La Espera Trágica

La tragedia de la incomunicación

La espera trágica es la primera obra teatral escrita por Eduardo "Tato" Pavlovsky y su segundo estreno, pues se dio en el Nuevo Teatro, con la dirección de Julio Tahier, en diciembre de 1962, cinco meses después de Somos que , siendo de elaboración posterior, le tocó subir antes al escenario. El propio autor definió la pieza como un intento de "desmitificar la noción de sujeto", apelando a procedimientos que mostraran a personas con identidades desdibujadas por factores que, si bien no son explicados, se supone tienden desde lo social a indiferenciarlos como individuos.

El texto respira también cierto clima de angustia de época, de temor político frente a algunos hechos ocurridos por esos años. Desde marzo de 1962, y luego de un golpe de Estado, estaba al frente del gobierno José María Guido, cuya gestión estuvo claramente influenciada por el poder militar. Pero, sin duda, aquella idea de sujeto arrasado por el magma de lo indistinto y la esterilidad en el esfuerzo de los seres humanos por instalar una comunicación que les permita entenderse son las ideas que más fuerza conservan desde lo teatral para la actualidad, las que más miga proporcionan para la reflexión del presente.

Desde el punto de vista de su estructura, la obra denota todavía la influencia de las lecturas de Ionesco, esa manera de trabajar el diálogo en la madeja del contrasentido o el absurdo más lineal. Es una vertiente que Pavlovsky irá abandonando en sus siguientes trabajos, entre 1961 y 1967, para ahondar, dentro de los propósitos de un teatro que se definía como de vanguardia, rupturista, en sus propios matices, en sus aportes singulares a esa corriente. Ni que hablar que esta obsesión se radicaliza cuando el autor entra de lleno en la elaboración de la que caracteriza su último período y que lo ha convertido en uno de los grandes creadores del teatro argentino.

A pesar de ese absurdismo que hoy suena algo ingenuo -no lo era en su tiempo-, el texto sigue teniendo frescura y tal vez por eso mantiene cierta seducción. La versión que dirige Diego Santos se ha preocupado en que la labor actoral sea destacada, sobre todo en el caso de Analía Sánchez y Gabriel Nicola que, siguiendo las instrucciones que el propio autor marca en las didascalias, logran criaturas muy en el estilo del género.

El apego al libro es bastante fiel, salvo detalles, lo que en este caso parece justo. Lo que es muy pobre es el dispositivo escenográfico: cuatro telas y un espacio en el fondo para que entren y salgan los personajes más un sillón. La responsabilidad lanzada sobre el público para que imagine casi todo -en parte pedido por la obra- es un poco excesivo. En cambio, es excelente el acompañamiento musical, de mucha atmósfera.

Fuente: La Nación


Teatro: Beckett, Guardia Vieja 3556 / Funciones: viernes, a las 23

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