Jorge Gómez y Bernardo Cappa: Limbo Ezeiza y La verdad



Los límites porosos entre realidad, ficción y política

Limbo Ezeiza, de Jorge Gómez, y La verdad, de Bernardo Cappa, trabajan sobre esa división frágil. Por tratarse de dos obras de teatro argentinas, no asombra que nombren a Perón aquí y allá, en serio y en broma, tácita y explícitamente.
Dos obras de teatro trabajan sobre los límites permeables entre realidad, ficción y política: y es inevitable, de 1943 a la fecha, no mencionar, como tema de fondo –en el centro de la escena o en sutil alusión– “a esa cosa que empieza con P”. Esa “P” que ni en Limbo Ezeiza, de Jorge Gómez, ni en La verdad, de Bernardo Cappa, se nombra como Juan Domingo Perón. En la primera, ambientada en un futuro vagaroso que huele a pasado, una familia espera al Viejo, largamente ausente y criogenizado. En la segunda, dos personajes oscuros, que transportan a una actriz tan famosa como decisiva para los destinos de la Nación, esperan a Perón, un compañero de trabajo al que así apodan, como quien espera a Godot.
“El peronismo es tan real, tanto en su discurso como en su presencia en la sociedad argentina –dijo a Miradas al Sur el director de Limbo Ezeiza–, que sentí necesario correrme hacia la ficción absoluta para poder acercarme: alejarme para acercarme.” El director de La verdad explicó a este medio que empleó “el concepto de ficción y no ficción para generar teatralidad: la confusión parece atractiva, y la gente que no se dedica a ninguna actividad artística puede explorar sus dudas sobre dónde empieza y dónde termina la ficción”.
En la política, como en el teatro, toda realidad es histórica pero no toda historia es real. Como en la literatura: el cuento de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, o H. Bustos Domecq, “Esse est percipi” (“Existir es ser percibido”, según el filósofo idealista subjetivo George Berkeley) propone que la realidad es tan superflua que no existe y se la crea de modo artificial con fines políticos: no había más estadios de fútbol, ni jugadores, ni partidas, ni goles, pero todo eso se transmitía por radio y se convertía así en realidad.Vuelve el Viejo. Limbo Ezeiza abre a oscuras, con una luz roja que titila en el escenario. Una voz femenina joven le pide a quien la controla que la mueva a la izquierda y una voz masculina madura le dice que la izquierda de ella es la derecha de él. “Ahí. Justo en el centro”, acuerdan al fin. “Como la gusta al Viejo”.
Los dos hermanos que hablan, José (Eduardo Peralta) y Victoria (Cecilia Ursi), representan al sindicalismo y a la juventud maravillosa que pronto devendría en imberbes infiltrados en el discurso ajustable del ex presidente Perón. Con la luz se ve una puerta trampa, a la izquierda del escenario, cubierta por un retrato de Eva Perón. Cuando se abre, deja ver un altarcito con más fotos de “es mujer” adornadas con flores y hasta un vestido de muñeca. Es la Vieja.
“Planteé una relación familiar porque observo al peronismo como un cuestión afectiva, además de política”, explicó Gómez. “A lo familiar se sumó la construcción de personajes que pudieran contar esta especie de coro de muchas voces que constituye al peronismo sin la necesidad de recurrir a veinte figuras.”
Los hermanos hablan –referencias y elusiones históricas– mientras fuera del escenario suenan ruidos de trifulca, tiros, gritos. “Es parte del amor”, quiere creer el sindicalista. “De la herencia, querrás decir”, le agrega la montonera mientras él sale para perder en la pelea un palo y un arma corta, pero a su vez quitarle a alguien un arma larga. La voz en off de Diego Capusotto va desplegando el desastre de aquel 20 de junio de 1973, con textos que son –una vez más– reales y ficticios: “La patria socialista se la meten en el culo”; “Quieren matar al Viejo”.
Si hiciera falta una pista adicional, la música, que pauta las escenas, es una selección de Leonardo Favio, el presentador del acto aquella tarde del 20 de junio de 1973 cuando tres millones de personas esperaron el avión de Perón, quien debido al tiroteo entre facciones opuestas de su movimiento aterrizó en Morón para ahorrarse el espectáculo de la fiesta que terminó en masacre.Tacos en el campo. En La verdad el escenario está ocupado por una carpa antigua, esas que requieren dos horas de armado, que Luis (Christian García) heredó de una tía. Viaja con su amigo Hugo (Ricardo Tamburrano), escritor como él, aunque inédito, y la novia de su amigo, Elena (Sabrina Lara), quien no se cansa de manifestar el hartazgo con su pareja y su disponibilidad sexual. Su calzado rojo llama la atención a unos misteriosos visitantes de trajes negros (Martín Bertani y Yamil Chadad) que se acercan a pedirles hielo: “¿Tacos en el campo? Las mujeres son un enigma”, comentan en una de las varias expresiones sexistas del texto del autor de Amor a tiros, El reloj y El aliento, entre otras obras, y también director y docente en el IUNA.
¿Hielo en el campo? sería también una buena pregunta, en particular en medio de la noche. Los sujetos, reservados, explican apenas que se les quedó el auto, un Ford Fairline ’72. En el silencio incómodo, Luis les pregunta si están de paseo.
–Estamos esperando a Perón –responde un trajeado y el silencio se profundiza.
–Es un compañero de trabajo, no le gusta que le digamos Perón. Lo cargamos: ¿para cuándo el complejo de Chapadmalal, qué hacemos con los nazis de Bariloche, y la Siambretta?
Declaran como oficio llevar a famosos. No son remiseros: uno conduce y el otro acompaña a la celebridad, atento a detalles como si toma el café con azúcar o edulcorante. El hielo que les traen Hugo y Elena resulta ser poco; los novios vuelven a marcharse y, mientras flota en el ambiente la curiosidad de saber qué necesitan enfriar, el novelista les cuenta su última novela, sobre un rollerman, Nico, que atraviesa la ciudad de Buenos Aires. El conductor lo interrumpe:
–¿Y por dónde lo mandás?
– Por Scalabrini Ortiz y...
–¡No, por ahí se abre mucho!
Comienza entonces un diálogo delirante donde la ficción ocupa el espacio de la realidad y los acompañantes de famosos discuten las mejores rutas para Nico, hasta que uno le indica al autor que un día el rollerman vaya con él para que le explique, y Luis se sale de las casillas: “¡No va a ningún lado!”.
Con el hielo necesario, los hombres se van, pero regresan de inmediato: necesitan pedirles el auto para trasladar a la señora porque Perón no da señales. Es una emergencia y tiene una condición: nadie puede mirar a la señora, que está dormida. Como a toda diva, no le gusta que la vean sin maquillaje.
Luis, fastidiado del dúo, se niega; Hugo no sabe manejar. Elena, desesperada por ver a la famosa, acepta. En segundos se la escucha gritar: “¡Está muerta!”. Y luego, objetar: “Pero yo la veo en la novela...”
–El taxidermista hizo un trabajo de excelencia.
Cómo no recordar Santa Evita, la novela de Tomás Eloy Martínez: “La Argentina es un cuerpo de mujer que está embalsamado”.
Los que ya no esperan a Perón/Godot piden reserva: “Es una cuestión de Estado. Hay involucrados jueces, ministros, jefes de policía, médicos, putas, travestis”. Todos colaboran y la señora yace en la carpa, donde fulgura, rosada, hasta el desenlace inesperado.
“Creo que no podemos saber qué es la verdad”, dijo Cappa, “apenas si logramos tener algún fogonazo de lo real. Casi todo el tiempo nos ahogamos en nuestras fantasías, que más o menos negociamos con lo que llamamos la realidad. Los que toleran esta contradicción sin tanto costo emocional acceden al poder y manipulan nuestras fantasías. El Estado no puede producir ficción porque no le sale, pero sí puede endulzar nuestras fantasías, conducirlas a los lugares más cálidos. En la obra no intentamos denunciar a los políticos sino que tomamos la excusa de la figura pública para hacer verosímil la escena. En la forma de construir lenguaje en Argentina, y sobre todo en Buenos Aires, todo tiene varios sentidos, como si estuviéramos amparados por la fragilidad del signo para mentir”.El Viejo descongelado. “Lo ficcional surgió a raíz del planteo dramático”, dijo Gómez, quien se formó con Analía Couceyro, Pompeyo Audivert, Laura Yusem y Juan Carlos Gené, y sometió el texto de Limbo Ezeiza a la corrección de Griselda Gambaro. “La espera y el padre criogenizado empiezan a armar un planteo desde la dramaturgia que se completa desde la puesta en escena. Lo pensé así, pero en el momento de ponernos en movimiento con los actores hay cosas que cambian porque sirven más a la escena.”
El padre criogenizado ingresa, cubierto con una bandera argentina que deja ver su cara, dentro de una carroza hecha con una heladera Siam adornada con afiches de la CGT, un escudo peronista y un banderín de Racing, cuyo techo es la puerta con manija. La escenografía es obra de Norberto Laino, quien realizó la de Final de partida, la obra de Samuel Beckett que dirige Alfredo Alcón.
Acompaña la carroza un hombre de aspecto infausto que se presenta como parte de la familia: “Pueden llamarme Hermano Daniel”, el verdadero nombre esotérico de José López Rega.
Los hijos le preguntan si el padre está “embalsamado como la Vieja” o si ha muerto. “¿Quién habló de muerte?”, pregunta el Hermano Daniel. “La criopreservación es vida”. La voz en off de Alejandro Dolina explica el proceso, mientras Daniel grita “¡Faraón, quédate con nosotros!”, como realmente aullaba López Rega ante Perón agonizante.
Así el Viejo descongelado se sienta en su Siam y declama textos de Perón cuando regresó a la Argentina: “A pesar de mis años, un mandato interior de mi conciencia me impulsa a tomar la decisión de volver, con la mejor buena voluntad, sin rencores” (una solicitada); o “Llego del otro extremo del mundo con el corazón abierto a una sensibilidad patriótica que sólo la larga ausencia y la distancia pueden avivar” (discurso del día después de Ezeiza cuando, conviene recordar, responsabilizó a las víctimas, y no a su tenebroso comité organizador, por la masacre).
Ese texto es una elección intencional de Gómez: “El padre es el personaje más complejo porque corre por toda la cancha, es un comodín que va reacomodándose. Cuando revive y dice que llega del otro lado del mundo, es como si llegara del otro lado de la vida, de la muerte, en esta mezcla de ficción y de realidad”.
El Turco, el Tío, la CGT; el traje de general cruzado por la banda presidencial; un asesinato que evoca al sindicalista José Rucci; las armas por doquier, la sangre en escena: el clima de época se recrea en el texto de Gómez, cuya fuerte investigación documental tiene la virtud de no opacar la dramaturgia. Para tomar un aperitivo, jugar al truco y comer un asado, el Viejo pide que le acerquen la mesa de la Singer. “Más acá”, indica. “Más acá. Justo en el centro. Como me gusta a mí”. El resto de la obra es historia. Y ficción.Dónde y cuándoTítulo: Limbo Ezeiza. Autor y director: Jorge Gómez.
Lugar: El Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, CABA. Viernes 23 hs., $ 70 y $ 50.

Fuente: Miradas al Sur

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