra concreta de una sabiduría que devela estrictamente lo necesario en escena. Con esa base, mediante un preciso tejido de partituras donde entra el texto, la voz y los movimientos, el director potencia el sentido de las imágenes compuesta por sus señores payasos.

Fuente: Clarín

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