Consideraciones acerca del animal doméstico


Consideraciones acerca del animal doméstico

Mascotas, animales de compañía a veces más cercanos de sus dueños que algunos parientes próximos, perros y gatos figuran en primera fila entre los animales domesticados, pese a que los segundos en ocasiones parecen responder al llamado de la selva para transformarse por un rato en pequeñas fieras salvajes, amén de preservar casi siempre una irreductible independencia. La obra del coreógrafo y director Gustavo Friedenberg, que cuenta con la colaboración creativa del elenco de intérpretes y se inspira en dos capítulos del delicioso libro La loca 101, de Alicia Steinberg, discurre escénicamente, con mucho humor y un dejo de cómplice afecto, sobre estas dos especies del reino animal. Lo hace conjugando con libertad recursos de la danza contemporánea e incluso posturas de yoga, guardando fidelidad al espíritu irónico y a la mirada crítica de la escritora recientemente fallecida (que aprobó encantada este espectáculo).

En el primer relato, se da la significativa paradoja de que la presencia canina brilla por sustracción: una pareja que vive en un edificio de departamentos se ha desembarazado de la perra Canela, cumpliendo una decisión del consorcio. Así lo dan a entender en su parloteo a la hora del té, dándose aires de superioridad social, aunque se los percibe en franca decadencia. Ambos personajes se desplazan trazando figuras coreográficas que perfilan rasgos diferentes de personalidad -formal el marido, ella más desatada-, haciendo gala de una gracia extravagante que coquetea de continuo con el surrealismo. Traen muebles para organizar la sala, y una bandeja con su tetera humeante y sus tazas que llega envuelta en un mantel. Y una vez puesta la mesa, el señor arrima un gran helecho que con sus ramas tapa por completo la vajilla, en uno de los efectivos gags de la obra. Ambos arman y desarman esa casa enmarcada por un gran ventanal poligonal, al tiempo que sus cuerpos parecen dislocarse en insólitas imágenes. Tanto que no sorprende, aunque sí divierte, que el propio helecho termine haciendo el rol de la añorada Canela, esa perra negra que les genera una culpa que no los deja en paz.

El segundo capítulo, "Siete vidas", si bien independiente del primero, resulta vagamente relacionado (el mismo ventanal que se da vuelta, la pareja pituca que se asoma fugazmente y lanza una frase). No hace falta decir que remite al mundo gatuno, pero no al de los mininos hogareños jugando con un ovillo de lana o ronroneando de gusto si los acaricia una mano humana, sino a la dimensión más secreta de estos felinos cuando disponen de un espacio sin fronteras en horas nocturnas. La gata y el gato de este episodio cruzan azoteas a falta de tejados, retozan, franelean, se acoplan bajo los poéticos reflejos lunares de Ricardo Sica. Quien toma la iniciativa es ella, una picara, sensual y dicharachera gata en celo que poco tiene que envidiarle a la Catwoman de Michelle Pfeiffer: no se achica ante la aparente indiferencia del macho y logra hacerlo bailar un pas de deux (en cuatro patas, claro). La felina de "Siete vidas", al igual que su compañero, lleva sobre el body un fantástico abrigo patchwork que combina de manera sugerente y muy orgánica recortes de piel y de tramas tejidas, una acertada creación de la vestuarista Paula Molina. Mientras, Federico Estévez supo inventar mediante instrumentos no convencionales sonidos ambientales que se oyen como ecos, ruidos diurnos y nocturnos de origen incierto, que llegan filtrados, mezclados en varios planos, permitiendo que cada tanto se cuelen los versos de un bolero.

Fuente: La Nación

Sala: Teatro del Abasto / Funciones: viernes, a las 21 

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