El especulador


El especulador

Nadie como Balzac (1799-1850) conoció las trapisondas y los vaivenes del mundo de las finanzas, puesto que pasó la vida perseguido por los acreedores, víctimas de su rumboso tren de vida (con pretensiones aristocráticas y de fortuna muy por encima de sus posibilidades) y de aventuras comerciales, todas extravagantes y fallidas. A enjugar esa deuda colosal dedicó sus portentosas facultades de narrador, implacable observador de su época y de la conducta de sus contemporáneos: tuvo que escribir día y noche sin pausa, durmiendo apenas, envuelto en un ropón de paño blanco, casi un sayal de monje (sólo que era de la tela más fina), y consumiendo litros de café, hasta abarcar la cifra portentosa de noventa y una novelas, a cuyo conjunto denominó La Comedia Humana , acaso como contracara de la Divina Comedia .

Como muchos escritores franceses de la era romántica -encabezados por un Víctor Hugo todo terreno-, Balzac abordó también el teatro, no sin calcular un rédito económico que le fue esquivo. En su juventud escribió un Cromwell en verso, que fracasó lo mismo que Vautrin, Les resources de Quinota, Paméla Giraud y La madrâtre . Tan sólo un título ha perdurado, este Mercadet, el especulador , concebida en 1838 y estrenada en 1840, un original en tres actos que contiene, entre otras sorpresas, un personaje llamado Godeau a quien todos esperan ansiosamente? A diferencia de casi todos los relatos de Balzac (salvo los desfachatados Cuentos droláticos ), por lo general linderos con la tragedia, esta es una comedia que, hábilmente resumida en poco más de una hora de representación, divierte y hace pensar que la naturaleza humana es siempre la misma, en todo tiempo y lugar.

En un intento de zafar de sus numerosos acreedores y de los enredos financieros con que estafa a medio mundo, el señor Mercadet aspira a casar a su hija con un hombre de fortuna, sin advertir que éste, a su vez, es un impostor que imagina a un futuro suegro adinerado. En una veloz sucesión de situaciones que no dan respiro al espectador (fruto de la ingeniosa adaptación del director y el dramaturgista Caracciolo), nadie -salvo la honesta mujer de Mercadet (una espléndida, felizmente recuperada Elena Tasisto)- es lo que parece ser; y aunque las caretas vayan cayendo en sucesivas revelaciones de gran eficacia teatral, los personajes coinciden en que es mejor mantener las apariencias antes que permitir el derrumbe de esa maraña colectiva de intereses.

De paso, los adaptadores señalan las ineludibles semejanzas entre esa época agitada y la actual, con oportuno subrayado de algunas reflexiones aplicables a la realidad que nos rodea y que provocan la adecuada reacción del público. Queda hecho el elogio de Tasisto, en tanto Fanego carga con el peso de un personaje absorbente, al que dota de una elegancia y un brillo singulares, mientras Malena Figó otorga encanto a una Julia Mercadet que también -como todos- tiene sus artimañas y sus dobleces; y Tony Lestingi se luce en un amigo de vacilante fidelidad. Un sólido elenco de apoyo responde a la exigente calidad de la puesta, a la que Héctor Calmet proporciona, con medios sencillos, la apariencia de un lujo ostentoso, y Mini Zuccheri la estilización de un vestuario refinado.

Fuente: La Nación

Sala: Cunill Cabanellas, del Teatro San Martín 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Andrea Gilmour

Susana Torres Molina: Estática

Chamé Buendia: Last Call-última llamada