Paola Barrientos


“El éxito y el fracaso nunca sirvieron para regir mi vida”

Como Solange en la obra de Jean Genet, la doctora Vicky Lauría de Graduados o la demandante esposa de la publicidad, la intérprete se convirtió este año en una figura reconocida. En la charla, de todos modos, se cuela un inocultable amor por el teatro.

Caso curioso el de Paola Barrientos. De pronto, todos la conocen. Sale en todas las revistas, hasta en las del corazón, caratulada como la actriz del momento, como un fenómeno. “¡Qué bien que actúa la chica del Banco Galicia!”, le dice una mujer a su amiga en el Teatro Alvear, donde Barrientos brilla junto a Marilú Marini y Victoria Almeida en Las criadas, con dirección de Ciro Zorzoli. Ese tipo de comentarios indica algo. Muchos conocen a Paola Barrientos, pero no tanto por su nombre como por el poder de intromisión en la cotidianidad que ostenta la TV. Sin embargo, ella también se ganó un público fiel en teatro con Estado de ira, en la que actuaba el año pasado y el anterior, también dirigida por Zorzoli. Allí la ficharon para Graduados, la tira estrella de Telefe, donde interpreta a Vicky Lauría, la amiga psicóloga de Nancy Duplaá.

Pero Barrientos no se traga el mito de sí misma. “El éxito y el fracaso nunca rigieron mi vida. Lo supuestamente exitoso muchas veces está relacionado con el rating de un programa, la cantidad de gente que va al teatro, el dinero que ganás y la cantidad de gente a la que le gusta tu trabajo. Son cosas que pueden hacerte bien y hacerte sentir que tu trabajo aporta cosas buenas. Pero no rigen mi vida. Pasé muchos otros grandes momentos como actriz”, se explaya ante Página/12. La entrevista es un miércoles, día heavy para Barrientos: deja el estudio de Martínez a las 18.30 para llegar 19.30 al teatro. Y a las 21 comienza el espectáculo, que está en cartel de miércoles a domingos. “Hice una obra de ocho funciones para la que ensayé tres años, Teo con Julia. La habrán visto cincuenta afortunados. Fue uno de los trabajos más importantes que hice. Ahora hay como una demanda de mí”, concluye, como dando a entender que sabe dónde está parada. Tiene 38 años. El reconocimiento le llegó tarde, como pasa con muchos artistas. Pero, parece, ella así lo quiso. O nunca lo buscó.

Sobre la televisión

Antes de convertirse en Claudia (la esposa demandante del comercial del banco) y meterse sin permiso en los hogares argentinos, Barrientos hizo teatro, mucho y under. Se le nota: incluso en la TV, donde los estilos actorales se homogeneizan, hace la suya. Como en el teatro, pela su voz de secretaria (“Crecí en un hogar de médicos, atendiendo el teléfono”, cuenta), sus posturas descuajeringadas y su facilidad para el humor desde el patetismo, y se destaca. El personaje de Vicky le dio hasta un club de fans en Facebook, pero poca importancia da ella al cholulismo.

En septiembre del año pasado, una nota del suplemento Las 12 de este diario, firmada por Moira Soto, definía lo que estaba pasando con ella como un acto de “justicia en el mundo del espectáculo”, de esos que no son habituales. “El talento bien entrenado y la buena fortuna” se habían aliado. En 2011 Barrientos actuaba en Un tranvía llamado deseo, con dirección de Daniel Veronese y protagónicos de Diego Peretti y Erica Rivas (a quien se parece mucho físicamente), y en Estado de ira, de Zorzoli. Ambas estaban en la calle Corrientes. En Estado de ira –prácticamente una cita obligada para los amantes del teatro– Barrientos se comía la obra. Interpretaba a una primera actriz que se preparaba para un reemplazo en el rol de Hedda Gabler, de la obra de Henrik Ibsen. Después vendrían la publicidad, Graduados y su participación en Las criadas al lado de una actriz de la talla de Marini, quien insistió con montar esta formidable obra de Jean Genet después de ver a Barrientos en Estado de ira. Los actos de justicia se sucedieron. Y con ellos llegó esa cosa llamada fama. Barrientos ofrece una mirada casi sociológica del mito que protagoniza.

–Cuando dice que hay una demanda de usted, ¿se refiere a los medios?

–Sí, a esta situación de lo que llamamos “éxito”, que se caracteriza por la voracidad y la tensión. Me siento feliz y exitosa, pero por una cantidad de cosas que me han sucedido en la vida. También por lo que decidí no hacer y por lo que estoy haciendo. No es por un programa de televisión que estoy feliz. En algún otro momento pude hacerlo, decidí que no y eso me hizo feliz.

–¿Qué propuestas había recibido y por qué no le interesaron?

–No lo voy a decir, pero no era mi momento de hacerlo. También dije alguna vez que nunca iba a hacer teatro y tele juntos. Pero uno se arriesga y prueba. Estuvo buenísimo haber dicho que no en su momento y hacerlo ahora. A la Escuela Municipal de Arte Dramático no entré en el primer ingreso, sino en el segundo. Esa situación de que se me haya cerrado esa puerta podría haber sido brutal. Y estuvo buenísimo cursar tres años después. No son lo mismo los 20 que los 17.

–¿Llegar a la TV le chocó en algún sentido?

–Es un lugar muy codiciado. Es infernal lo que provoca, su capacidad de llegada. Es de esas armas brutales que pueden ser bien o mal usadas. Eso sí: yo puedo decidir cuánto participar de eso. Por el momento lo único que recibí fueron cosas buenas y piropos. Lo que digo lo veo en otros: se necesita que los actores sean vendibles como personajes, que te interese qué les pasa en la vida así después cuando se les muere el abuelito te pueden vender una revista. Desde lejos no dimensionaba todo eso. Hay gente que quiere fama. Pero otra ha caído de rebote en esa situación por pertenecer al mundo de la cultura y ser abducida por el de la farándula.

–Pese a esa mirada, desde que se hizo conocida tuvo una actitud muy abierta hacia los medios. Hasta fue tapa de Paparazzi, con el elocuente título “La mujer de barrio que conquistó la tele”...

–¡Igual Paparazzi nunca me pidió una nota, eh! Fue cosa de ellos. Levantaron notas y la hicieron. Es otro el que decide, le pone el sello y sale a vender. Crea la historia, el mito de la Cenicienta, ¡la actriz Cenicienta pobre que por suerte se convirtió en estrella! Es un mito que no quiero alimentar porque no fui ni soy... Siempre dentro de lo que pude, hice lo que quise. Me alegra haber transitado otros espacios que no son los generalmente codiciados. Y si estoy transitando ahora estos espacios no fue porque los codicié. Se me abrieron y decidí que podía tener mi experiencia ahí.

–¿Tenía prejuicios?

–Prejuicios e ideas formadas. Conservo algunas, más allá de que participe. Por ejemplo, muchas veces lo que motiva el trabajo en el teatro comercial es la codicia de los productores, los actores, los directores y las salas. Poco tiene que ver eso con el teatro, lo cual no significa que yo no pueda acceder a eso y ver si puedo intentar un trabajo que me resulte satisfactorio. Con la publicidad tenía prejuicios, por supuesto. Además, la situación de ir a castings siempre me resultó difícil porque tenía poco que ver con el trabajo que podía hacer. Nunca me resultó, nunca quedé por un casting. Esta publicidad se consteló de un modo particular, del encuentro con Gonzalo (Suárez, el actor del comercial) y Juan Taratuto (el director), que hinchó para que la hiciéramos nosotros. Esa campaña fue única. No iba a ser una serie de comerciales como fue, sino una sola publicidad. La terminamos sosteniendo cuatro años.

De la publicidad Barrientos saltó a la tele con Contra las cuerdas, ficción protagonizada por Rodrigo de la Serna y Soledad Fandiño. Antes había hecho algunas participaciones pero nada con continuidad. “Me da mucho orgullo estar en el 7 en este momento”, decía, por ese entonces, en las entrevistas. “Antes era menos que un canal de cable. Decías que estabas en Canal 7 y era como estar en la lona, pero hoy hay un intento de algo.” Por “insistencia” del productor Pablo Culell llegó a Graduados. De nuevo es la “amiga de”, pero su Vicky fue creciendo. “A veces lo quiero matar (a Culell) por haberme insistido tanto, y otras quiero agradecerle porque es una experiencia buenísima, por el elenco que se armó y por la historia, que es muy coral. Los protagonistas están muy apoyados en los personajes que acompañan. Es bien diferente al teatro, sobre todo por el tiempo que se maneja. Las escenas se estudian ahora y se graban ahora. Y Las criadas lo hacemos cada noche. Exactamente con las mismas palabras, con los mismos espacios recorridos. Son universos de expresión completamente diferentes”, compara, mientras se la ve a Marini en el escenario del Alvear haciendo unos ejercicios antes de salir a escena. Las tres actrices tienen en esta obra –que versa sobre la relación entre amos y esclavos– un trabajo muy demandante.

Sobre el teatro

“Somos una Nancy-dupla”, dice Barrientos respecto de su relación con Ciro Zorzoli, que fue su docente en la EMAD. Empezaron a trabajar juntos con la escuela como marco. En 2004 estrenaron Crónicas; en 2005, El niño en cuestión. En 2010, la muy premiada Estado de ira, que sigue en cartel pero sin Barrientos. Como su antecesora, Las criadas juega con el dispositivo teatral y sus límites. Es el condimento que añade Zorzoli a esta fascinante obra de Genet inspirada en un caso real, en la que Almeida y Barrientos interpretan a dos mucamas que juegan a ser amas mientras no está la patrona (Marini). “En el teatro comprobé que mientras más horrible y humillante es una situación, más gracia causa”, subraya Barrientos, que seduce mucho por esa vía. “Esta obra no es una comedia. Pero cualquier cosa puede tener humor. Y yo no lo separo del drama.”

En persona es una chica seria. No tiene nada de Vicky ni de Solange, la criada. Nacida en San Fernando, Barrientos quería ser bailarina. De chica hizo danzas clásicas y después expresión corporal. Conoció el teatro a los 15. Pasó por diversos talleres hasta que entró en la EMAD. “Allí encontré a Marta Serrano, una maestra de aquellas. Conecté con Zorzoli y con muchos compañeros con los que empezamos a hacer obras. Tejí alianzas. Con Diego Velázquez, por ejemplo, llevamos siete espectáculos juntos. Empezar a relacionarme con gente hizo girar una rueda que nunca se detuvo”, cuenta.

–¿Siente que tiene un pie en el mundo intelectual y otro en el popular?

–Puedo pertenecer a los dos o a ninguno. Igual, intelectual claramente no soy (risas). Nunca tuve trazada una intención del tipo “voy a hacer todas mis experiencias en el teatro independiente”. Hay muchos actores que a los 16 años van a la TV porque es su fantasía. La mía era más vaga. Pero por alguna razón me conduje a la EMAD y no a Telefe, que quedaba más cerca de mi casa. Sin saberlo estaba tomando una decisión. Eso me despertaba mucho más interés que el mundo laboral. Empecé a ir a castings después de mucho teatro, de ensayar uno o dos años una obra. No me ponía a ensayar para hacer algo. Se trabajaba muy diferente. No digo hace tantos años porque no soy tan vieja. En IMPA o un espacio de Corrientes, montábamos una obra a la gorra y salíamos a volantear. En estos años se profesionalizó todo. A nosotros no se nos ocurría tener un agente de prensa. Ahora hay uno antes de saber cómo se va a llamar la obra. También es clarísimo lo que sucedió post-Cromañón: antes en cualquier sucucho armabas algo a la gorra. Ahora no.

–Pero hay muchos lugares clandestinos que funcionan con contraseña.

–Me refiero al circuito teatral, que estaba más a la sombra. Con el tiempo las salas empezaron a estar más a la luz, incluso del interés de los medios. La gente que circula conoce El Camarín o El Callejón. Ya no son sólo para el grupejo de gente interesada en el teatro.

–Hay quienes dicen que ya no existe la separación entre teatro independiente, el comercial y el oficial. ¿Qué piensa de eso?

–El teatro sigue siendo independiente porque no depende de una producción. Es muy necesario que estas producciones independientes conserven el apoyo de Proteatro y del Instituto Nacional del Teatro porque si no, no son viables. Son trabajos casi sin fines de lucro. Se aprovecha un poco de la movida teatral y cultural de Buenos Aires a costillas de lo que la gente hace por amor al arte y que, encima, está siendo descuidado. Hay problemas en Proteatro y en el INT y, lamentablemente, los interesados en trabajar llevan una lucha silenciosa.

–¿Y cómo se siente trabajando en el teatro oficial?

–Tiene sus cuitas también. Vengo de hacer una temporada muy exitosa en el Sarmiento con Estado de ira y acá con Las criadas hay mucho público. Estamos trabajando muy bien. Pero es claro que la cantidad de producciones que está haciendo el Complejo Teatral de Buenos Aires es mucho menor a la que se hacía. La Martín Coronado estuvo sin programación hasta hace un mes. No puedo dejar de preocuparme por esa situación, más allá de que esté contenta. Porque podría estar otra actriz haciendo esto y yo puteando en voz baja por las puertas que se cierran.

–¿Le interesa la política?

–Sí. Tuve un pequeño interés, contagiado por mis padres, al regreso de la democracia. En mi casa se vivió con mucha algarabía, y empecé a conocer la situación política del país. En los ’90 me desmoralicé. Y desde hace unos años, con discusiones políticas como la ley de medios, me empecé a involucrar y a interesar de nuevo. Tomé contacto con Abuelas de Plaza de Mayo a partir de Teatro x la Identidad. Me interesa la política en lo que tiene más que ver con lo social. De lo económico no entiendo nada.

–¿La actuación es un lugar para decir cosas?

–Para bajar línea no. A veces veo eso. No voy mucho al teatro, me cuesta. Actuar es circular algo y contagiar una sensación. Y después el otro con su bagaje y sus posibilidades procesará, le quedará algo o no.

–¿Sigue dando clases?

–No, ya no. Mi experiencia fue como asistente de Zorzoli. Fue riquísima. No sentí que estaba dando clases sino que estaba aprendiendo un montón de mecanismos. No creo que se pueda enseñar a actuar. Yo menos. Sería una chanta si abriera una escuela. Se puede compartir una experiencia, y no de lo que se hizo sino de lo que se está haciendo. Pero no se puede transmitir un conocimiento tratándose de algo tan sensible y efímero.

Fuente: Página/12

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