Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo


Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo

Aguda y arriesgada reflexión sobre la violencia cotidiana

El director Emilio García Wehbi se propuso llevar a escena tres obras del dramaturgo argentino radicado en España Rodrigo García. Prefiero que me quite el sueño Goya a que lo haga cualquier hijo de puta fue la primera de ellas, mientras que para la tercera, una versión profundamente singular de Rey Lear, habrá que esperar al próximo año. Ahora, acaba de estrenar la segunda de las piezas: Agamenón. Volví del supermercado y le di una paliza a mi hijo.

En cuanto al texto dramático deberíamos decir que se trata de un Rodrigo García auténtico. Poca línea narrativa pero ampliamente conceptual. Cada una de las escenas forma parte de un relato que van a ofrecer los dos actores en escena más el músico y que puede resumirse en la llegada a casa del supermercado y la propuesta de salir afuera: al campo y a un local de comidas rápidas, luego de, como indica el título, fuertes golpes a la familia por parte del padre.

Está más que claro que si centramos la atención en el argumento poco hay para decir, ya que el trabajo de García consiste en ubicar su discurso en situaciones cotidianas propias de un sistema económico capitalista y a partir de allí trabajar algún tipo de punto de inflexión que permita pensar, a esas prácticas cotidianas, de un modo totalmente distinto y siempre atravesadas por la violencia. El modo en que el capitalismo se entromete e interviene en nuestros vínculos y en nuestras relaciones familiares es uno de esos tópicos.

Aquel que tenga experiencia en el teatro del director García Wehbi se encontrará con un texto que no necesariamente está a la altura de los del propio director, quien suele ofrecer reflexiones más agudas sobre el mismo tema en obras de su autoría. Pero sí hallará una escena en algún punto atípica para un director que nos tiene más acostumbrados a propuestas más sombrías y menos lúdicas. Pablo Seijo es quien lleva adelante el texto mientras García Wehbi lo acompaña dándole el pie para las diversas transiciones al tiempo que teoriza, por ejemplo, sobre el modo y el valor de lo que entiende como una buena cachetada. El trabajo de vestuario colabora y mucho con la producción de sentido, tanto en la primera escena -con un look de narcotraficante latinoamericano en decadencia- como en la última, donde representan al conocido payaso de la casa de comidas rápidas.

Y es precisamente ahí en donde Wehbi encuentra el mejor momento del espectáculo, operando por condensación y repetición, al tiempo que genera una ominosa sensación de riesgo. Una olla con aceite hirviendo que es usada para hacer alitas de pollo frito amenaza mientras todo se desborda en la escena en la que arman literalmente una montaña de basura con toda la violencia posible. Pero que quede claro: lo payasesco y lo hilarante no le quitan densidad a un planteo que va a dejar al espectador con la certeza de haber visto un gran espectáculo pero con el sabor amargo de no encontrar, en la escena más o menos cercana, una salida más allá de que irónicamente el espectáculo finalice con la placa televisiva animada: "Esto es todo amigos". Es allí y en las proyecciones de la industria cultural que García Wehbi proyecta donde podemos entender los distintos mecanismos de constitución de subjetividad, una subjetividad hecha a imagen y semejanza de un sistema que la necesita preparada para ser víctima y productor de violencia.

Fuente: La Nación

Sala: Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556 / Funciones: sábados, a las 22.30 

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