El jardín de los cerezos. Suite para cuatro personajes


La versión de "El jardín de los cerezos" de Eduardo Dib sorprendió en Venado Tuerto

El santafesino Edgardo Dib presentó la bellísima "El jardín de los cerezos. Suite para cuatro personajes" y cambió el rumbo de la 28va. Fiesta Nacional del Teatro, que en Venado Tuerto aún no había encontrado un espectáculo acabado.

La pieza del director y dramaturgo fue vista por Télam en el calurosísimo diciembre de 2012 en la ciudad de Santa Fe y su revisión confirma la contundencia de su concepción y lo que satisface ver un elenco formado y comprometido.

Dib encara una atrevida adaptación del clásico de Antón Chéjov que rescata al cuarteto principal de la obra estrenada en Moscú en 1904, poco antes de la muerte de su autor, y lo sumerge en una atemporalidad que lo acerca de algún modo a la idiosincrasia argentina.

Liubov Andréievna (Luci Gaido), su hijo Kostia (Rubén van der Thüsen), su hermano Leonid (Raúl Kreig) y el exsirviente y ahora acaudalado Lopajin (Sergio Abbate) aparecen en escena como muñecos mecánicos que, poco a poco, van apoderándose de la palabra.

Esa es una de las licencias que se toma el director Dib para entregar su obra, tan dependiente como cómplice del texto original como para incorporar en ella expresiones rioplatenses y hasta inyectarle personajes de otras obras y otros autores.

La matrona que está a punto de perder su propiedad sin querer saberlo señala un lago donde se ahogó una allegada llamada Nina, que no es otra que el personaje de "La gaviota", y hay referencias incluso a Tennessee Williams (la Laura Wingfield de "El zoo de cristal") o el cine ("Mary Poppins").

La puesta se juega en un escenario desnudo, con solo un banco de plaza que tiene diversos usos y significados, ya que todo lo demás es fabricado en el acto por los intérpretes con efectivas onomatopeyas y movimientos capaces de mostrar aquello que no existe.

También se vio "¿Qué soñará Corbalán?", por el elenco Teatro al Manubrio, de Tucumán, escrita y actuada por Roberto López, Yesika Migliore y Leandro Ortega, con dirección de Mario Ramírez, que mostró algunos aciertos estéticos -unas sombras chinescas muy cercanas al cine- y una estructura descalabrada, típica de las creaciones colectivas.

El espectáculo introdujo en la Fiesta una ácida crítica política a la realidad de su provincia, en la que sin omitir nombres propios se lanzó a describir un estado de cosas cercano a la insanía, con corrupciones, nepotismos y venalidades como telón de fondo.

La estructura que propone un aporte igualitario de los intérpretes para el desarrollo de una trama estuvo muy en boga hace 40 años y los resultados fueron los mismos: un sinfín de incoherencias narrativas que es el resultado de no saber que el arte no es democrático.

Desde Córdoba llegó "Desahucia", con dramaturgia y dirección de Verónica Aguada Bertea y actuaciones de Julio César Bazán y Yohana Belén Mores, que en forma de teatro-danza muestra las desavenencias de una pareja joven y la autodestrucción del varón.

La pieza utiliza la repetición como elemento esencial y separa claramente los momentos de baile -o expresión corporal- de los de texto, pero es de una frialdad desoladora, en la que todo se dice o se grita pero donde la pasión está ausente.

Las dos últimas obras tienen en común la dificultad del espectador en escuchar determinados pasajes, quizá porque las versiones originales se hicieron en ámbitos más pequeños y una sala mayor impide que los textos se oigan claramente.

Aun cuando se utilicen modismos regionales que tal vez no toda la platea conozca y se produzcan murmullos -como en el primer caso-, el actor debe estar capacitado para lanzar su voz hasta la última fila, así como debe cuidar su instrumento para no cascarlo y quebrarlo, como en el segundo.

El teatro-danza se repitió en "Ni Edith, ni Piaf", por el grupo Danza Libre, de Jujuy, creado y dirigido por Claudia Belén Calapeña, un espectáculo sencillamente indefinible, sin que eso sea descalificativo.

Todo comienza con una coreografía a cargo de seis chicas y dos varones sobre conocidas grabaciones de Edith Piaf y, cuando parece que la cosa viene dramática y va a referirse al maltrato hacia las mujeres, el color cambia y todo se transforma en una suerte de café concert con una de las intérpretes bailando entre las butacas e interpelando al público de la forma más jocosa posible.

Curiosamente fue uno de los espectáculos más aplaudidos, el público pareció enfervorizarse, tarareó con entusiasmo la introducción del Himno Nacional, batió palmas y se retiró muy contento, en una situación que aportó a los misterios del teatro.

Fuente: Télam

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