Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo



Los que eligen ser muertos en vida

Una imagen contundente anticipa que la obra que el espectador está por ver será una mirada radical sobre la sociedad de consumo. Dos hombres con pantalones ajustados, cinturones a la cadera, camisas abiertas para mostrar el pecho, botas y lentes negros, aparecen en escena con expresión de "ganadores", sosteniendo dos bolsas de supermercado cada uno, repletas de productos.

De ahí en más, todo lo que sigue será una combinación de violencia extrema, comedia negra e ironías centradas en el relato de un padre de familia que trata de aplacar su vacío existencial a base de golpes, torturas y escándalos. La obra en cuestión es Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo, el último estreno del director Emilio García Wehbi, con el que lleva adelante la segunda pieza de una trilogía de espectáculos escritos por Rodrigo García, dramaturgo argentino radicado en España. Antes presentó Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta. El planteo de Rodrigo García es concreto. En sus trabajos, el espectador no encontrará mensajes libres a varias interpretaciones, ambigüedades ni ideas sugeridas que tendrá que indagar con el transcurso de la obra. La puesta pone en la cara del público la violencia de un padre que está harto de su situación de hombre contemporáneo, que debe ir al supermercado los días que hay ofertas y promociones, que debe adaptarse a las normas de una sociedad con tarjetas de crédito, horarios y burocracia y que casi siempre agacha la cabeza, sin ni siquiera intentar cambiar su situación de sometimiento. Todas estas cuestiones resultan coherentes con la estética de Wehbi, conocido no sólo por tratar en su teatro el lado más oscuro y perturbador del ser humano, sino que además mantiene la firme convicción de que el arte tiene una función social. Por eso, cada vez que el público quede espantando por el relato ácido de un padre que descarga sus frustraciones con golpes a su familia, se podrá ver una búsqueda mucho más profunda que la enunciación de un discurso violento. Si la violencia puede ser desnaturalizada al presentarse en la caja negra de un teatro, el espectador podrá entender más acerca de cómo vive todos los días.  
Suele decir el filósofo José Pablo Feinmann sobre la existencia del hombre contemporáneo: "La persona que después de trabajar diez horas, después de estar sometida y explotada, llega a su casa, enciende el televisor y empieza a hacer zapping; no se da cuenta que ya está muerta. Respira, camina, pero está muerta."
Y en este intento de revivir muertos en vida, Wehbi apelará al shock de un discurso violento, a una idea conceptual, ubicada en el plano narrativo donde el protagonista (un alterado y eficaz Pablo Seijo) relata su visita por el supermercado, la llegada a su casa, la paliza a su familia y, luego, una desopilante cena en un local de comidas rápidas en las que este padre alienado decidirá explicar cómo funciona la sociedad de consumo industrializada, a través de alitas de pollo fritas. Con los trozos de pollo arma un mapa de las potencias mundiales: siete alitas y una pechuga grande que representa Estados Unidos. Alrededor, llenará el salón de basura y le mostrará a su hijo que allí está la esperanza.
Más allá de la dureza del tema, la obra tiene un fuerte tono cómico, que la hace muy dinámica. Con pocos recursos, se refuerza lo lúdico –se hace una pileta de basura, donde los personajes se zambullen– que generan un sacudón en el público. Para el final, el mensaje –por si no quedaba claro– será reforzado con una frase que invita al cambio: "Todos los que se conforman con esta vida de mierda, qué asco."
 
La ficha
Agamenón

...volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo. Autor: Rodrigo García. Puesta en escena y dir: Emilio García Wehbi.
Intérpretes: Pablo Seijo, Emilio García Wehbi y Marcelo Martínez.
Sala: Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556.
Func: sábados, a las 22:30.

Fuente: Tiempo Argentino

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