Amarillo





El alto precio del sueño americano

La puesta en la sala Regio se concretó en el marco del lanzamiento de la alianza de intercambio entre el Complejo Teatral de Buenos Aires y el Festival de Teatro Latino e Internacional de Nueva York Teatro-Stage-Fest, creado por la argentina Susana Tubert.

El Teatro Línea de Sombra es una de las compañías mexicanas de mayor reconocimiento dentro y fuera de su país, caracterizada por puestas multidisciplinarias de gran despliegue visual con las que aborda cuestiones vinculadas con la realidad contemporánea. Dirigido por José Arturo Vargas, este colectivo realizó dos únicas funciones en el Teatro Regio con el espectáculo Amarillo, en el marco del lanzamiento de la alianza de intercambio entre el Complejo Teatral de Buenos Aires y el Festival de Teatro Latino e Internacional de Nueva York Teatro-Stage-Fest, creado por la argentina Susana Tubert. La obra plantea la travesía física y emocional de mexicanos en el intento de cruzar la frontera para llegar a Estados Unidos en busca del American Style of Life, como dice el protagonista, escapando de la pobreza y arriesgando su vida. Para ello se lanzan a cruzar el desierto, al que llegan viajando en la parte superior de un tren desde distintos puntos del país. Y para enfrentar los kilómetros de arena sólo llevan algo de agua y de comida, acaso lo poco que tienen.

Ya en la apertura queda claro que se trata de una puesta no convencional. La luz de sala ilumina a público y escenario por igual; el protagonista interpela a la platea mientras se proyectan imágenes y textos en una pared en el fondo del escenario, y un hombre corpulento de lentes oscuros y sombrero tipo cowboy emite desde un costado de la escena sonidos guturales. El personaje central se presenta: es Juan, Pedro, Carlos o José, pero también Alicia, María o Teresa. Tiene 18, 20, 30 o 35; es de Puebla, Chiapas, Oaxaca o Real de Catorce. No importa, tiene múltiples rostros, encarna al colectivo anónimo de hombres y mujeres que arriesgan todo para cruzar la frontera en forma clandestina. Mediante un cuidado entramado de recursos que incluye la palabra, el movimiento, los objetos, el diseño sonoro y el video, el público queda envuelto en la atmósfera que supone esa travesía. Es que las actrices manipulan dos cámaras y registran al protagonista en distintos momentos. Estas imágenes se duplican en la pared del fondo y parece el tren visto desde arriba. Y a medida que avanza la propuesta, la obra descubre distintos aspectos de ese fenómeno: las mujeres que también intentan pasar a Estados Unidos, embarazadas o no; la muerte de los bebés que llevaban en sus vientres; la soledad de las que quedaron en su país mientras que sus hombres nunca volvieron. Según cuenta uno de los personajes, la muerte por deshidratación llega al segundo o tercer día.

Mezcla de relato por momentos documental y por otros ficcional y metafórico, Amarillo propone climas diversos, algunos ásperos y dolorosos, otros más coloridos y hasta irónicos. Las imágenes de esta creación colectiva son bellas y poéticas: el escenario se puebla de bidones de agua iluminados o de decenas de bolsas de arena que cuelgan del techo y que de a ratos se rompen, dejando salir hilos de arena que adquieren, mediante la luz, rasgos fantasmales. La escenografía se enriquece con la música –que coquetea con el rap, la electrónica y ritmos tradicionales mexicanos–, la sonoridad grave de la voz de Jesús Cuevas (el cowboy mexicano que musicaliza el viaje), y con el texto, que asume distintos tonos. Basados en escritos de Gabriel Contreras (periodista y escritor con quien el director investigó largamente sobre el desierto mexicano) y en el poema “Muerte”, de Harold Pinter, los monólogos de los actores Raúl Mendoza, Alicia Laguna, Antígona González, María Luna y Vianey Salinas hilvanan pasajes poéticos, descriptivos o testimoniales. Estos últimos son directos pero no caen en golpes bajos. Así es como Amarillo (en alusión a la ciudad de Texas a la que quiere llegar el protagonista) respira creatividad para dar cuenta de un hecho doloroso de la realidad mexicana. Un éxodo que, con otras características, se replica en muchos otros países de América, Africa o Asia. Tal vez no haya siempre un desierto que cruzar, pero el desarraigo, el abandono, el sufrimiento y la lucha por mejores condiciones de vida que supone la inmigración de los menos favorecidos se multiplican a lo largo del planeta.


Fuente: Página/12

Los alcances del acuerdo

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