Enrique IV. Segunda parte



Enrique IV. Segunda parte

Que un equipo argentino hiciese en Londres, en mayo pasado, una versión de Enrique IV, segunda parte ya parecía de por sí un reto peligroso y comprometido (en lo artístico, en lo político). Que ese trabajo fuera una invitación para integrarse al ciclo Globe to Globe, a realizarse en el reconstruido teatro donde Shakespeare estrenaba sus obras, duplicaba la apuesta, sobre todo si se consideran algunas de las condiciones impuestas (trabajar sin amplificación de sonido, sin escenografía, con luces que respetaran el concepto original isabelino).

Rubén Szuchmacher fue convocado, y aunque le tocó bailar con la obra quizá más difícil de llevar a escena (nada popular, de narrativa un tanto anárquica), no sólo no se achicó sino que con el aporte sobresaliente de buena parte de esa suerte de grupo de familia que suele acompañarlo en sus emprendimientos hizo realidad una producción con altísimos logros en todos sus rubros. A partir de un texto que pulió y clarificó junto a Lautaro Vilo (quien además encarna con mucho acierto la transición a rey del príncipe Enrique-Hal, hijo del desfalleciente Enrique IV), sin suprimir ningún rol y respetando muchas de las citas a la mitología griega y la historia, tan propias de la cosmovisión isabelina. Lo de bailar viene a cuento porque Szuchmacher, entre otros recursos, despliega aquí sus dotes de coreógrafo, diseñando impecablemente entradas y salidas, movimientos grupales e individuales que, amén del expresivo vestuario, despejan la comprensión de un texto exuberante que se dispersa en los primeros tramos.

A pesar del título, el protagonista y eje absoluto de esta pieza -que forma parte de los dramas históricos del prodigioso WS- es Falstaff, ese personaje monumental que ya aparecía en la Primera parte y que luego resucitaría en Las alegres comadres (o casadas, o mujeres, según la traducción) de Windsor , como seductor chambón, siempre de una entrañable humanidad en la desmesura de sus vicios y debilidades. En la Parte 1 de Enrique IV , el descarriado gordinflón que supo ser un caballero alguna vez, se perfila como un atípico tutor del príncipe Enrique en su descenso a los barrios bajos para tratar con marginales de toda laya y entregarse a excesos. Una relación ambigua, marcada por combates verbales de acentos lúdicos, con el telón de fondo de una sociedad que se desintegra. Vale recordar que Falstaff es un rol que ha inspirado a compositores (Verdi) y a cineastas como Orson Welles ( Campanadas de medianoche , 1966) o Gus van Sant ( Mi mundo privado , 1991). En Enrique IV, segunda parte , el príncipe ha crecido, se acerca la hora de reemplazar a su padre y comienza a desmarcarse de la influencia de su contestatario e ingenioso guía. El rito de pasaje se ha cumplido y el heredero hace un giro, se vuelve formal y ya coronado, reniega de Falstaff. A esta altura, ya tuvieron lugar las acciones de los adversarios del viejo rey, enfrentadas por el príncipe en su camino a la adultez.

Quince actores y actrices hacen a casi cincuenta personajes con extraordinario rendimiento en los desdoblamientos, salvo el gran Horacio Peña, cuyo Falstaff con panza de utilería adornada por una rastra, reina sobre muchas escenas. El vestuario vagamente contemporáneo, pleno de hallazgos, consigue particularizar a cada personaje a la vez que suma acentos humorísticos, a veces atrevidos, a esta obra que Szuchmacher ha convertido en trepidante comedia que resuena en la actualidad (alusiones a la prensa amarilla, las guerras como fuente de trabajo, la ambición de poder, el papel de la Iglesia?), donde no falta un delirante cuarteto de músicos. La iluminación lateral, a escala humana, deja a la intemperie a los actores, sólo guarecidos por la ropa y por la magnificencia del lenguaje verbal.

Fuente: La Nación

Teatro: Regio

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