La historia del señor Sommer

Los héroes infames de Patrick Süskind

Cada domingo a las seis de la tarde, en la espaciosa y a la vez íntima sala del Teatro Picadero, Carlos Portaluppi revive La historia del señor Sommer . Es una obra breve (el unipersonal dura apenas una hora) basada en la nouvelle homónima de Patrick Süskind, el autor de El perfume . Narra la trama un hombre joven que recuerda su niñez, pero el verdadero héroe (investido como tal por el relato del niño) es el señor Sommer, un viejo hosco y fibroso, que camina vigorosamente y sin cesar, recorriendo el pueblo, los bosques que lo circundan y otros pueblos vecinos. Nunca se detiene y no habla con nadie. Sin saberlo, el señor Sommer intervendrá en tres momentos cruciales de la vida del niño. Cuando éste sufra su primera decepción amorosa y quede inmóvil de dolor en un cruce de caminos, lo verá surcar el horizonte con paso enérgico y veloz, como una señal de que la vida continúa y la tristeza, como su propia figura, es pasajera. Más tarde, cuando el niño decida vengar las injusticias del mundo de los mayores con un suicidio espectacular, Sommer, al pie de un árbol donde se cree sin testigos, le mostrará con un aullido estremecedor, cómo se siente en el alma el verdadero sufrimiento. Por último, transformado ya en un adolescente pleno, confiado en sí mismo y en el porvenir, el narrador verá (una vez más sin ser visto) cómo el señor Sommer desaparece de la faz de la tierra en el más completo silencio.

Difícil no ver al señor Sommer como la contracara de Jean-Baptiste Grenouille, el protagonista de El perfume . Ambos han cortado todo vínculo social y rozan la misantropía (aunque en el caso de Grenouille, su obsesión por crear una réplica perfecta del olor humano y preservar luego sus notas más bellas lo acerca, paradójicamente, de un modo amoroso a lo que se supone es el objeto de su odio más profundo). El afán de absoluto convierte a Grenouille en un asesino, el lado oscuro del inofensivo Sommer, a quien lo une más de lo que se ve a simple vista. Ambos parecen haber sido puestos en el mundo para cumplir una misión que ignoran. En el caso de Sommer, velar extrañamente la metamorfosis de un niño en hombre; en el caso de Grenouille, revelarles a los buenos ciudadanos de qué están hechos, mostrarles que su verdadera esencia consiste en esclavizarse sin saberlo "al insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos".

Ambos son enigmas de núcleo duro y superficie espejada. No develan su naturaleza pero devuelven a quien se mire en ellos una imagen perturbadoramente fiel a la verdad íntima. Cumplida su misión, deciden suprimirse. De ninguno quedan restos mortales, apenas un sombrero de paja y el jirón de una levita. Como si Süskind afirmara que el cuerpo es sólo accidente, y el vestigio más poderoso de una vida humana es el perfume o el recuerdo que la palabra de otro hombre evocará algún día.

Fuente: ADN Cultura

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