Elena Tasisto y Daniel Fanego: El especulador


El peligro de correr tras el rumor

Los actores hablan de El especulador, la obra de Balzac que protagonizan en el San Martín bajo la dirección de Francisco Javier. Aseguran que el tema de la puesta es actual ya que hoy también mucha gente actúa a partir de falsas premisas.

Les pasa a pocos y él es consciente de eso: Daniel Fanego camina por los pasillos del Teatro San Martín y llega sin necesitar guía a la sala Cunill Cabanellas, un pequeño y escondido espacio del complejo teatral, donde se hacen obras para pocos espectadores y que –casi siempre– son joyas teatrales. Fanego camina con poco equipaje, se tira en una de las butacas y dice: “Estoy haciendo lo que siempre quise hacer.”
Este 2012, este hombre alto, flaco y de pelo ondulado cumple 35 años de carrera como actor profesional. “Estaba haciendo el remplazo en una obra. Fue la primera vez que cobré dinero por actuar. Pasaron 35 años desde que crucé la frontera, desde que dije: ‘No voy a ser abogado. Me interesa esta gente que está totalmente loca, me gusta oler esto’. Y fue un cambio vital en mi vida”, dice el actor, quien se ha vuelto una de las grandes figuras de la escena teatral: viene de actuar en Largo viaje de un día hacia la noche, de Eugene O’Neill, en el último texto de Carlos Gorostiza Vuelo a Capistrano y ahora protagoniza El especulador, de Honoré de Balzac, una pieza que lo reúne en el escenario con Elena Tasisto y con el prestigioso director y teórico teatral Francisco Javier. 

–¿Te sentís pleno con tu profesión?
–Sí. Siento que estoy haciendo todo el teatro. Clásicos, dramas, no le saco el cuerpo a la comedia, no le saco el cuerpo al teatro popular. Creo que todos los actores tenemos ganas de hacer las páginas que más nos conmueven del teatro. A veces no podemos hacerlas todas, pero cuando uno se encuentra con esa posibilidad, tiene que aprovechar.
–¿Y la crítica ya reconoce de entrada tu trabajo?
–Un actor, en sus años más mozos sufre mucho con la crítica, porque es una exposición pública muy fuerte. Yo me acostumbré a pensar que era la mirada de una sola persona, que está amplificada porque trabaja en un determinado medio que califica esa mirada y porque un montón de lectores la eligen. No siempre he tenido críticas buenas, un actor no sólo se construye mirándose en el espejo de los demás, sino mirándose a sí mismo y relacionándose con el gran socio de un actor que es el público. Yo tengo una particular relación con ese hombre o esa mujer que se sienta a verme. Es casi un acto erótico, que sigue siendo erótico el día de hoy y que espero que siga siéndolo durante mucho tiempo.  Ese es mi único compromiso.
–Es cierto que mucha gente va a ver qué está haciendo Fanego en el teatro.
–Me alegra no defraudar. Me alegra hacer bien mi trabajo. Me gusta mi oficio. Me siento ejerciendo un oficio que amo y que hacía muy mal cuando empecé. Los años me han enseñado, me han corregido. Este trabajo me ha permitido construirme. Decidir ser actor fue un giro en mi vida. Un acto. Ahora soy lo que soy, gracias a ese acto. Yo le decía a Francisco (el director de El especulador): ‘Yo pienso actuando.’ Yo me pongo a actuar y pienso. Mi cuerpo se pone híper sensible, aparece una entidad que me supera arriba del escenario. Es un estado de gracia.

El especulador es una obra de teatro de los últimos años de Balzac, escrita en 1848. Mercadet (Daniel Fanego), el protagonista de la historia, intenta zafar de sus numerosos acreedores casando a su hija con un hombre de fortuna, sin advertir que este, a su vez, es un impostor que imagina a un futuro suegro adinerado. Al final, los personajes deciden mantener las apariencias antes que permitir el derrumbe de sus intereses.
–¿Por qué aceptaste actuar en esta obra?
–A El especulador me trajeron tres cosas: Francisco Javier, Elena Tasisto y Toni Lestingi, actor y amigo. Quería tener el honor de trabajar con ellos. La obra me daba muchas dudas, no sabía cómo hacerla. En diálogo con Francisco, le encontramos un tono de comedia desopilante, con un fondo muy oscuro y, para la época que está inscripto, es muy conmovedor. Su tono de época y lugar le permite cualificar esos discursos, hechos en este momento.
–¿Qué vínculos hay entre el discurso de la obra y lo que pasa ahora en la Argentina?
–Y ahora pasa lo mismo que en la obra, que es el tema de la especulación. La locura que genera el rumor. El protagonista es un experto en eso. Hay una escena que dialoga con los otros personajes, sólo provocando rumores y creencias, dando todo el tiempo datos falsos, creando una especie de psicosis. Eso es lo novedoso, porque además estamos viendo a la alta burguesía francesa que se quería parecer a la oligarquía, no lo era, pero se quería parecer.
–¿Y qué te parece que pasa ahora en la Argentina?
–Lo que pasa ahora es que nuestra alta burguesía está diciendo: “Estas condiciones no son las que nos interesan.” Ya pasó con el campo y pasa ahora con el dólar y la corrida bancaria que hay. Yo leo todos los diarios, todos los días, porque me gusta mucho. Pareciera que uno leyera los diarios de dos países distintos: leer Clarín o La Nación, por un lado, y luego Tiempo Argentino o Página 12 por otro, es hablar de dos países diferentes. Yo no sé cómo se va a resolver esta cuestión comunicacionalmente. La Nación siempre tuvo un corte oligárquico, pero Clarín que siempre fue un diario generalista, sufre un gran deterioro informativo. Lo de YPF fue tomado casi como un delito cometido por el Estado, cuando fue un paso consustancial para nuestra soberanía. La defensa de Malvinas en los estrados internacionales y todas esas cuestiones son señaladas como “populismo”, “patrioterismo”. Realmente se mira el país de una manera distinta. Yo entiendo que lo del dólar debe haber generado malestar y que estuvo y está mal comunicado por parte del gobierno. Eso lo único que hace es alimentar todas esas falsas expectativas. La mala comunicación atenta contra el ahorrista pequeño que no tiene la capacidad para darse cuenta de que todo lo que está pasando es una corrida de rumores. Lo mismo que pasa en la obra. Creo que ahora son tres cacerolas las que se quejan, pero hacen mucho ruido.

A la charla se une Elena Tasisto, otra referente del teatro argentino que volvió al San Martín, luego de tres años en los que estuvo alejada del escenario. “Estuve ocupada en otras cosas y no podía. Pero no sufro no trabajar, no lo padezco. Me ofreció Francisco este trabajo y quise probar cómo estaba”, dice.

–¿Y cómo estabas?
–Bien, porque me interesó mucho el texto. Es la primera vez que estoy en esta sala, que tiene la particularidad de que actuamos muy cerca de la gente. Eso no me cambia la interpretación porque yo me cierro en cuatro paredes. No veo a nadie. Es algo que me sale naturalmente: no veo ni los zapatos del público. Quedo encerrada, vivo en el marco que me propone la obra, no salgo de ahí. Me resulta muy fácil entrar en el espacio ficcional, incluso en el saludo. No me gusta mirar a la gente. Creo que el saludo forma parte del espectáculo, después hablo con la gente en la vereda.
–¿No sentís que el aplauso es un reconocimiento a tu actuación?
–A mí lo que me importa es cumplir con mi trabajo y si después merezco un reconocimiento por mi trabajo, a través de un aplauso, mucho mejor, pero yo soy muy autocrítica. No creo que haga nada bien. Me ocupo mucho de pensar en las palabras, qué significa cada palabra de lo que estoy diciendo. Entiendo que según como se lea una obra, puede cambiar el significado de todo. Yo soy obsesiva con ese tipo de cosas.
–¿Cuál es tu herramienta para actuar?
–Leer, leer y leer. No sólo entiendo el contenido, sino voy fijando profundamente cómo lo cuento en escena y qué elijo para contar, a través de la lectura. Durante el espectáculo yo soy otra persona. Siempre sin dejar de saber dónde me tengo que parar y qué es lo que tengo que hacer.
–¿Qué es lo que te interesó de la obra?
–Me interesó la cuestión del dinero. La vida de Balzac fue correr tras el dinero. En sus novelas siempre habla de la plata. La plata que tuvo se la gastó en tener criados, lacayos y carruajes y quedó otra vez en la miseria. Así se puso a escribir sin parar para volver a ganar un poco de plata. Y así murió, muy joven, a los 50 años.
–¿Y cómo es tu relación con el dinero?
–Tengo una relación muy calma, necesito muy pocas cosas. Creo que tener plata te da dolor de cabeza, eso de cuidar dinero no tiene sentido. Debe ser interesante poder viajar sin estar contando la plata, me encantaría tener dinero para viajar, pero por lo demás, no. Tengo mi departamento y con eso me alcanza. <

Cine con elenco internacional

Además del teatro, a Daniel Fanego se lo podrá ver este año en dos películas. La más maistream es Todos tenemos un plan, de la directora Ana Piterbarg, quien para su ópera prima consiguió a un elenco de primera línea, encabezado por el estadounidense Viggo Mortensen. Este actor de Hollywood se crió en el sur del continente hizo fama en la Argentina por su fanatismo por San Lorenzo. Se trata de la primera película de Viggo en Argentina, donde pasó su infancia.  Soledad Villamil, Sofía Gala Castiglione y Daniel Fanego conforman el resto de los personajes principales de esta historia, que transcurre en el Delta del Tigre. “Fue una aventura conocerlo a Viggo. Es muy buen tipo, muy buen actor, muy profesional, de una gran humildad como compañero de trabajo. Nos cagamos bastante de frío. Pero una vez dijo José Luis López Vázquez que en cine no te pagan, te indemnizan”, dice Fanego. La otra película protagonizada por Fanego y que está por estrenarse es Rehén de ilusiones, de Eliseo Subiela. “Me alegra que se estrene porque la filmamos hace dos años. Uno piensa en el trabajo de tanta gente y cuando no se visualiza es muy terrible. Una cosa es que la gente no la vea en el cine, pero cuando directamente no se estrenan las películas, es triste. Hay que mejorar la puntería en estos temas”, piensa el actor.
Además, el año pasado Daniel Fanego volvió a trabajar en la televisión, con la novela El Elegido, donde interpretó al referente de una organización espiritual y política. “Fue una novela de mucho nivel, con mucha libertad de trabajo, mucha conciencia de casting, muy bien armada. Si armás bien un equipo, después hay que hablar poco”, dice.
Para el resto de 2012, le queda actuar en otra película y tiene nuevos proyectos de teatro para el año que viene. Cuenta el actor: “Como dice mi personaje: ‘El río tiene más sed que el arroyo. ¡Qué avidez! Todo está en orden.”

Francisco Javier (*)

“La obra tiene
un ritmo en estado puro”

La primera vez que me encontré con El especulador fue en Francia, en 1957, cuando viajé para estudiar puesta en escena. Vi la obra en el Teatro Nacional Popular y me llamó mucho la atención. Al mismo tiempo, Ronald Barthes, a quien yo admiraba y admiro mucho, escribió un artículo sobre la obra, lo leí y me deslumbró. Barthes hace un análisis deslumbrante, señala todo lo que Balzac aporta al teatro a partir de esta obra. Una de las cosas que explica es que El Especulador tiene un ritmo que él llama “estado puro”: los personajes no tienen carga psicológica, él los pone en la trama para conseguir la definición de lo que le ocurre al protagonista. Esto Barthes lo llama “funciones”: cada personaje tiene una función. A él no le interesa mostrar quién es o qué le pasa a cada personaje; le interesa mostrar qué hace en relación con el protagonista. Balzac plantea un espacio múltiple, que yo denomino espacio peatonal, es un lugar de paso donde transcurre la obra.
Para mí lo más importante del teatro es el actor. La puesta en escena está viva siempre y cuando el actor esté vivo. Yo trabajo de esa manera. Puede no estar el sonido, no estar la escenografía, pero el actor es el elemento número uno. La unidad mínima del teatro como espectáculo es un actor y un espectador.

(*) Es profesor honorario de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Es titular de la materia Análisis y crítica del hecho teatral y director del Instituto de Artes del Espectáculo “Raúl Castagnino”.

Fuente: Tiempo Argentino

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