Calígula


La gran metáfora sobre el poder

La nueva versión de este clásico, el musical de Pepe Cibrián Campoy y Angel Mahler, no pierde vigencia e invita a la reflexión.

Acaso treinta años no es nada. Estrenada en 1983, cuando la dictadura militar del ´76 pegaba sus últimos y terribles manotazos en nuestro país, Calígula se constituyó en una crítica al terrorismo de Estado. Tras reponerse en 2002, con Angel Mahler encarando un nuevo itinerario musical, ahora acaba de subir a escena la misma versión de ese año que, según Pepe Cibrián Campoy, responsable del texto, no ha perdido vigencia. Y tiene razón, porque el relato sigue hablando del exceso de poder, una realidad que todavía conserva un fuerte peso en estas latitudes.

La vida del emperador romano fue, precisamente, un derroche de abusos, de crueldad, de un despotismo extremo. Calígula llegó a creerse un dios que podía disponer a su antojo de la existencia de sus funcionarios, de su familia y de su pueblo. El tío Claudio, la hermana Drusila, el jefe de la guardia pretoriana, senadores, pitonisas y un esclavo son algunos de los personajes-víctimas que rodean al protagonista. En suma, mezcla de ficción y verdad histórica, la obra revela de manera inquietante la alienación de un gobernante siempre impiadoso.

Maestro en el género musical con sello argentino (aunque describa a un individuo extranjero, sus connotaciones son universales y, por lo tanto, también nos tocan), Cibrián Campoy abordó una narración fluida, con determinados giros del lenguaje que corresponden a la época que describe, cuestionando aspectos morales, políticos y sociales con agudeza. En esa misma línea, las letras de las canciones, que le pertenecen, completan un mundo oscuro, del que casi nadie se salva.

Su puesta en escena es rigurosa, recreando climas tensos, de a ratos perturbadores, en el marco de una escenografía despojada de René Diviú, quien diseñó un atrayente vestuario de época. Hay tramos particularmente logrados como la canción que asumen juntos Calígula y Drusila, de atmósfera intimista, o el significativo diálogo entre el emperador y el sirviente, o la implacable frase de Calígula, cercano el desenlace: “ Soy el círculo perfecto. He existido, existo… ¡y existiré por los siglos de los siglos!”.

Por otra parte, Cibrián maneja adecuadamente el sugestivo juego de luces, que comparte con Carlos Gaber, y la dinámica coreografía de Nicolás Pérez Costa. La música de Angel Mahler ambienta de maravillas el desarrollo argumental.

En cuanto al elenco, sus integrantes se lucen más como cantantes (muy buenas voces), pero no dejan de aportar expresivas actuaciones Damián Iglesias (es Calígula), Gabriela Bevacqua (personifica a Drusila), Leandro Gazzia, Diego Rodríguez y el mencionado Pérez Costa. Pese a estos méritos, sería conveniente que Cibrián le baje los decibeles a Iglesias en ciertas escenas del segundo acto, en las que cae en la sobreactuación.

En definitiva, y a través de ajustados rasgos, el retrato de Calígula, un dictador que murió en su ley, empuja a la reflexión. Rodeado de canciones y bailes funcionales, eso de pensar no es nada desdeñable.

Fuente: Clarín

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