Jorge Marrale: Los elegidos



“Una obra se construye con veracidad”

El actor destaca que el espectáculo, que se estrenará hoy en el Paseo La Plaza con dirección de Daniel Veronese, aborda relaciones fundamentales, como las referidas a la comunicación entre maestro y alumno y padre e hijo.

La mentira y el halago superfluo y los calificativos de fantástico y “bien hecho” son motivo de sarcasmo en Los elegidos, obra de la estadounidense Theresa Rebeck en la que un reducido grupo de aspirantes a escritores toma clases con un tal Víctor, maestro que ante el deseo y el miedo de sus alumnos de trabajar sobre lo propio no desestima comportarse como un osado que ataca aun cuando se equivoca. El aprendizaje ocupa varias escenas de esta pieza que dirige Daniel Veronese y se estrena hoy jueves 16 en la Sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza, protagonizada por el actor Jorge Marrale (el profesor), junto a Benjamín Vicuña, Vicky Almeida, Manuela Pal y Lautaro Delgado. Los elementos convencionales de esta obra de Rebeck son, en opinión de Marrale, el envoltorio de un contenido que guarda sorpresas y relaciones fundamentales, como las referidas a la comunicación entre maestro y alumno y padre e hijo. “Es pasar la posta y dejar sentado en otros el conocimiento propio, transformado a su vez por esos otros”, puntualiza este actor premiado y con destacada trayectoria en cine, TV y teatro, entre otros títulos, en Boda blanca (1980); Noches blancas; Sueño de una noche de verano; Los mosqueteros (1992/96); Los lobos (1994/96); El juego del bebé (2001); Pequeños crímenes conyugales (2004); Baraka (2008) y Mineros. A su personaje de Los elegidos le tocará señalar quién de los cuatro jóvenes será el talentoso, o el nacido para triunfar en una sociedad competitiva, donde acaso pocos se pregunten “a quiénes les puede importar lo que escriban”.

–¿La elección de un maestro es tan ardua como la aquí planteada? ¿Sirve el sarcasmo?

–No todos son como este profesor. Depende del carácter y de cómo confronta. Víctor es un pescador de talento, en su búsqueda pierde mucha carnada y pretende algo vivo. No pienso que esa actitud anule a sus alumnos. Al contrario, señala otros caminos para que más tarde no se frustren. Es certero, y no anda con vueltas.

–Es directo, pero no tanto, porque esconde...

–Así como en la vida uno se relaciona con lo que muestra y lo que guarda, este personaje se comunica y trabaja con lo que para sus alumnos es un misterio hasta que uno de ellos lo descubre. En su vida hay fantasmas, pero como maestro es verdadero, irónico y brillante, hilvana su clase y no deja hilo suelto.

–¿Qué significa componer a un maestro? También en la anterior Mineros su papel era el de un profesor. Allí, Lyon se preguntaba qué es el arte y cómo se enseña.

–Y soy maestro fuera de la ficción. Doy clases con Osvaldo Santoro en el espacio Beckett Teatro. Me apasiona la docencia. Para mí es un acto de entrega en el que se recibe mucho. Uno se nutre en la relación con los alumnos, y el impacto es grande, cuando, estando en clase, tengo la posibilidad de descubrir talentos. Uno se carga de subjetividad, y desde allí ve qué le falta al otro y a uno mismo.

–¿Considera que es una forma de recobrar el gusto por el aprendizaje?

–En realidad, todo el tiempo estamos aprendiendo, porque somos “carentes”, y cuando el aprendizaje viene desde los jóvenes es muy interesante. No niego que, a veces, se produce un cierto vampirismo después de haber mantenido una actitud conservadora. Recién cuando uno advierte que eso que conservaba tan celosamente “está pasado” puede buscar otras formas y renacer hasta que llegue el momento de convertirse en cenizas. Porque de eso no podemos escapar. Por supuesto, no quiero que llegue ese fin, pero algún día llegará.

–¿Cómo es renacer en teatro?

–Cada obra que se pone en escena significa ganar un nuevo espacio y cobrar nueva vida a través de un personaje. Los que estamos en esto somos absorbidos por el trabajo, a veces patológicamente. Construimos una vida artística paralela a la real que deseamos sea verosímil. Porque una obra se construye con veracidad y con el deseo de conquistar al espectador, de ligarlo a la escena. Y con los compañeros... ¡qué decir! Estamos en ebullición, esperando la devolución de un público que nos sorprende cuando, en distintas funciones, reacciona de la misma manera ante una misma escena.

–Estrena en teatro, en TV y en cine, lo digo por Bomba, de Sergio Bizzio, donde compone a un taxista desesperado por la muerte de su beba y dolido por su separación de pareja. De Bomba se ha dicho que tiene un toque teatral. ¿Lo cree así?

–Soy feliz con esta película y con Historias de diván (su personaje es el terapeuta). Puede que Bomba parezca teatral por la situación, pero no por el trabajo actoral, porque es cierto que el ochenta por ciento de la película transcurre dentro de un taxi, con un tipo que lleva una bomba y está dispuesto a hacerla explotar y un pibe que está en la flor de la edad, un adolescente creador de historietas invitado a presentar su libro en la Feria del Libro (lo interpreta Alan Daicz). El unitario Historias de diván es adaptación (de Marcelo Camaño) de un libro del psicoanalista Gabriel Rolón y lo dirige Juan José Jusid. Pensé que me habían elegido por mi personaje del psicoanalista Guillermo Segura, en Vulnerables. En Historias..., nuestro trabajo es muy minucioso y jugado, muy frente a frente. Tiene buena recepción, y me alegra, porque entonces casi no podía descansar. Después de la función de Mineros, iba a dormir unas horas al hotel que está frente al teatro para despertar a las 4 de la madrugada del día siguiente y poder llegar ese mismo día a Montevideo, donde pocas horas más tarde comenzaba la grabación en Canal 10. ¡Fue una movida! Mineros exigía y tenía sus matices. Allí también había descubrimiento y una historia real. ¿Quién podía imaginar que esos hombres de manos toscas podían dedicarse a la pintura? Mi personaje del profesor también descubría talentos pero no era como Víctor, un tipo con humor, a veces impune, que no deja nada sin probar.

Fuente: Página/12

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