Filosofía de vida, Master Class, La cabra, Buena gente, Lo que vio el mayordomo, Mineros, La última sesión de Freud, El hijo de puta del sombrero, Conversaciones con mamá, Las brujas de Salem, Toc toc, y otras




Buen teatro y dinero, ¿difícil equilibrio?

Aunque la expresión “teatro comercial de arte” aparente encarnar una contradicción, una serie de puestas en cartel pretende elevar la calidad de las obras de la calle Corrientes.

En los últimos seis o siete años, se viene advirtiendo en el teatro de Buenos Aires un incremento notable del teatro comercial de arte. Llamamos así a un teatro de calidad, diverso en sus poéticas y dotado de importante presupuesto, gestado con inversiones de productores empresarios, en el que trabajan actores de relevante trayectoria y valiosos equipos creativos en todos los rubros: dirección, escenografía, música, iluminación, vestuario, etc. De acuerdo con el monto de la inversión realizada y con la voluntad comercial de recupero y multiplicación de dinero en la taquilla, el precio de las entradas es alto: oscila en general entre $150 y $200 (puede llegar en algunos casos hasta $350 y $300), es decir, según el caso el doble, el triple, el cuádruple o el quíntuple de lo que cuesta una entrada a los espectáculos producidos por el teatro oficial (Teatro Nacional Cervantes, Complejo Teatral de Buenos Aires) o por los grupos independientes.

El fenómeno está a la vista en la cantidad y diversidad de espectáculos actualmente en cartel y se concentra en las salas del “centro”: Filosofía de vida, con Alfredo Alcón en el Metropolitan 2; Master Class, con Norma Aleandro en el Maipo; La cabra, con Julio Chávez en el Tabarís; Buena gente, con Mercedes Morán en el Liceo; Lo que vio el mayordomo, con Enrique Pinti en el Lola Membrives; Mineros, con Darío Grandinetti, Juan Leyrado, Jorge Marrale y Hugo Arana en el Metropolitan 1; La última sesión de Freud, con Jorge Suárez y Luis Machín en el Multiteatro; El hijo de p*#@ del sombrero, con Florencia Peña y Pablo Echarri en el Paseo La Plaza; Más respeto que soy tu madre, con Antonio Gasalla en El Nacional; Conversaciones con mamá, con Pepe Soriano y Luis Brandoni en el Multiteatro; Las brujas de Salem, con Roberto Carnaghi en el Broadway 2; Toc toc, con Mauricio Dayub y María Fiorentino en Multiteatro; Forever Young con Ivana Rossi y Omar Calicchio en el Picadero; Rain Man con Fabián Vena y Juan Pablo Geretto en La Comedia; Todos felices, con Carola Reyna y Carlos Portaluppi; Qué será de ti, con Gloria Carrá y Antonio Birabent en el Maipo Kabaret; y muchos más, entre otros, Dadyman, recuerdos de barrio (Astral), Les Luthiers (Gran Rex), Mamma mía (Opera Citi), Casi normales (Apolo), Por amor a Sandro (Premier).

Hay otros espectáculos de esta tendencia actualmente en ensayo. Además, ha aparecido una forma de colaboración entre el teatro comercial de arte y el teatro oficial a través de las coproducciones entre el Complejo Teatral de Buenos Aires y capitales de empresas privadas, por ejemplo el exitoso Chantecler de Mora Godoy (hasta hace muy poco en cartel en un Alvear repleto cada función), o el año pasado Hamlet, con dirección de Juan Carlos Gené y protagónico de Mike Amigorena, y en breve Las criadas, con Marilú Marini, Paola Barrientos y Vicky Almeida, dirigidas por Ciro Zorzoli (también en el Alvear). Debe sumarse la irradiación en gira de los espectáculos que ya han bajado de cartel en Buenos Aires, pero que se siguen presentando, en funciones repletas, en grandes salas del Gran Buenos Aires y las provincias.

Hoy resulta impactante bajar por Corrientes, de Callao hasta más allá del Obelisco, dejándose afectar por el magnetismo de las grandes marquesinas. Y es también una grata sorpresa ver las largas colas de público que se arman en las veredas en los horarios de entrada a cada función. Si bien no todas las salas trabajan con el cartel de “No hay más localidades”, en su conjunto mueven por semana miles de espectadores. Sucede que este teatro comercial de arte cuenta hoy en Buenos Aires con el apoyo de un público fervoroso, que puede pagar el costo de las entradas, o que muchas veces se las ingenia para conseguirlas buscando opciones de descuento: si es cliente de una empresa que ofrece promoción, si integra grupos o goza de las ventajas de “clubes”, si consigue en carteleras o en la agencia de venta de entradas en el día a mitad de precio, Tickets Buenos Aires, que cumplió ya dos años de existencia.

Hay que diferenciar estas expresiones de las de un teatro comercial de mero entretenimiento, muchas veces chabacano y ramplón. Espectáculos como Master Class, de Terrence McNally, Mineros, de Lee Hall, Filosofía de vida, de Juan Villoro, La cabra, de Edward Albee, Las brujas de Salem, de Arthur Miller, La última sesión de Freud, de Mark St. Germain, por solo dar algunos ejemplos, proponen obras inteligentes, profundas, muy bien escritas. Aunque no siempre esa profundidad es bien recibida por algunos espectadores, que no están acostumbrados a la “ceremonia” teatral o que se desalientan con las obras cuando sólo lo que buscan es entrar en contacto convivial con sus ídolos televisivos.

El historiador Mario Gallina destaca al respecto dos acontecimientos recientes: “Hace pocos días, el actor Gonzalo Heredia protagonizó un desagradable episodio con un joven espectador que lo había ido a ver en la obra teatral El montaplatos, de Harold Pinter, y había manifestado a los gritos su disconformismo contra la pieza, no contra la labor del actor, como se dijo en un principio. El espectador fue desalojado de la sala. Por su parte, Juan Gil Navarro sufrió un enojoso episodio con el público: durante toda la función de Las brujas de Salem sonaron los celulares sin parar y, además, un grupo de chicas y chicos que comían papas fritas en primera fila, hacían sonar los envases y desconcentraban a los actores sacando fotos. El propio Gil Navarro se encargó de quitarles las papas fritas, y en el saludo final pidió disculpas”. El actor explicó que “un texto tan difícil como el de Arthur Miller exige silencio. Como el de cualquier propuesta teatral, en realidad. Considero una falta de respeto hacia los actores que el público haga ruidos molestos durante la función”.

Otro síntoma del crecimiento del teatro comercial en la Argentina son los indicadores de la Asociación Argentina de Empresarios Teatrales (AADET), que cubre las actividades de teatro y música y cuenta con más de 100 socios (personas y entidades) en Buenos Aires y en distintos puntos del país. Registra la actividad de 21 salas asociadas en Capital Federal y 27 en provincias. Carlos Rottemberg preside la AADET y el secretario general es Pablo Kompel. Semanalmente dan a conocer a la prensa, a través de su página web (www.aadet.org.ar), el ranking de los cinco espectáculos más vistos en teatro y en música. En las últimas semanas, los más taquilleros de teatro han sido, según datos de bordereaux (facturación) declarados por los socios, Más respeto que soy tu madre, Les Luthiers, Toc toc, Dadyman y Mamma mia. De la estadística semanal que va del 18/06 al 24/06, la AADET contabiliza para CABA 67.013 espectadores y en las provincias 20.556 espectadores.

Para muchos, la denominación teatro comercial de arte funciona como un oxímoron, es decir, como una reunión de opuestos inconciliables. Según la tradición del teatro independiente, fundada en 1930 y tan fuerte en Buenos Aires hasta hoy, si algo es comercial no puede ser de arte, y viceversa. Sin embargo, la realidad del campo teatral porteño demuestra lo contrario y ya desde 1940 se discute la “profesionalización” en el seno mismo de los grupos de teatro independiente.

¿Hay un prejuicio en Buenos Aires contra el teatro comercial? Muchos teatristas que provienen del teatro independiente han contribuido a borrar fronteras: Daniel Veronese, Javier Daulte, Claudio Tolcachir, Agustín Alezzo, Daniel Casablanca, Julio Chávez, Alejandra Ciurlanti, Carlos Rivas. Históricamente, la preocupación por producir un teatro comercial de arte nace ya en la Argentina en los años 20 y se consolida en los 30 y 40, con la obra de grandes compañías en las que participan Armando Discépolo, Luis Arata, Pepe Arias, Paulina Singerman, Mecha Ortiz, Lola Membrives, Gloria Ferrandiz, Samuel Eichelbaum, entre muchos otros. Buscan vivir profesionalmente haciendo obras de calidad artística. Así lo expresa Federico García Lorca en su visita a Buenos Aires: en sus palabras de homenaje a Lola Membrives en el Teatro Comedia (16 de marzo de 1934), el gran poeta español señala que el teatro “ha perdido su autoridad porque día tras día se ha producido un gran desequilibrio entre arte y negocio. El teatro necesita dinero, y es justo y fundamental para su vida que sea motivo de lucro, pero hasta la mitad nada más. La otra mitad es depuración, belleza, cuido (sic), sacrificio por un fin superior de emoción y cultura”. Para García Lorca, el secreto es poner dinero y arte en equilibrio.

Más allá de sus méritos, el teatro comercial de arte presenta, en rasgos generales, tres grandes problemas. Por un lado, ofrece tiempos acotados de producción, que muchas veces aceleran los procesos y limitan la necesaria investigación y búsqueda en los ensayos. Por otro, casi no considera las obras de autores nacionales: salvo contados casos, como Más respeto que soy tu madre, Dadyman o Conversaciones con mamá, la mayoría de los textos son de autores extranjeros y responden a grandes estrenos en Nueva York, Londres o París o a dramaturgias de probada globalización. Por último, el mayor peligro: excluye a aquellos espectadores que no pueden pagar las entradas, especialmente los estudiantes, los trabajadores más humildes, los jubilados.

No sabemos si el teatro comercial de arte llegó para quedarse, pero todo parece indicar que sí. En ese caso, los empresarios deberán hacerse cargo de alguna manera, en el orden nacional y en todas las salas vinculadas a la tendencia, de estos tres desafíos insoslayables: mejorar las condiciones del trabajo artístico, propiciar la dramaturgia de autor nacional, incluir con campañas de promoción a todos los espectadores interesados.

Fuente: Revista Ñ

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