Todo verde




Otro monumento teatral a la fuerza de lo simple

Una de las últimas obras de teatro que escribió Santiago Loza se presenta en la Sala Elefante Club, con la dirección de Pablo Seijo y la actuación de María Inés Sancerini. Un unipersonal centrado en una repostera solitaria.

Se puede crear un universo entero a través de la palabra, una actuación comprometida y una silla verde, ubicada al costado de un espacio despojado. Al menos esa es la fórmula que Santiago Loza maneja desde hace tiempo en sus obras de teatro y no sólo sale victorioso, sino que logra en el público el silencio y la concentración que sólo pueden producir el pensamiento y la emoción, cuando se encuentran en un hecho artístico.
Todo verde, una de las últimas obras de teatro que escribió, con la dirección de Pablo Seijo y la actuación de María Inés Sancerini, es otro monumento teatral a la fuerza de lo simple. Como ya lo hizo con la inolvidable pieza Nada del amor me produce envidia, Loza vuelve al género del unipersonal, para contar perfiles de mujeres de oficios –en la anterior era una costurera, en esta última es una repostera– que están solas, desconectadas del mundo social y exterior y sumamente reprimidas.
En la historia, Loza plantea la vida de una repostera de pueblo que apenas sale de casa, no tiene amigos y mucho menos un amor, hasta que conoce a una forastera, Susana –“la Susana” pasará a ser durante todo el relato– que se le presenta como una profesora de inglés, pero en realidad le ocultará su verdadero oficio y se convertirá en la mujer de su vida. Tanto desde el texto, los recursos técnicos (escenografía e iluminación) como desde la interpretación, el personaje está ubicado en una situación de exposición. Como si se estuviera confesando (¿Ante Dios? ¿Sus vecinos? ¿La policía?), esta repostera comenzará a hablar de sus creencias, su estilo de vida y cómo comenzó a cambiar todo, desde que Susana llegó a su pueblo. De a poco, algunas frases comenzarán a anticipar un posible desencadenante sobre los acontecimientos que cambian para siempre a esta mujer y el público podrá entender en dónde se encuentra ella realmente, dado que –insistimos– el espacio escénico sólo consta de una silla y una actriz.
El trabajo de Loza sobre el lenguaje es poético: no sólo por la utilización de metáforas contundentes, repletas de imágenes (como un sillón que absorbe la sangre como una esponja), sino por su habilidad para caracterizar a estos personajes de pueblo, simples e inocentes. “No tenía amigos. No sabía qué era eso, hasta que llegó la Claudia. Por seguirle la corriente, empecé a cocinar scones”, son algunas de las frases que retratan el perfil de esta repostera querible, pero que a diferencia de la costurera de Nada del amor..., aquí la mujer se va tornando más oscura y patológica, hasta llegar a un desenlace trágico.
Pero la sutileza no sólo se limita al lenguaje: la interpretación de María Inés Sancerini va ganando potencia a medida que la historia se vuelve más dramática. Todo su trabajo se podría concentrar en una mirada poderosa, fija, a punto de explotar, pero que nunca lo hace porque, como dice ella, tiene que llegar hasta el final. Es muy interesante detectar la forma en que Sancerini rompe con la cuarta pared: lo que comienza con unas tenues miradas al público, finaliza con un contundente alegato al público, al que menciona como “ustedes” y hasta le da una función concreta en el desenlace de su historia.
Por último, si faltaba más contundencia aún en esta historia simple y de escasos recursos, hay que destacar el poder narrativo que tiene el diseño de luces de Matías Sendon: con una focalización externa, la luz que al principio la expone –en una situación de interrogatorio– comienza a apagarse, de la misma manera que nuestra repostera aniquila su vida para siempre.

Fuente: Tiempo Argentino

Funciones: jueves, a las 21.
Sala: Elefante Club de Teatro, Guardia Vieja 4257.

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