Diego Starosta: El banquete


Dicotomías nacionales

A partir de El matadero, de Esteban Echeverría, el actor y director realiza una inversión de roles: el discurso federal aquí es asumido por una familia patricia.

Después de estrenar Bacantes, de Eurípides, y Manipulaciones II: Tu cuna fue un conventillo, sobre el sainete de Alberto Vacare-zza, el actor y director Diego Starosta cierra esta “Trilogía de Manipulaciones” con la puesta de El banquete, sobre El matadero, de Esteban Echeverría, con dramaturgia de Gastón Mazières. Si en las anteriores producciones los actores tomaban a su cargo el movimiento de otros actores mediante un variado sistema de manipulaciones, en el nuevo montaje el recurso aparece de modo menos explícito, más ligado a las relaciones afectivas que los personajes establecen entre sí. Actúan Moyra Agrelo, Diana Cortajerena, Sebastián García, Federico Pérez Gelardi, Luciano Rosini y Claire Salabelle.

Escrito por Echeverría entre 1838 y 1840, El matadero describe la faena de animales que tiene lugar tras un breve período de forzosa abstinencia de carne, a la que asisten personajes marginales de Buenos Aires. La acción ocurre hacia 1830, durante el gobierno de Rosas. El violento relato culmina con la captura de un joven unitario que pasa por el lugar, quien es torturado por simpatizantes del partido gobernante, tras una resistencia encarnizada. En la puesta de Starosta, los personajes centrales pertenecen a una familia patricia que juegan a contar una historia –precisamente la de El matadero– desde una perspectiva coral. Así, cada uno va relatando un fragmento del texto y quien tiene a su cargo el rol del unitario, extrañamente, va a ser el criado de la casa. De esta manera, Starosta realiza una inversión de roles: el discurso federal es asumido por los oligarcas y el del unitario, por el humillado de la casa.

“Además de ser una arbitrariedad creativa –asume el director en la entrevista con Página/12– busqué de este modo crear una oposición desde la propia narración en pos de generar interés en el espectador”, explica. No obstante, el sentido final estaría en superar la clásica dicotomía civilización y barbarie, hacia la afirmación de ambas posibilidades: “Deberíamos hablar de civilización y barbarie, así, en conjunción”, subraya el director, reflexionando de este modo acerca “del eterno funcionamiento dicotómico de este país, el cual fue moldeando nuestra identidad sociocultural”.

Fueron varios los textos que Starosta tuvo en cuenta para la elaboración de El banquete: La resbalosa, de Hilario Ascasubi, La fiesta del monstruo, escrito en colaboración entre Borges y Bioy Casares bajo el seudónimo de Bustos Domecq, y El niño proletario, de Leónidas Lamborghini. “En todos estos relatos está presente el placer asociado con la violencia”, destaca el director, quien además perfiló su propuesta creativa a partir de la lectura de textos de Ricardo Piglia y Luis Diego Fernández. “Este relato de Echeverría comparte con el Facundo de Sarmiento el origen de esta historia de antagonismos”, sostiene Starosta, quien observa que, mientras que el autor del Facundo huye de sus enemigos rumbo a Chile, en el cuento de Echeverría es el unitario quien se aproxima al espacio hostil que representa el matadero, tras lo cual sufre en carne propia los actos de barbarie de sus contrarios ideológicos. La puesta de Starosta se basa en una inversión, “un juego paródico que va envolviendo a estos personajes patricios hasta colocarlos en un situación que descubre su propia barbarie”, según señala el director.

–¿Por qué cambió los roles?

–Si en el relato de Echeverría es la figura del unitario o “el cajetilla” quien se adentra en el territorio hostil de sus enemigos sociales y políticos, en nuestra versión es el criado de la casa, que ocupa aquí el lugar ideológico que en el relato corresponde al de los federales, quien hace lo propio en el espacio social de los que estarían más cerca de la ideología unitaria.

–¿Cuál es el objeto de esta inversión?

–Plantear un problema semántico a la visión original de Sarmiento y a lo que ésta representó en su momento y representa aún hasta nuestros días. No es civilización o barbarie, sino civilización y barbarie. No hay disyunción sino conjunción.

–¿Cómo se da la barbarie en la civilización?

–Lo “civilizado” reprime a lo “bárbaro” para constituirse. Y en el plano social produce como consecuencia la violencia política de parte de quienes ostentan una ley implícita que marca que sólo una clase es la que tiene el derecho al poder y al gozo.

–¿Qué pasa cuando aparecen los que son marginados de esa ley?

–La irrupción de la acción de “lo otro” –barbarie, inmigrantes, cabezas, gronchaje, lumpenaje– en todos los estamentos de la sociedad será, por lo tanto, un acto subversivo –no civilizado– para esta clase que se arrogó y se arroga el dominio y el poder de este país desde los tiempos de su fundación. 

–¿En qué consiste “el eterno funcionamiento dicotómico” de este país?

–Se trata de un rasgo neurótico que se repite a lo largo de la historia nacional y que tiene por efecto desconocer puntos medios cuando hay que abordar las críticas de signo contrario. Yo veo mucha violencia en esta actitud. Y no estoy hablando de licuar las diferencias, actuando como si no hubiese desacuerdos.

–¿Cómo ve en la actualidad este tema?

–Acá es así: o se es K o se está en contra. No es posible hacer críticas, mientras que lo deseable sería vivir en la diferencia. Durante el gobierno de Néstor Kirchner yo sentí que había una transformación real, más allá de la necesidad de construir poder. En cambio, con Cristina veo que hay un acento mayor en políticas que tienen como objetivo principal la preservación del poder a toda costa.

* El banquete, El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), los jueves a las 21.

Fuente: Página/12

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