A dónde van los corazones rotos
Grandes actuaciones en una historia familiar
Un grupo familiar, integrado por la madre y sus tres hijos, mayores, deciden regresar a una playa en la que solían pasar sus vacaciones hace años, cuando aún vivía el padre. La tarde va cayendo y sólo ellos y un grupo de jóvenes que juega al fútbol ocupan ese espacio. Lo que en un comienzo asoma como una mera reunión familiar, en la que van apareciendo algunos datos de cada uno de los integrantes del grupo, poco a poco va adquiriendo ciertas aristas inquietantes. La desaparición del padre es una carga aún pesada para la madre; la relación entre los hermanos no siempre expone el afecto esperado. Los años han cambiado a cada uno de esos personajes y ya la asistencia en conjunto a esa playa sólo propone un encuentro con la nostalgia y con la pérdida.
Cynthia Edul construye un texto básicamente de situaciones, en el que algunas circunstancias se repiten y esto le posibilita potenciar cierto juego dramático: la espera de alguien que no llega, la recurrencia a los recuerdos, las discusiones por cuestiones muy cotidianas. Desde la dirección ella sabe que sus actores le aportarán una segura carnalidad a esas criaturas que ha diseñado y, apoyándose en ellos, logra construir con una rica vitalidad esa escena que adquiere, de a poco, una oscuridad inusitada.
Lo que en un comienzo parecía revivir momentos felices no hace más que dejar en claro que en ese núcleo familiar ya poco se mantiene en pie: sólo una pobre historia, que está algo resquebrajada.
Mónica Raiola es una intérprete exquisita que desde que se planta en el escenario demuestra seguridad y una gran disposición a la hora de entregarse a una acción que, como esta, por momentos expresa cierta sinuosidad, guía esa trama con una naturalidad notable. La madre que construye carga cierto dolor y, a la vez, debe compatibilizar su realidad con la de sus hijos en un intercambio nada sencillo. Lo hace con notable capacidad y es así que va interactuando con el resto de los intérpretes - Celina Font, Violeta Urtizberea, Julián Krakov de manera muy fluida y extrayendo de cada momento con ellos cuestiones muy sensibles y movilizadoras para el espectador.
A dónde van los corazones rotos resulta una experiencia que hace eje, fundamentalmente, en el trabajo de los actores, y ellos aproximan unas construcciones muy definitorias a la hora de afirmar la teatralidad.
Fuente: La Nación
Sala: El Extranjero, Valentín Gómez 2378. / Funciones: jueves, a las 20.30.
Un grupo familiar, integrado por la madre y sus tres hijos, mayores, deciden regresar a una playa en la que solían pasar sus vacaciones hace años, cuando aún vivía el padre. La tarde va cayendo y sólo ellos y un grupo de jóvenes que juega al fútbol ocupan ese espacio. Lo que en un comienzo asoma como una mera reunión familiar, en la que van apareciendo algunos datos de cada uno de los integrantes del grupo, poco a poco va adquiriendo ciertas aristas inquietantes. La desaparición del padre es una carga aún pesada para la madre; la relación entre los hermanos no siempre expone el afecto esperado. Los años han cambiado a cada uno de esos personajes y ya la asistencia en conjunto a esa playa sólo propone un encuentro con la nostalgia y con la pérdida.
Cynthia Edul construye un texto básicamente de situaciones, en el que algunas circunstancias se repiten y esto le posibilita potenciar cierto juego dramático: la espera de alguien que no llega, la recurrencia a los recuerdos, las discusiones por cuestiones muy cotidianas. Desde la dirección ella sabe que sus actores le aportarán una segura carnalidad a esas criaturas que ha diseñado y, apoyándose en ellos, logra construir con una rica vitalidad esa escena que adquiere, de a poco, una oscuridad inusitada.
Lo que en un comienzo parecía revivir momentos felices no hace más que dejar en claro que en ese núcleo familiar ya poco se mantiene en pie: sólo una pobre historia, que está algo resquebrajada.
Mónica Raiola es una intérprete exquisita que desde que se planta en el escenario demuestra seguridad y una gran disposición a la hora de entregarse a una acción que, como esta, por momentos expresa cierta sinuosidad, guía esa trama con una naturalidad notable. La madre que construye carga cierto dolor y, a la vez, debe compatibilizar su realidad con la de sus hijos en un intercambio nada sencillo. Lo hace con notable capacidad y es así que va interactuando con el resto de los intérpretes - Celina Font, Violeta Urtizberea, Julián Krakov de manera muy fluida y extrayendo de cada momento con ellos cuestiones muy sensibles y movilizadoras para el espectador.
A dónde van los corazones rotos resulta una experiencia que hace eje, fundamentalmente, en el trabajo de los actores, y ellos aproximan unas construcciones muy definitorias a la hora de afirmar la teatralidad.
Fuente: La Nación
Sala: El Extranjero, Valentín Gómez 2378. / Funciones: jueves, a las 20.30.
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