Miembro del jurado



Suspenso del mejor

No todas las obras teatrales tienen la fortuna de resistir sin deterioros visibles el paso del tiempo. Vemos con frecuencia textos que nos gustaron en su momento y hoy nos dejan indiferentes o, lo que es peor aún, nos parecen arcaicos. Miembro del jurado , de Roberto Perinelli, ha sorteado indemne el paso de más de tres décadas sin que sus valores hayan disminuido ni un ápice. Es como pasa con esos policiales clásicos del cine a los se puede volver siempre y encontrarlos atractivos, pródigos en factores de interés artístico. O con las mejores creaciones de Harold Pinter.

Estrenada en 1979, la obra fue recibida con excelentes críticas y sigue siendo, dentro de una producción teatral que ya incluye alrededor de veinticinco títulos, uno de los mejores trabajos de Perinelli. Lo que no es poca virtud en un autor cuya escritura ha mantenido una pareja calidad en sus piezas y ha ensayado una y otra vez procedimientos y caminos diversos para enriquecer una poética que tiene rasgos y obsesiones de carnadura muy propia.

En un prólogo a un libro que publicó en 1998 con tres títulos de Perinelli, el crítico Ernesto Schoo decía que "la teatralidad reside en la demora de una revelación". Nunca más apropiada la frase para una historia como ésta, tan cargada de suspenso y situaciones ambiguas, que van arrastrando al espectador hacia una creciente y expectante tensión. Meta alcanzada mediante una rigurosa economía de lenguaje y un diálogo que va administrando con precisión los cambios de clima, el pasaje gradual desde el humor o la calma del inicio hacia lugares más ominosos. El dramaturgo conoce y aplica muy bien los recursos del oficio, por algo es uno de los grandes pedagogos del teatro argentino actual.

Conocida durante la última dictadura militar, esa ficción teatral permitía ver por ese entonces el claro contraste entre el aire de festejo carnavalesco que experimentaba el afuera social -bien podía ser la metáfora de la alegría provocada por el triunfo en el Mundial de Fútbol- y una sensación de encierro oprimente que, representada por la supuesta cerrajería en la que actúan los protagonistas, aludía a otras realidades más duras que se vivían en esa época.

Hoy, sin perjuicio de otras interpretaciones que pudiera suscitar un material tan rico y que ha sido objeto de distintos estudios, la actual lectura parecería legitimar más una reflexión acerca del arduo tema de la justicia por mano propia, que siendo universal tiene una resonancia muy especial en la Argentina, un país que, por haber vivido en su pasado situaciones de una violencia muy traumática, podría haber alentado en la cabeza de algunos individuos la idea de una venganza personal que no se dio.

En el plano más concreto de la puesta, la realización plasmada por Corina Fiorillo -a esta altura una verdadera especialista en Perinelli, como que le estrenó dos de sus últimos títulos: Desdichado deleite del destino y Un hombre amable entró a orinar - muestra una gran consustanciación con el espíritu de la obra y un conocimiento fino de sus potencialidades, que son aquí desarrolladas al máximo. Importante apoyo en el logro de ese objetivo son las composiciones de los actores, de estupenda factura. Tanto Ernesto Claudio como Roberto Vallejos abordan con mucha sapiencia los múltiples retos que les imponen sus personajes, sus pequeñas y decisivas mutaciones, tan vitales para la evolución de la peripecia.

Por su parte, es de una intensidad conmovedora el trabajo de Silvina Bosco, en el dibujo de una criatura cuya caracterización es por demás difícil. En la singular estructura de sala Luisa Vehil, la escenógrafa ha sabido también construir un ambiente, que por la excelencia de sus detalles, aporta mucha atmósfera a la puesta.

Fuente: La Nación

Sala: Teatro Cervantes / Funciones: viernes a domingos

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