Los elegidos



La necesidad de un maestro

La obra que protagonizan Jorge Marrale y Benjamín Vicuña trata sobre jóvenes que desean ser escritores y contratan a un profesor duro y malvado. Tiene un sólido elenco.

La humillación para mostrar superioridad intelectual, denigrar el trabajo creativo, los fútiles deseos de superar miedos que asaltan a un creador, figuración a toda costa, egos indomables, competencia desmesurada por llegar a ser reconocido, el uso del sexo o de los antecedentes familiares para escalar a una inmediata ilusión de triunfo; aquellos temas que determinan el éxito o el fracaso social en este despiadado Siglo XXI, pasan por la ácida propuesta escénica denominada Los elegidos.

Imaginada por la dramaturga, novelista y guionista Theresa Rebeck (1958) también libretista de Smash (la serie producida por Steven Spielberg que recrea el ambiente de la gestación de un musical en Broadway) presenta una trama sencilla, a pesar de los tópicos que roza. Narra el encuentro de cuatro jóvenes con aspiraciones de escribas que deciden contratar, por una suma exorbitante, a un gurú literario.

Situada originalmente en un lujoso departamento neoyorquino del Upper West Side -con astucia, la versión local no menciona la ciudad en la que transcurre- las reuniones que frecuentan Martín (Benjamín Vicuña), Mara (Vicky Almeida), Nati (Manuela Pal) y Tomás (Lautaro Delgado) con el añoso, duro y mefistofélico profesor Víctor (Jorge Marrale) se transforman en una contienda generacional. Así quedará explícito que el crecimiento personal con un maestro de vida, sólo es posible cuando el camino del aprendizaje atraviesa la admiración inicial, el rechazo posterior, atisbos de soberbia y un enfrentamiento final.

A medida que transcurren las semanas, los sentimientos quedarán más expuestos y el iracundo docente mostrará su displicencia ante cada uno de los que desplieguen su obra. A la frágil Mara le reprochará, hasta hincar su filosa lengua como un estilete, que desde hace seis años reescribe un mismo texto inspirado en la proverbial Jane Austen; Tomás será pulverizado cuando le escupa que su pluma expone una homosexualidad larvada y Nati será la única en arañar su corazón de roca cuando le ofrezca sus favores sexuales. Tan sólo Martín se animará a oponerse al maltrato y le vomitará una verdad que no conviene revelar.

Si bien la creación artística y sus bemoles han sido bastante transitados en la dramaturgia, Rebeck demuestra, especialmente en los diálogos, que es una hábil artesana; aunque todavía no logra ubicarse entre la formidable Yasmina Reza de Art o el demoledor Neil Labute de La forma de las cosas, ambas ya conocidas en la cartelera porteña. Claro que semejante andamiaje verbal sólo puede sostenerse indemne, gracias a un elenco solvente.

Ese sensacional actor que es Marrale asume su demoníaca criatura con todos los matices vocales y expresivos posibles. A su lado, Vicuña sale airoso del reto de componer al muchacho temeroso, incapaz de exponer su trabajo y contribuye con la necesaria cuota de desparpajo. Delgado vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores de su generación. Almeida arranca a los espectadores más de una risa con su habitual composición de un ser quebradizo y balbuceante. Pal (alguien a tener muy en cuenta) suma frescura y sugestión en dosis parejas al plantarse como eje del conflicto sexual del grupo.

Con su acostumbrada solvencia, a Daniel Veronese, no le debe haber costado demasiado resolver esta puesta.

Fuente: Clarín

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