Tick, tick... ¡boom!



Tick, tick... ¡boom!

Una pequeña pero sensible propuesta del autor de Rent

Tick, tick... ¡boom! tuvo su génesis en un unipersonal autobiográfico escrito por Jonathan Larson -célebre autor de Rent- que nunca fue estrenado comercialmente. Después de su muerte, su amiga y socia Victoria Leacock le solicitó una reescritura del libro y de los borradores a David Auburn (La prueba) y se estrenó en el off Broadway en 2001, con el título Tick, tick... ¡boom!, uno de los tantos con los que Larson bautizó ese primer trabajo. De inmediato, la legión de fanáticos de Rent le dieron el visto bueno a la pieza que protagonizó el talentoso Raúl Esparza, pero duró poco tiempo en cartel.

Es una obra sencilla, pero efectiva. Gira en torno a un autor de musicales que acaba de cumplir 30 años y todavía no vio realizada ninguna de sus obras. Tiene algunos giros para entendidos del género y un desarrollo clásico, con algunos temas profundos de los años 90, como el sida o el individualismo. Pero el concepto central es la convicción en los sueños propios y cómo estos pueden verse realizados, con los escollos correspondientes.

Tick, tick... es una obra dulce relatada casi enteramente en primera persona por el protagonista, cuyos mejores momentos están puestos en las canciones de Larson. Contiene ese tipo de temas como "¿Por qué?" o "30/90", que trascienden la obra. En general, las letras no tienen la profundidad de Rent, pero son creativas y contribuyen al relato. La partitura fluye entre el rock, el pop y las baladas, tal vez en un preludio de lo que después sería Rent. La brillante banda en vivo, dirigida por Pablo Viña, le da potencia al montaje y se impone. Contribuye, a su vez, la buena adaptación de Paul Jeannot.

Es una puesta correcta, pero el mayor traspié está en lo interpretativo. A este Tick, tick... ¡boom! le falta verdad. La marcación apunta a hacerla explotar en algún momento, pero eso se vuelve sobreactuación. Todo se expresa, pero no sucede, especialmente en los textos hablados. Las voces son excelentes y cada uno de los intérpretes se luce en su propio tema, pero en una obra teatral no alcanza sólo con cantar maravillosamente. En síntesis: sobran gestos, falta profundidad como para conmover.

Fabián Mancina encontró una síntesis perfecta con su escenografía, aunque por momentos la presencia de utileros sobre el escenario ensucie un poco la acción. Otro punto a favor es la puesta de luces, que favorece los climas.

Fuente: La Nación

Funciones: martes, a las 21 / Sala: Maipo Kabaret

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