Roxana Bernaulde y Vanina Grossi: Titiribióticos


Un remedio para el alma

Son actores, músicos y titiriteros que llevan a las salas pediátricas de hospitales públicos pequeños shows llenos de magia

Roxana Bernaulde tiene 38 años y es paciente oncológica (ahora, en recuperación). Hace unos tres años le descubrieron un tumor maligno en el mediastino y debió pasar por un agresivo tratamiento de quimioterapia y por un autotransplante de médula. "Cuando me diagnosticaron mi enfermedad, la que me acompañó a mi primera quimio fue Vanina. Ese día yo tenía que estar 7 horas ahí y a ella se le ocurrió llevar la computadora y varias películas, entre ellas, una del hijo de Chaplin. Y me di cuenta de que de esa manera se me estaba pasando más rápido el tiempo y todo lo que estaba sintiendo en el cuerpo, que me daba malestar, ahora, al ver algo artístico, se aliviaba", cuenta.

Esa fue la vivencia que motivó a Roxana y a su amiga, Vanina Grossi, para pensar en una forma de llevar la magia de un hecho artístico a los espacios donde más la necesitan. Al mismo tiempo, por una de esas casualidades algo causales, Omar Álvarez (amigo y maestro de ambas) había sido convocado para diseñar un taller de formación de titiriteros para La Comedia de la provincia de Buenos Aires. "Vani le comenta a Omar y él se re entusiasma. Los tres pensamos en formar titiriteros para llevar el teatro a lugares poco convencionales", explica Roxana.

Así nació Titiribióticos, un grupo de 10 actores, titiriteros y músicos que surgió hace dos años con el propósito de reciclar material hospitalario para montar miniespectáculos teatrales al pie de las camas del área de pediatría en distintos hospitales públicos de la provincia (el Castex y el Bocalandro, de San Martín; el Cordero, de San Fernando, El Carrillo, de Caseros, el Sor María Ludovica y el Gonnet, de La Plata; el Mi Pueblo y El Cruce, de Florencio Varela).

Quienes forman parte de este equipo debieron pasar por 5 meses de formación: tres de ellos correspondientes a la capacitación, donde exploraban el material hospitalario y creaban su propio espectáculo y dos meses de entrenamiento en los hospitales. Cada uno de ellos lleva su "magia" en una pequeña valija, de la que salen innumerables personajes y paisajes fantásticos.

Si bien Vanina y Roxana son dos apasionadas de su trabajo, ser titiribiótico no es tarea fácil. "El hospital es un lugar donde uno queda hipersensible con lo que sucede, con lo que ve. Entonces, a veces puede haber muchísima buena voluntad de participar en el proyecto, pero cuando uno se enfrenta realmente con eso, ahí te das cuenta de si lo podés hacer o no", explica Roxana.

Los shows duran entre 10 y 15 minutos y generalmente son uno a uno (un artista, un paciente). Si bien se pude dar que un mismo niño reciba dos espectáculos, la presencia de los artistas en el hospital debe ser acotada, porque el vacío que queda una vez que se van puede resultar muy grande.

"Trabajamos mucho con las palabras que utilizamos y cómo es la despedida, para que no sea tan abrupta y para que no sientan que de repente, después de que se despliega toda esa magia, nos vamos", cuentan.

Lo máximo de lo mínimo

"¿Qué ves acá?", pregunta Vanina, mientras sostiene con ambas manos dos extremos de una hoja en blanco. Ante la obvia (y poco imaginativa) respuesta de esta cronista, comienza a trabajar y, en sólo instantes, la hoja en blanco se transforma en una estilizada bailarina. "Yo les enseño a hacerlos-dice, mientras de su valija salen más muñecos de papel.-A veces cuando vuelvo hay otros hechos por ellos o por sus acompañantes. Entonces, si un pedazo de papel era sólo eso, ¿estos muñecos qué son?"

Como demuestra Vanina, el arte de los Titiribióticos, que resignifica frasquitos de remedios, guantes de látex y hasta jeringas, es, como lo definió su coordinador, Omar Álvarez, el arte de hacer "lo máximo de lo mínimo".

Roxana y Vanina, que estuvieron desde su creación, aseguran que vivieron con este proyecto experiencias que las modificaron para siempre. "Un día nos vinieron a buscar unas enfermeras para que vayamos a hacerle un poco de compañía a una nena que se llamaba Rocío. Estaba recibiendo su tratamiento de quimio, pero ya estaba en sus últimas horas de vida. Y nosotras entramos, -las más fuertes-, y bailamos, cantamos, llenamos el cuarto de burbujas. Le preguntamos qué quería que hiciéramos y nos pidió canciones religiosas. Y nosotras no sabíamos ninguna, pero lo hicimos igual. Fue muy difícil, pero también muy hermoso", relata Vanina.

Precisamente porque supieron hacerse necesarios en tiempos donde ningún remedio parece ofrecer alivio, con el paso del tiempo, los titiribióticos lograron ganarse la confianza de enfermeros y médicos y, según cuentan, son solicitados incluso para dar "shows de emergencia" que permitan aliviar el malestar de un pequeño paciente o distraerlo para realizar un tratamiento.

"También es muy mágico lo que les pasa a los mismos acompañantes, porque vos lo dejas a él desde otro lugar para seguir sosteniendo esa situación -asegura Roxana-. A veces, hay momentos donde lo necesita quizá más el papá que el niño".

Fuente: La Nación

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