Rubén Pagura: La historia de Ixquic



Popol Vuh en clave juglaresca

Invitado por el Celcit, el teatrista y cantautor radicado en Costa Rica mostrará en Buenos Aires, de aquí a mitad de año, tres de sus espectáculos unipersonales. El primero de ellos es un montaje que versiona uno de los relatos contenidos en el libro sagrado de los mayas.

Recién llegado al país, el actor y director Rubén Pagura –un rosarino que ya lleva cuatro décadas de radicación en Costa Rica– se apresta a instalarse en Buenos Aires todo este año. Invitado por el Celcit, Pagura presentará en la sala de Moreno al 400 tres de sus espectáculos unipersonales, además de impartir seminarios de actuación. Con una extensa trayectoria como cantautor (fue uno de los fundadores del Movimiento de la Nueva Canción Costarricense) y como actor al frente del Teatro Quetzal, desde hace varios años Pagura trabaja por fuera del marco de contención de un grupo. Es que, según comenta en una entrevista con Página/12, el apoyo a la cultura que existió en otros momentos en el país centroamericano hoy se ha desvanecido, tornándose muy difícil sobrevivir en los límites del teatro independiente.

Creado en 1990, durante la primera época del Teatro Quetzal, La historia de Ixquic es el primero de los estrenos de Pagura, previsto para mañana. Se trata de un espectáculo que continúa llevando en gira por América y Europa. Con él visitó Buenos Aires en los ’90, tomando parte de la primera edición del Encuentro Iberoamericano de Teatro, festival creado por Osvaldo Dragún en los años en que se desempeñó como director del Teatro Cervantes. Se trata de un montaje que versiona con técnicas de juglar uno de los relatos contenidos en el Popol Vuh, libro sagrado de los maya-quiché. Le seguirán a éste otros dos unipersonales: Romeo y Julieta (una versión interpretada con utensilios de cocina, a estrenarse en mayo) y, después de junio, Julius, monólogo sobre textos que el periodista checo Julius Fucik escribió en la cárcel poco antes de su muerte, durante la Segunda Guerra Mundial.

De adolescente, Pagura eligió quedarse en Rosario, en tanto su familia se trasladaba a San José de Costa Rica por cuestiones laborales. No tardó mucho en cambiar de opinión y reunirse con los suyos: por entonces le gustaba el rock, llevaba el pelo largo y sufrió la intolerancia propia de la época del gobierno de Onganía cada vez que, por su aspecto, terminaba en la comisaría. “Cuando llegué a Costa Rica me impresionó comprobar que no había ejército”, recuerda hoy. Al teatro llegó, según cuenta, con la idea de encontrar el mejor modo de expresarse en el escenario, tocando rock. Y si bien nunca abandonó la música, ya desde sus primeros años en el Teatro Universitario comenzó a intervenir en montajes teatrales. Sus primeros maestros fueron argentinos, discípulos de Dragún, y, más tarde, uruguayos –el recordado Atahualpa Del Cioppo, uno de ellos–, además de teatristas chilenos, llegados a Costa Rica luego del golpe a Salvador Allende. “Había un movimiento cultural muy importante en esos años –recuerda Pagura–, el país era una especie de oasis que se nutría con exiliados argentinos, uruguayos y chilenos.”

–Llama la atención que Costa Rica recibiera a tantos exiliados, con un gobierno abiertamente proestadounidense...

–Sí, se podía decir que tenía un gobierno satélite de Estados Unidos. Pero el país tenía un perfil democrático, con garantías sociales y una apertura política y cultural muy grande motivo de su apodo, “la Suiza de las Américas”. Por eso fueron tantos exiliados. Otro aspecto curioso es que, en los años ’30, el Partido Comunista tuvo un peso muy grande, por su oposición a la United Fruit Company.

–¿Cómo fue perfilando los temas sobre los cuales trabajar?

–Hubo un espectáculo dirigido por Juan Carlos Gené, El inglés, interpretado por Pepe Soriano junto al Cuarteto Zupay, que fue muy importante para mí. Me maravillaba que aludiera a Malvinas, hablando de las Invasiones Inglesas. Verlo me sirvió de base para hacer, en 1989, la Cantata Centroamericana.

–¿Por qué tuvo necesidad de volver sobre la historia?

–En esos años, al lado de Costa Rica había triunfado la Revolución Sandinista, también había conflictos armados en Guatemala y El Salvador. Así que para contraponerse y diferenciarse, el país se convirtió en una “vitrina de la democracia”. Con la Cantata Centroamericana quisimos refrescar la memoria y entender lo que estaba pasando. Y para eso decidimos hablar sobre nuestra historia, haciendo un racconto desde tiempos prehispánicos hasta aquel presente.

Al Popol Vuh (o Libro de la Comunidad) suele llamárselo la Biblia de los maya-quiché –pueblo asentado en gran parte del territorio de la actual Guatemala– en virtud de narrar el nacimiento del mundo y el hombre, este último, creado de la planta del maíz tras varios intentos fallidos. De carácter oral, la colección de historias fue traducida al castellano por un fraile dominico, a comienzos del siglo XVIII. En el relato que toma Pagura para su espectáculo, una muchacha consigue burlar a los señores del reino subterráneo de Xibalbá, saliendo a la superficie y dando a luz a una nueva generación de hombres que, de allí en más, abandonaría la costumbre de celebrar sacrificios humanos. Pagura asume el rol del narrador, además de interpretar a los principales personajes de la historia, valiéndose de instrumentos musicales y máscaras, sobre el fondo de un tapiz que reproduce motivos mayas.

–¿Qué significa para usted el personaje de Ixquic?

–Ella es la abanderada precolombina de los derechos humanos, la mujer que lucha por la vida. Después de su historia, los mayas abandonan los sacrificios humanos, por eso ella representa el respeto por la vida. Mientras escribía la versión de esta obra, pensé en defensoras de los derechos humanos, como Rigoberta Menchú y las Madres de Plaza de Mayo.


Fuente: Página/12

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